El secreto en tus labios

Capítulo 11|Matt

She found a lonely sound
She keeps on waiting for time out there
Oh, love, can you love me, babe?
Love, is this loving, babe?
Is time turning around?

Narc/Interpol

Hay algo tan contradictorio en León Ross. Sebastian solía decir que León era incapaz de sentir algo por otro ser humano que no fuera él mismo. Que brindaba su amistad como una especie de préstamo con intereses que a la larga eran demasiado altos. Por un lado, Sebastian tenía razón,  el rubio está completamente enamorado de sí mismo, pero por otro... 

Las cosas no siempre son blancas o negras, eso lo aprendí a las malas durante esa época. 

—Colega…

—¿Qué? 

—¡Tu turno de mover! —exclamó señalando el tablero de ajedrez en mi mesa de centro—. ¡Por Baco, colega! Andas en la luna. Recuerda que tenemos treinta minutos exactos, ni uno más y ni uno menos. Después de eso, a trabajar como judíos otra vez. 

—Sí, disculpa, es solo que estaba distraída con... 

Pensando en Sebastian, para variar, en lo que le confié acerca de la relación con mi padre. No fue algo muy grande, en definitiva, pero ni siquiera con Josh había logrado ser tan abierta sobre mis sentimientos hacia mi progenitor o, como me gustaba llamarlo, el señor que puso los espermatozoides. Para mi prometido, El Doctor Méndez¸ mejor conocido como Don Jordán, era el suegro buena onda con quien podía ver el béisbol y comer semillas de pepitoria mientras mi padre le contaba la divertida historia de cuando mordí a una niña en el colegio, por centésima vez. 

—¿La comida china que ordenamos? —Sonrió el rubio—. Dijeron que tardarían quince minutos y van cinco. Y si tardan más, no les pagaré. Mejor, así puedo cocinar.

—Tú, ¿cocinando? —me reí. No imaginaba a León Ross haciendo algo para procesar su propio alimento siendo que se crió en una casa con dos cocineras, cuatro sirvientas y hasta una nana, según sabía. 

—Obsérvame, chéri. Soy muy bueno cocinando. Por Zeus, que hasta podría abrir mi propio restaurante. 

Se quitó el saco, remangó su camisa y se dirigió a la cocina. Sin pedirme permiso comenzó a hurgar en la refri y en todos los cajones del gabinete en búsqueda de ingredientes para hacer su guiso. No tenía muchas cosas para cocinar; odio cocinar hasta la fecha y prefiero comer en la calle o comprar comida. Volteó a verme, reclamándome mi falta de insumos alimenticios. Me sentí mal, pero me sentí peor cuando abrió la gaveta en donde guardaba los cuchillos. 

—Creo que ya lo entiendo todo...—sonrió, mostrándome los preservativos que guardaba en aquella gaveta. Desde que había iniciado la cuestión con Sebastian, mantenía condones por todas partes de la casa—. Te alimentas a base de cauchos, colega ¡Y de los caros, debo admitir! 

—Yo... —balbuceé sonrojada. No lo entendía, ni siquiera cuando  Lily me encontró condones en la mochila del colegio me sentí tan mal como en ese momento.

—Tu muy bien, colega. Es mejor prevenir que engrosar las estadísticas ¿Cierto?

—Eso creo.

Levantó las cejas. 

—Lo que está muy mal es que no comas…

—Yo...

—Te propongo un trato ¿Te acuerdas de la hermana Connie? 

—¿La señora del caso? 

—Ella misma, colega. Mira, yo voy a correr con los gastos del caso incluyendo tus honorarios claro está, pero ella, es muy digna y... esas cosas. Dice que necesita un trabajo para mantenerse mientras sale lo del juicio y por lo visto, tu necesitas ayuda con la comida, con el perro... y los quehaceres —dijo con cierta repugnancia, mientras pasaba sus dedos por una repisa, casualmente llena de polvo—. Además, no es sano que comas tantas porquerías, vas a engordar y a ningún hombre le gusta estar casado con un tonel de manteca. 

Entendí rápidamente a qué se refería el rubio y no, no me convenía, no con Sebastian allí quedándose a dormir en mi departamento constantemente y haciéndome el amor en todas partes de ese lugar. Necesitaba mi privacidad ahora más que nunca. 

Debido a la insistencia de León terminé dándole trabajo a doña Connie, aunque fuera solo ciertos días a la semana  para que hiciera la limpieza durante el día, de modo que ella y Sebastian nunca se vieran. Además, necesitaba ayuda con Yoda. Estaba creciendo y los paseos por la tarde  ya no eran suficientes para agotar toda su energía. Luego de un par de semanas comencé a acostumbrarme, al menos me ahorraba la molestia de hacerme una taza de café por las mañanas, aunque a veces me preocupaba que fuera a hacerse daño de alguna manera. Después de todo, doña Connie era una pequeña anciana de más de setenta años. 

***

—Explícame otra vez por qué no puedo quedarme —protestó Sebastian cuando le expliqué que debíamos dejar de vernos algunos días y no pasar tan seguido la noche juntos. 

—Porque contraté una señora, tonto, para que me ayude con los quehaceres y con Yoda. Ya te lo dije. 

Rodó los ojos. 

—¿Y...? 

Me levanté de la cama y comencé a juntar nuestra ropa desparramada por toda la habitación.  




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