—Vamos, mujer ¡Cuenta más sobre lo que pasó con el señor cucarachita! —me exige la pelirroja con las manos apoyadas en la mesa de su cocina. Esta noche me ha invitado a cenar en su casa con su esposo y sus dos niños.
—¡Lily! —me quejo a punto de reírme—. ¿Qué más quieres que te diga?
Mi amiga tuerce la boca a la vez que estira los ojos. Sé perfecto a lo que se refiere y la respuesta es que no lo sé. No sé si eso que pasó en la tarde significa un nuevo comienzo para nosotros como pareja. Lo único que sé es que lo amo y no he sido tan feliz en mucho tiempo.
—¡Si ya es oficial!
—¿Oficial?
Junta las manos en actitud soñadora.
—¡Sí! Quiero saber si el señor cucarachita y tú al fin van a casarse y si al fin voy a ser madrina de los pequeños Sebastianes y las mini Matts y…
—¡Lily!
—Tú y él a la orilla del lago, con el Volcán San Pedro con fondo. Los pies en el agua, las miradas tímidas… De repente él toma tu mano con ternura y…
La pelirroja cierra los ojos y sonríe, plácida. Sé que en su cabeza ya ha planeado hasta mi luna de miel. Doy un aplauso en seco para romper el idilio de mi amiga quien reacciona sobresaltada dando un brinquito sobre su silla.
—¡Mami, mami…! —grita la voz de Santi a la vez que corre hacia nosotras—. ¡Lizzie está llenando de Crema Lazar* a su muñeca!
—Voy, mi vida… —Le dice Lily—. Matt, disculpa, ya vengo…
Ruedo los ojos mientras esbozo una sonrisa. Usualmente los niños me ponen mal, pero no hoy. Percibo el mundo diferente, quizás más amable, menos injusto, solo un poco menos frío.
¿Es amor?
—Mi amor, mi niña hermosa…
Al fondo se escucha la risa de algunas personas. Supongo que son los amigos de Sebastian, chiflando y bufando mientras cantan una canción sobre bodas, anillos, flores, carruajes y todo eso.
—¡Dilo de nuevo! —le pido— Di mi nombre, mi amor… repite que no puedes vivir ya sin mi, mi cielo.
—Matt, Matt, Matt… ¿Como soportamos vivir tanto separados del otro? Mi Matt yo… no puedo esperar a que llegue el viernes para...
Se escucha silencio en la línea y a Sebastian al fondo amenazando con descuartizar a un tal Carlos.
—Felicitaciones, señorita Matt —me responde la voz nasal de quien supongo es el tal Carlos mientras al fondo se escucha la risa de Sebastian —. Le informo que ha logrado usted domar a nuestro potro…
Cuelga el teléfono. Supongo que Sebastian ha recuperado su celular.
Contemplo mi cara en el espejo antes de irme a la universidad. Me sonrío. Luzco diferente sin el cabello planchado, al natural, como cuando era jovencita. Me veo feliz, más plena. James salvó mi vida con su indiscreción y su sinceridad. Creo que siempre le voy a agradecer por eso.
El tiempo avanza demasiado despacio estos días mientras espero que llegue el fin de semana para así estar en brazos del amor de mi vida, fundirme en con su piel, con su calor y nunca soltarme. Sí, Sebastian lo es, siempre lo ha sido y siempre lo será.
—¡Santa madre! —exclama doña Connie. Odio que haga eso de mirarme a través del espejo del pasillo, pero ya es un mal hábito suyo y no tiene caso reprenderla por eso—. Señito, ¿quien le vendió esa cadena?
—¿Quien pregunta?
La examina aún colgando de mi cuello. No sé qué tanto diga en su idioma, solo espero que en definitiva no sea una maldición.
—Esta cadena… ¡Es muy antigua y muy fina!
—Era de mi abuelita
—¿Cómo se llamaba ella?
—Rosario.
La aparto de mi cuello. Está viendo mi cadena con tal brillo en sus ojos, que tengo miedo que vaya a atacarme para intentar robarla. Escucho la bocina del Ford azul de James, se autodenominó mi chófer ahora que no tengo auto.
—Tengo que irme… —le digo a la sirvienta—. Regreso en la noche. Después del trabajo voy a cenar con mi papá. Me deja mi jugo en la mesa, por favor.
La mujer no me responde. Continua absorta rezando en un idioma maya que no comprendo.
—¡Vaya, qué chica más linda! —exclama James, recostado en su auto a la salida de mi edificio—. ¿Señorita, ha visto si ya salió la Licenciada Méndez?
Me ruborizo. Sé que fue un piropo a su manera y fue bastante dulce.
—No, no la he visto… ¿Como es ella?
—¡Gruñona! —Se carcajea—. Y también una gran chica. Creo que voy a llevarla a conocer a mí mamá...
Su sonrisa se desvanece. Lo de su mamá le está afectando mucho aunque intente ocultarlo.
—¿Cómo va eso? —le digo.
—Bien, Matt —suspira—. Hoy fue su primera quimio y…
Reclina la cabeza en el volante. Acaricio su hombro, es la única forma en que sé consolar.
—¡Maldito, maldito cáncer, maldito...!