El secreto en tus labios

Capítulo 20|Sebastian

Mi pequeño pájaro azul, ¿dónde estás, mujer de ojos tiernos…?  Me pregunto, mirando por la ventana, pensando en que ella y yo estamos bajo el mismo cielo.

¿La amo?  

Creo que siempre lo hice, dudo que algún día deje de hacerlo.  Lo entendí cuando la vi tirada en la calle. Mi niña hermosa, ¿por qué me odias tanto? ¡Dios ve que yo quería llevarte conmigo esa noche! 

—Sebastian… —susurra la voz sensual de Helena. 

Siento sus manos rodeando mi torso. Adivino que se ha metido a mi departamento sin tocar como suele hacer.  

Sus dedos largos y esbeltos masajean los surcos en mi abdomen de una manera tan placentera. Es su forma de intentar seducirme, lo cual no le cuesta mucho, pero esta vez no va a funcionar, no puedo permitirme eso. Temprano debo tomar un autobús hacia Quetzaltenango para una consulta con James quien tal parece tiene noticias del testamento del abuelo. Lo mejor sería que tratase de dormir un poco, pero soy amigo del insomnio. En especial cuando ese insomnio tiene nombre y apellido. 

Mattilda Méndez.

—Temprano tengo que tomar un autobús hacia Xela, bonita —le recuerdo—. Quiero decir, mañana hay junta con el abogado que…

—No significa que no podamos divertirnos esta noche.

Mete la mano dentro de mi pantalón, juega con mi miembro el cual se pone duro al sentir el roce de sus dedos. Sabe como excitarme.

Le bajo los jeans y las bragas de un solo.  Cuando ella me calienta me vuelvo un animal y ella lo sabe. También sabe que en un abrir y cerrar de ojos la tendré de piernas abiertas metiendo y sacando mi pene de su vagina. 

De repente pega un grito.

—¡Aléjate,  gato del demonio!

Volteo por instinto, Basted acaba de entrar por la ventana. A Helena le dan miedo los gatos negros, es tan divertido verla huir hacia la otra esquina de la habitación aterrada por culpa de un animal tan pequeño.

—¿En serio te dan miedo un gato? —Me río.

—Ese animal es satánico —espeta— ¿No lo ves en sus ojos? 

 

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Llego, tarde como siempre, a la sala de reuniones de la oficina de Harlow, Violeta está absorta en su conversación con él. Tiene la cabeza recargada sobre su mano y una sonrisa en su boca, parecen muy a gusto, demasiado para ser solo amigos. 

Carraspeo para llamar la atención de esos dos. 

—Hola, muchá....

—Bastian… —balbucea mi hermana.

—Viejo, nosotros solo estábamos… Hablando sobre… un drama coreano que ambos estamos viendo. Ya sabes…

Sonrío. ¿Cómo sería si el padre de Lizzie fuera James en vez de Eric? Estaría más que conforme con que él fuera mi cuñado. Es el indicado para Vi, lo sé desde que somos niños. 

De repente la voz de la secretaria de James suena a través del intercomunicador: 

La Licenciada Méndez está aquí.

Orgullosa y bella como siempre, Matt hace su entrada en la oficina de James, contoneándose como toda una diosa y yo, un simple mortal estoy a sus pies. Vuelvo a recordar eso que pasó en su departamento y suspiro. Ella me odia, me di cuenta muy tarde que nunca dejaré de amarla.

—¡Bastian! —me grita Violeta y me saca del ensueño. 

—Buenos días… —saluda Matt con indiferencia a todos. 

Pone el folder que trae encima de sus piernas, de modo que por desgracia cubre buena parte de sus extremidades inferiores. Luego se dirige a James 

—¿Ya les dijiste sobre…? 

James asiente sin mirarla a los ojos. 

—Bien.  

Durante cuarenta y cinco minutos, nos la pasamos hablando sobre el testamento de mi abuelo como cuatro desconocidos. Sin embargo, Violeta tiene demasiadas preguntas que hacerle a Matt. Ella y James nos explican entre los dos todo el trámite que requiere el proceso sucesorio testamentario: son aproximadamente nueve meses antes de la audiencia de lectura del testamento, mientras tanto los dos nos haremos cargo y acordamos que James quedará como albacea. Ambos Licenciados actúan tan profesionalmente como les es posible, en especial Matt, tanto que por un momento me olvido del vínculo que une a los cuatro.

Entonces ocurre, el bolígrafo se resbala de su mano, cayendo a mis pies. La atractiva abogada duda un momento entre caer a mis pies literalmente, a recoger su pluma, o pedir otro bolígrafo prestado. Decido ayudarla. Soy yo quien está a sus pies después de todo.

—Su pluma, Licenciada Méndez… —Le sonrío, aprovechando para echar un vistazo a sus piernas, las cuales noto como tiemblan al sentir mi proximidad. 

No me responde, adivinando la intención con la cual actúo. Más bien me arranca la pluma de la mano y sigue, supuestamente como si nada. 

Quince minutos después, la reunión finaliza. Matt sale de prisa sin despedirse de nadie. Me toma menos de medio segundo decidir qué es lo que quiero hacer, seguir de nuevo a mis instintos e ir tras ella otra vez como perro en celo.




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