El secreto en tus labios

Capítulo 33|Sebastian

Desde que Lily me avisó que Matt iba irse del país huyendo de León, todo estuvo muy claro. No iba dejar que se fuera sola; iríamos juntos a donde ella quisiera, no importaba a dónde. El dinero era lo de menos, con lo que me dejó mi abuelo podíamos sobrevivir los dos más que bien en lo que el asunto se calmaba. 

Ahora eso ya no podrá ser.  Ya no me importa si se casa conmigo o no, si  me  manda al carajo y dice que es porque me odia;  si me engaña, si se acuesta con toda la ciudad o solo conmigo. Ahora estoy mirándola descansar en esa maldita cama, con un respirador artificial una sonda colgada de su brazo y otro montón de cables por todo su cuerpo. Está en un maldito estado de coma, dice su papá que por el humo que inhaló, pero que solo es  cuestión de tiempo  para que despierte.

—Mi niña… —le digo, acariciando con mis labios su frente helada—. No te vayas, muñeca. Mi cielo, mi amor, tienes un pedazo de mí alma. Eres todo lo bueno que hay en mí…

—Es una luchadora —me dice la mamá de Matt con un delicado hilo de voz a punto de romperse—. Nació dando batalla luego de dieciocho horas de contracciones. Venía hasta con las manitas empuñadas. No va a dejarse vencer así de fácil, mi bebé es muy terca...

El padre de Matt solo me da unos minutos con ella, dice que tiene descansar y yo también. No creo que pueda descansar, en casa me esperan otro tipo de problemas, aunque no de inmediato. El Doctor obligó a mi hermana Violeta a tomar algunos sedantes debido al colapso nervioso que sufrió al ver cómo el trabajo de toda su vida había quedado reducido a un trozo de carbón gigante y escombros en medio de las llamas. 

Ayer a esta hora iba comerme el mundo, había elegido ir a España en vez del contrato con la editorial; hoy sé que no tendré nada, el dinero que iba utilizar para financiar la edición de mi libro eran mis ahorros más lo algo del fideicomiso que me dejó el viejo. Sé que el viejo no esperaría menos de mí excepto quedarme y dar todo de mí para ayudar a mi hermana a levantar las ruinas de lo que fue su legado. 

El amanecer no nos trae nada bueno, solo la realidad de lo que nos toca afrontar. Un ir y venir entre abogados, aseguradoras, bancos y la policía. Un verdadero dolor de huevos, quiero decir. Pero lo peor es cuando por cuestiones del seguro tenemos que hacer una visita a las ruinas de la fábrica para medir los daños. 

—Dicen los bomberos que el incendio fue provocado… —gime Violeta, aferrada al brazo de James mientras recorremos lo que fuera la primera planta en donde estaba el almacén—. No ayudó mucho que el edificio fuera antiguo, el cielo de machimbre contribuyó a que el fuego se propagara; los del seguro solo cubrirán el 40% de los daños, un equivalente a tres millones…

Por medio de una escalera que ha traído el hombre de la aseguradora, logramos subir al segundo piso, ese lugar que nunca me gustó, la pequeña fábrica. Menos mal mi hermana logró convencer al viejo de trasladar la producción principal a un lugar más grande donde también pudieran manufacturar algunos tejidos de punto y dejar en este edificio sólo los hilos. James frunce el ceño, creo que tiene algunas preguntas al respecto que no se atreve a formular y me imagino que tienen que ver con los trabajadores, si vamos a despedirlos y si lo hacemos cómo vamos a conseguir el dinero para indemnizarlos. La verdad no lo sé.

El tercer nivel es el más duro para mí. Casi no lo dañaron las llamas; el humo apenas y subió. Pienso que quizás de haber estado yo habría podido convencer a Matt de esperar a que llegaran los bomberos y no le habría pasado mayor cosa; quizá de haberme esforzado un poco en escuchar lo que tenía para decirme en medio del ruido del radio en el auto de Lex y los ladridos de su perro…

La puerta de nuestra habitación está derribada. 

—Ella me llamó, me dijo que estaba atrapada… —gime mi hermana—. Le dije que intentara echarla abajo pero nunca me imaginé que lo lograría ¡Todo esto es mi culpa, soy una estúpida…! 

James la consuela rodeando su hombro y alcanzando un pañuelo. 

—Es que es terca —reflexiona mi amigo—. Odia perder y que le digan que no puede hacer algo la estimula a intentar aun más fuerte. Ya saben, me recuerda mucho a otra persona que conozco. 

Me llevo las manos a la cabeza, las palabras de Doña Marta, la mamá de Matt cuando me dijo, “es una luchadora”, se repiten una y otra vez en mi mente como un disco viejo. Matt es solo un ser humano aunque a veces ella olvidé eso, su frágil cuerpo no resistió ni bajar por completo la escalera. 

—Huellas de perro —solloza mi hermana, señalando la puerta caída—. Allí y en el piso… y por todas partes. Los bomberos encontraron a Yoda  muerto detrás de la entrada... 

Trago saliva para contener ese sabor salado que ya siento en mi garganta. Ese odioso perrito que solía ladrar al escucharnos a Matt y a mi teniendo sexo y que hasta un día me derribó porque pensó que la estaba atacando. 

Adiós destino y gracias por todo… 

—¡Sebastian! —grita James desde la recámara. 

Me enseña la carpeta, mi carpeta, aún sobre el somier. Al darle un vistazo nuestra historia pasa por mi mente como el trailer de una película: las tardes de sexo, los paseos, las noches juntos abrazados, las promesas de amor que nos hicimos, los sueños incluso las discusiones por tonterías.

—Había decidido dejarte atrás —sentencia mi hermana.




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