El secreto en tus labios

Capítulo 17|Matt

Too bad but it's the life you lead

You're so ahead of yourself that you forgot what you need

Though you can see when you're wrong

You know you can't always see when you're right

Vienna/Billy Joel

A veces siento que llevo una vida muy solitaria. Sin muchos amigos, con mis padres lejos, sin pareja, sin hijos, y ya ni siquiera cuento con James. Desde lo del señor Renault mi amigo anda pegado a Violeta, supongo que haciendo de pañuelo de lágrimas o yo qué sé de qué, pero lo ha absorbido de tal forma que no he vuelto a verlo en días. 

En cuanto a Lily, por desgracia o por fortuna, estoy en la necesidad de verla a diario. Su oficina está en la planta baja del edificio en donde está la mía. La Matt de hace años estaría encantada de la situación, la inocente y dulce chica sin una gota de envidia que amaba sinceramente a su mejor amiga. Pero no la que soy ahora, esta perra se estremece de celos al ver a Lily con sus hermosos hijos y su marido todos felices y amorosos. 

¿Por qué ella tiene lo que yo no tengo?  

—Sirvete, Mattilda, que no has tocado la comida.

Vicky, la esposa de mi papá, hace todo lo posible por disimular la incomodidad que le causan mis esporádicas visitas. Me ofrece, que si quiero más tortillas, que si  quiero más aguacates, o más carne, o más limones...

¡Nadie entiende lo gorda que estoy!  Por eso me he puesto a dieta y no puedo comer grasas ni carbohidratos en grandes cantidades. Soy enorme, en especial mi trasero. Doy pena.

—Sirvete, mija… —secunda mi papá—. Por eso estás tan flaca, porque no comes. 

Resoplo desesperada. El reloj del comedor marca un cuarto para las diez de la noche. No aguanto las horas de irme, no me gusta estar aquí, solo vine porque mi papá insistió y así tener una excusa legítima para no ver a León en la suite del hotel esta noche. 

—Matt, ¿Quieres darle algún consejo a Mafer sobre qué carrera estudiar el próximo año? —pregunta Ana María, sé lo que viene a continuación—. Sé que apenas acaba de cumplir quince años, pero va adelantada y el próximo año, primero Dios, entra a la universidad. El problema es que no sabes qué carrera elegir. 

—Yo solo espero que Mafer no siga una carrera fácil, como derecho —apunta mi padre y todos sueltan la carcajada, menos yo. 

—¡¿Ya me puedo ir…?! —protesto de brazos cruzados sobre la mesa como una niña malcriada. Sí, sé que fue una broma, pero, en definitiva, una de muy mal gusto. 

—¿En serio no vas a comer? —pregunta mi hermana.

—Matt, come —insiste su madre—. De saber que no te gustaban los tacos hubiera preparado…

—¿Me puedo comer tus tortillas?

—¡¡He dicho que no, carajo!!

Ambas, madre e hija, se quedan quietas. A través del gran espejo del comedor veo a mi padre, tiene esa mirada de desaprobación en los ojos. Pero me salí con la mía, ahora todos quieren que me largue aunque no lo digan. 

El señor que puso los espermatozoides rompe el hielo retirándose de la mesa. 

—¿Mija puedes venir un rato al cuarto de estudio? Quiero hablar contigo. 

Asiento con la cabeza. 

Camino tras de él hasta llegar al estudio de su casa. Me indica con un gesto que me siente en un sofá marrón  junto a su escritorio, como cuando era niña y le enseñaba mis calificaciones, siempre en la misma posición de juzgador y yo en el banquillo de los acusados. 

Cierra con llave. 

—Acércate, mija. Sé que eres adulta y te mantienes sola, por lo cual según tú no tengo derecho a meterme en tu vida. Pero soy tu padre y he estado escuchado cosas, cosas que no me gustan acerca de cómo te conduces.  Es mi deber prevenirte antes de que cometas más errores en tu vida ¿Me comprendes? 

Estoy rabiando por dentro, aún así elijo no contestar. Cuando se trata de mi padre y sus sermones, es mejor no llevarle la contraria, aunque me cuesta un mundo solo esperar a que pase el huracán como la niña buena que hace demasiado tiempo que no soy, pero él aún ve en mí. 

—Algunas personas te vieron salir de un hotel la otra noche… 

Siento mis mejillas arder al escucharle decir aquello. No me arrepiento de mis decisiones, no me importa lo que digan de mi, pero no soporto que se metan en mi vida. 

—¡Papá! 

—¡Dicen que te juntaste allí con un hombre casado! —Alza la voz—. Por favor, mija. Quiero una explicación al respecto. No quiero creer ni por un segundo que tú...

—¡¿Que soy igual a la cualquiera  por la que dejaste a mi mamá?! ¡En definitiva, no lo soy! ¡Solo estábamos en una estúpida conferencia!

Una lágrima corre por mi mejilla. En el fondo lo sé  ¡Sí sí soy así! No importa lo que diga o cuánto trate de engañarme a mi misma. Se cruza de brazos. Lo observo fijamente, las arrugas alrededor de sus ojos, su  tez morena clara y sus ojos cafés enmarcados por esos rizos cada que lo veo más grisáceos. La gente siempre ha dicho que soy su viva imagen y odio eso. 




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