El secreto en tus labios

Capítulo 4|Sebastian

Do I have to tell the story
Of a thousand rainy days since we first met
It's a big enough umbrella
But it's always me that ends up getting wet

Every little thing she does is magic/The Police

Mierda.

  Se suponía que esta noche iba a follar a lo grande con la hermosa amiga de James, no a pasarla solo en la casa arriba del almacén, donde por cierto huele a quemado, viendo “The Advengers” por enésima vez en mi computadora dado que aquí no hay ni WiFi.

¡Vaya año nuevo! 

Al final lo de la rubia no termina en nada. Cristina, creo que se llamaba, se pone tan ebria en la fiesta que en vez de traerla aquí para coger opto por llamarle un taxi que la lleve a su casa. Follar con una chica borracha es una mierda. Mí hermana cree que hasta puede catalogarse como una violación. Pienso en… eso que ella dice cada que me veo en una situación por el estilo, por eso nunca me he atrevido a hacerlo.

  ¿Qué hubiera pasado si…?

¿Qué hubiera pasado si esa mañana cuando mi hermana me mandó a buscar a la hermosa abogada que era amiga suya, me hubiera negado? 

Violeta siempre ha dicho que fue por casualidad; sé que no lo fue, ella en el fondo sabía que nos estaba dando el empujón que necesitábamos para que pasara algo. Estaba consciente que nos gustábamos desde hacía años, aunque no se lo dijéramos, aunque ni nosotros mismos nos diéramos cuenta de la llama que prendía entre ambos. 

¿Qué hubiera pasado si al escuchar que llamaba a ese tipo “cariño” hubiera actuado con sensatez y huido en vez de meterme en la cabeza la estúpida consigna, casi militar, de hacer a esa mujer rendirse a mis pies costase lo que costase?

  No lo sé.

Solo puedo imaginar que no estaría aquí, retrotrayendo mi mente hacia ese momento donde hice una elección que a la larga me costó muy cara. 

Esa tarde…

Ella caminaba con su perro, toda sudada, sucia, muy sensual, con ese mohín en la boca que más tarde advertí, hacía cuando estaba molesta y que me provocaba unas ganas inmensas de morderle los labios. No advirtió que yo estaba allí sentado en una banqueta a un lado del camino mirándola y tampoco pensaba hacérselo saber. Me deleitaba seguir con mis ojos el ritmo de su trasero meneándose, tanto que dejé de prestarle atención a mis perros y a lo otro que estaba haciendo.

  Luego la casualidad intervino, ¿fue la casualidad? Yo diría más bien que fue el destino. Un perrito se me acercó, el perrito de Matt, una bolita de pelos colocha y negra, un pastor alemán bebé. Al parecer yo le agradaba. Creo que fue en ese preciso momento donde tuve la opción de elegir qué sería de mí el resto de mí existencia, pude alejarlo y que ella nunca supiera que yo estaba allí, o… 

Hacer lo que hice a continuación, que fue guardar mis audífonos y levantar la vista para que ella notara mi presencia. Me había anotado en una guerra de la cual no iba a salir bien librado.

—Buenas tardes —dijo ella, con una mal fingida indiferencia. 

Arregló su cola de caballo con una mano y trató de limpiarse el sudor de la cara y del cuello con la otra. Solo sonreí.

—Lic. Mattilda…

—Señor Renault.

Me puse de pie. Espalda recta y pecho hacia afuera, la saludé como el buen soldado que me catalogaba. Había olvidado que, como diría el zopenco de León, si las mujeres dirigieran ejércitos las guerras serían aún más terribles y sin necesidad de disparar una sola bala.

—Soy Sebastian—le recordé haciéndome el fresco— ¿Ok? Quiero decir, el señor Renault es mi abuelo no yo.

  Me extendió la mano, supuse que quería mantener la distancia profesional entre ambos aunque eso no iba a poder ser, yo no iba a permitírselo. Debía comenzar a atacar a mi presa, así que con descaro miré sus ropas, en especial su escote hasta donde se insinuaba un lunar en medio de dos colinas no muy grandes lo cual me gustó. Ella se sonrojó al notar que me la estaba comiendo con los ojos, pero no podía y no quería hacer nada para evitar hacerlo. Desde esa mañana en que fui a buscarla, todo cambió, advertí que yo tampoco le era indiferente. Ya no había motivos para guardar mi distancia.

—Yo…

Esbocé una media sonrisa, de esas que siempre me han funcionado con las mujeres.

—¿Qué le pasó, señorita? —le dije con sarcasmo tratando de emular un acento español. Hay quienes dicen que a las mujeres les gusta que les digan “señorita”, aunque en mi opinión es estúpido. 

Recobró la serenidad en el rostro y procedió a subir su escote. 

—Nada —espetó mientras trataba de dominar a su perrito sin ningún éxito, lo cual me hizo gracia. No había visto tanta torpeza desde mi amigo James cuando éramos niños. 

—No me digas—le dije en medio de risas— que este animalito…

Frunció los labios de nuevo y resopló.  

—Muy gracioso, señor Renault, muy gracioso.

Siguió caminado, y yo atrás como un cautivo. 




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