When destiny calls you
You must be strong (you gotta be strong)
I may not be with you
But you've got to hold on
You’ll be in my heart/Phil Collins
En la ventana, dos patas negras se posan sobre el cristal empañado por el frío de la madrugada.
—Volviste, Bastet... —murmuro.
Le abro la ventana. La gata negra se acomoda sobre el cúmulo de libros que tengo sobre la mesa, con aquel desdén y la arrogancia del monarca que solo viene a inspeccionar su territorio de vez en cuando para recordar a sus lacayos quién manda. No nunca fui muy amante de los gatos, pero Bastet, como le puse, me agrada. Verla siempre me pone a reflexionar, quisiera ser como ella y estar libre de cualquier rezago de culpa y también de compromiso con las demás personas.
Enciendo un cigarro a su salud, ella se hace una rosca encima de los papeles que tengo esparcidos sobre la mesa. Verla así me recuerda a Matt, recostada en mi pecho luego de habernos amado, a veces dormida, otras solo con los ojos cerrados, pero siempre alerta ya que su sueño es ligero, no como el mío.
—¿Por qué las hembras son tan complicadas? —le pregunto.
Ella me ignora, pero aún así me atrevo a rozar su lomo suavemente con mi dedo, y como contestación recibo un gruñido como advertencia de que debo dejarla dormir o me ganaré un arañazo.
Mi teléfono interrumpe la paz que se respiraba en el cuarto, si es que se podía llamar paz a mi voz hablándole a un gato con Led Zeppelin a todo volumen de fondo.
—Bastian, soy Violeta…
Escucho su voz entrecortada en el teléfono, supongo que del sueño o el llanto por estar viendo uno de sus dramas coreanos. Yo también he tenido un día de mierda y una noche aún peor exprimiendo mis neuronas. Necesito presentar mi punto de tesis el lunes a mí asesor o a este paso voy a graduarme de aquí a diez años.
—Ahora no, Vi. Quiero decir, tengo jaqueca y mucho trabajo.
—¡Tienes que venir a casa ahora mismo…! —me dice con ruego, diría que prácticamente a punto de juntar las manos. Su tono de voz me está dando escalofríos.
—No puedo poner un pie en esa casa ¿Recuerdas, Vi?
—¡Bastian, por favor…! Estoy en el hospital y… —solloza.
—¡¿Hospital?! —Me estremezco, esa palabra no me gusta, significa malas noticias—. Deja de jugar, Violeta Isabel ¿Están bien ustedes dos? ¡Mierda, dime algo! ¡Violeta!
—¡Se murió el abuelo, Bastian! Estaba bien esta mañana, me dijo que iba estar en su oficina revisando los….
Violeta habla tan rápido o quizás es que mi cerebro ha quedado en estado de congelamiento temporal y no me permite reaccionar y cuando al fin me deja, para lo único que me alcanzan las neuronas es para lanzar un grito aún con el teléfono en la oreja y pese a que mi hermana hace rato que me colgó.
—¡Mierda!
Al compás de mis labios la gata salta despavorida y se va. Arremeto entonces contra la mesa de la cocina, llena de mis libros, papeles y cuadernos los cuales salen desparramados junto con el mueble. No sé por qué, no lo estoy pensando con claridad.
En mi mente veo una especie de metraje de mis recuerdos con el viejo. Repito y vuelvo, al momento cuando me dio su encendedor por primera vez. Yo era apenas un niño, tenía solo 8 o 9 años. Estaba llorando porque los abusivos me pegaron y él como cosa rara me consoló. Dijo que para él yo ya era un hombre, que esperaba grandes cosas de mí. Fue la vez que me contó la historia del nazi a quien supuestamente pertenecía esa cosa.
Nunca podré despedirme él, ni decirle cuánto le agradezco habernos criado como a sus hijos.
Tocan el timbre. Me imagino qué es Helena, quien vive al lado. Debió escuchar el ruido y vino a averiguar. No quiero hablar con ella, no quiero hablar con nadie.
—¿Todo está bien? —me pregunta parada en el umbral de la puerta—. Escuché ruidos en la vecindad y vine a ver.
Rápidamente me paso las manos por el cabello y me incorporo, nadie ni Helena deben verme hecho mierda.
—Sí, quiero decir, solo estaba…
—Shhh… —sisea.
Se muerde el labio mientras acaricia los míos con sus uñas largas. Flexiona su cuerpo de manera que sus curvas lucen regias y seductoras. Luego me besa, más bien yo la beso. No quiero pensar más por esta noche. Es enfermizo, lo sé, pero es lo mejor que se me ocurre para dejar de pensar un rato.
Tomo el autobús a Quetzaltenango en cuanto comienza a salir el sol. No he dormido en toda la noche. Ese metraje sigue repitiéndose en mi cabeza una y otra vez y no me deja en paz. Aprieto el encendedor de oro que él me dio durante todo el camino. En algún punto me quedo dormido y vuelvo a soñar esa maldita casa de caricatura en donde antes soñaba vivir con Matt ¡Mierda! No ahora, no estoy para eso.
Afortunadamente el sonido del celular me ayuda a despejarme. Hablé con James hace un rato, dijo que su madre ya sabe y va camino a Xela. También llamaron mis tontos amigos, que harán lo posible para estar en el entierro.