El secreto en tus labios

Capítulo 6|Sebastian

León Ross. 

Lo describo como una mezcla entre el animal con quien comparte el nombre: rubio, grande, ojos penetrantes y fieros,, con  ese algo especial que comparten personas como Luis Miguel o Frank Sinatra. León es capaz de conseguir lo que quiere no tanto por lo que dice, sino por cómo lo dice. Habría sido una gran estrella del pop o un actor famoso de haberlo querido, pero en vez de eso eligió ser abogado, lo cual tampoco hace nada mal. 

—Licenciada Méndez… —me saludó alzando la mano desde su auto deportivo negro mientras yo, como todos los días luchaba con la estúpida persiana del local de mi oficina. 

No había visto al rubio desde la juramentación de nuevos abogados hacía varios meses cuando intercambiamos números de teléfono, pero la verdad no creí que fuera a llamarme nunca. 

—Buenos días, Licenciado…

—¿Dónde está tu secretaria, colega? —preguntó con malicia, sabiendo que yo no tenía asistente. 

—Enferma —mentí. La realidad era que como recién graduada todavía no me alcanzaba el dinero para pagar un asistente y debía hacerlo todo sola. 

—Sí, cómo no… —Sonrió—. Puedo prestarte una de las mías si quieres. Ceci no tiene que hacer de todos modos, al menos mientras consigues a alguien ¿Sabes qué? Lo haré ¡Por Baco! La presencia lo es todo, colega. Fake it until you make it, como dirían los americanos. En fin…

Sin pedir permiso abrió la puerta de mi oficina. Primero recorrió el lugar con los ojos antes de dignarse a pasar. Luego se sentó en una silla frente a mi escritorio. Pensé en mis amigas de la universidad embobadas por él, aunque sabían de sobra que León las consideraba  demasiado poco para él. Escuché en mi cabeza una vez más sus gritos de emoción y sus nada discretas declaraciones de envidia “de la buena” cuando les conté que había sido el primero en mi vida. 

Solo Lily sabe cuánto me dolió eso.  

—Bien, bien, bien. Dejemos la vida social para la próxima fiesta del Colegio de Abogados—me dijo inclinándose sobre mi escritorio—. Vine porque te necesito y lo más importante, tú me necesitas. 

—¿A qué te refieres? 

—Verás —me explicó—.  Ando buscando una pareja para litigar. Alguien con quien hacer mancuerna en casos donde se requerían dos abogados para ir a juicio ¿Me explico, Chéri? 

Asentí. 

—Hablemos sin tapujos, colega. Me gusta ganar ¿Qué más puedo decir? La abogacía es un campo de batalla y ambos lo sabemos. No basta solo con atacar a lo loco. Gran parte del éxito que tengas tiene que ver con la planeación, las armas que elijas, las estrategias, elegir a los mejores soldados, hacer alianzas…

No supe qué responderle. Se postró a mis pies en una actitud bastante histriónica como él solo sabe ser.

—Dime, Licenciada Méndez ¿Aspiras a ser siempre un soldado o quieres acompañarme en la conquista del mundo? 

—Yo…

—Antes de que digas nada, déjame hablar a mí. Dios dice en la Biblia "amarás a tu prójimo como a ti mismo" y vaya si no me amo yo. No podría dejar que se cometan tamañas injusticias si puedo evitarlo, en especial las que afectan a mis hermanos de la iglesia. Para eso nos hicimos abogados ¡Por Atenea!

Lo miré desconfiada. No sabía hasta ese momento el compromiso que tenía León con la congregación a la que pertenece a la fecha ¿Quién diría que era tan entregado a su religión? 

—Es para ayudar a una pobre anciana indefensa que ha pasado la vida sufriendo. —Agachó las cejas—. No tiene más medio de subsistencia que lavar ajeno y vender empanadas, así que trabajaré sin cobrarle, no me importa, puedo darme ese lujo, pero tu no, colega así que te ofrezco pagar tus honorarios. Sé que no es mucho dinero, pero es lo mínimo que puedo darte por tamaña labor de altruismo siendo que el dinero no es todo en esta vida. Ya lo decía mi abuelo Martín, polvo somos y en polvo…

Como si no fuera la gran cosa, me extendió un cheque por una suma que bajo mi criterio no era nada despreciable. Algo dentro de mí comenzó a cosquillear por una razón además del dinero: yo también quería ganar, me gustaba, me hacía sentir viva. Por eso siempre quise ser abogada, desde que era niña y con alguien León de mi lado, no iba a ser un mal inicio para mi carrera y era mejor que quedarme en esa oficina sentada cazando moscas y haciendo auténticas para poder comer.  Al ver mi reacción, sonrío. Lo imaginé como el pescador que se da cuenta que su presa ha mordido el anzuelo y ya solo tiene que remolcar hasta la superficie 

 —Yo que tú lo pensaba mejor, colega —señaló levantando las cejas—. ¡Por Júpiter! Venimos a este mundo a ganar el pase al cielo, a menos que pretendas arder en el infierno.

Tomó mis manos entre las suyas en actitud suplicante. Cualquiera que nos hubiera visto creería que me estaba pidiendo matrimonio. León tenía razón, era una gran oportunidad.

 —Acepto…

Soltó mis manos y dio un aplauso seco en señal de victoria.

—¡Por Zeus! ¡Sabía que entrarías en razón, mujer! 

 

Salí a almorzar poco antes de la una en un restaurante dos cuadras abajo de mi oficina, al cual nunca había entrado antes pero siempre me había llamado la atención, una pequeña y antigua casona de las que aún existen en la zona histórica de la ciudad. En la fila de la caja para pagar estaba Sebastian, esperó su cambio y caminó hasta detenerse frente a donde yo estaba. Apoyó los brazos en mi mesa, presumiendo sus bíceps, los cuales resaltaban bajo la tela de la franela a cuadros que llevaba remangada hasta los codos. 




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