I'm a love-trick, a romantic cliche
And they really are all true
Don't delete the kisses/Wolf Alice
—¿Por qué tan guapo, hermanito? —me dijo esa mañana Violeta, escrutándome de pies a cabeza—. ¡Hueles bien! ¿Vas a alguna cita? Linda camisa, por cierto.
—No. Quiero decir, solo es una camisa, Violeta Isabel, y desodorante.
—Ah… ok, ok. El abuelo me pidió que te dijera que hubo un cambio de planes; ahora te toca supervisar el inventario de materias primas en la fábrica.
—Pero, ¿no tenía que ir a con…?
Rodé los ojos, yo quería ir donde Matt. Necesitaba aclarar las cosas con ella, sobre lo que pasó en el parque cuando casi nos besamos ya que había estado evitándome desde entonces.
—¡Oh, no! No hará falta. Quiero decir, le dije al encargado de la tienda que nos hiciera favor de ir con Matt en tu lugar. No te molesta, ¿verdad?
—No, quiero decir…
Mi hermana se puso seria.
—Por cierto, ¿podrías darte una vuelta por el almacén de Doña Marina? Me pareció ver un juego de platos precioso color marfil con bordes dorados. Dile que yo le pagaré en cuanto pueda.
—¿Qué? ¿Para qué? Tenemos suficientes platos en esta casa hasta para romperlos por diversión, Violeta.
Se llevó un mechón tras la oreja.
—Para la boda.
—¿Cuál boda?
Rodó los ojos.
—La de Matt, Bastian. Va a casarse con su prometido en algunos meses ¿No lo sabías? Creí que sería un lindo detalle comenzar a ver lo de su regalo de bodas.
Nunca reservé el maldito juego de platos. Pensar en ella abriendo ese estúpido regalo luego de su noche de bodas me arruinaba el día. No era justo, ella era mía ¡Yo la vi primero, mucho antes que el zopenco ese! Además, ella no podía casarse deseándome a mí. Quiero decir, aunque no se quedara conmigo, casarse con el tipo ese iba a ser un error siendo así.
Tenía que idear algo.
Una noche estaba viendo esa película romántica en la televisión, “El Diario de Noah”. Se me ocurrió una idea bastante estúpida. Si un campesino logró enamorar con sus cartas a una mujer como la de la película, ¿qué tan difícil podía ser intentar yo hacer lo mismo?
Puse manos a la obra. Con los días, sentí que iba logrando escribir otra vez algo agradable, pero no estaba seguro. Se me ocurrió mostrárselo a mi hermana para tener el visto bueno femenino. Después de todo, ella me mandó a escribir de nuevo.
La encontré en cuclillas sobre la grama, bajo el sol, arreglado sus plantas en el jardín, su cabeza amarrada con un pañuelo, descalza, con la parte de arriba de su traje de baño y sus shorts. Estábamos en medio de una de las peores olas de calor de los últimos 25 años, así que era algo normal que estuviera vestida de ese modo. Quise llamar su atención tocando su nuca para hacerle cosquillas como a veces hacíamos entre nosotros. Sentí la piel de gallina cuando me acerqué a ella lo suficiente para notar que tenía unas manchas negro azuladas en su hombro y en sus piernas.
—¿Qué demonios te pasó, Vi? —le pregunté. Al escucharme se sobresaltó—. ¿Te caíste de la cama o algo?
—¡Ay Dios…! Ba… Bastian… —tartamudeó y de inmediato se cubrió los hombros con lo primero que halló, una bolsa de nylon—. No fue nada. Quiero decir, fueron los perros. Kaia y Max me derribaron cuando estaba jugando con ellos.
—Bien —le dije—. Seguí tu consejo y empecé a escribir ¿Quieres darme tu opinión sobre lo que llevo escrito?
—Sí. Solo deja que busque mi suéter. Lo dejé allí cerca de…
Rodé los ojos.
—Estamos a 28 grados a la sombra, Violeta Isabel. Además, eres mi hermana gemela. Quiero decir, nos bañaban juntos.
Hizo una mueca.
—Cuando teníamos 3 años, Bastian. Ahora, no hagas que vomite, por favor.
Tuve que esperar un buen rato a que mi hermana se cambiara de ropa para mostrarle mis escritos. Llamó mi atención que se pusiera aquel suéter de cuello de tortuga que siempre reservaba para la navidad, pero no la cuestioné por ello.
—Bien, ¿qué dices?
Pellizcó mis mejillas.
—¡Bastian, eres un cursi! ¿La conozco? ¿Puedo saber su nombre?
—¿Qué? ¿De quién? ¿A quién?
—Es que esto es tan dulce; estás clavado con alguna chica, yo lo sé. Vamos, dime quién es mi nueva cuña… —La sonrisa se le fue borrando del rostro. Ella me conoce mejor que yo mismo—. ¡Ay no! ¿Reservaste la vajilla que te dije, sí o no, Bastan?
Sonreí complacido mientras a Violeta se le retorcía el hígado de coraje. En ocasiones disfruto de cabrear a las personas, en especial cuando se enojan tanto como mi hermana en esa ocasión.
—¿Qué? —le pregunté entre carcajadas.
—Promete que no le vas a entregar nunca a Matt esa… ¡babosada!
—Creí que habías dicho que era bastante tierno.
—¡Sí! Digo… no, no lo es. Bastian, deja en paz a esa mujer, o…
—¿O qué, Violeta Isabel? —la reté, no supo qué contestarme.
Tuve que sobornar al encargado de la tienda para que me dejara ir en su lugar al despacho de la abogada. El hombre no entendía ni quería saber bien el por qué, el billete de doscientos quetzales que le puse enfrente pareció motivo suficientemente válido para dejarme hacer mi voluntad. Lo que yo no sabía era que iba a tener que sortear un nuevo obstáculo para llegar hasta Matt.