Año 9.595 N.E.
El enfrentamiento con los guardianes espectrales en el desfiladero había dejado sus cicatrices, tanto en la moral del grupo como en el fuselaje de la Cóndor. La maravilla tecnológica de Cawdor, aunque formidable, ahora ostentaba varias abolladuras y quemaduras oscuras donde los etéreos látigos de energía habían impactado con saña. Sus reservas de energía, cruciales para los sistemas de sigilo y soporte vital en aquel entorno hostil, habían mermado peligrosamente. Markethe, con la invaluable ayuda de un Miachyv imperturbable que parecía tener una solución para cada avería, había logrado estabilizar la nave y encontrar un pequeño valle oculto, un improbable oasis de relativa calma entre los imponentes picos nevados. Allí, realizarían reparaciones de emergencia y permitirían que el grupo, compuesto por los cuatro "marcados" y sus jóvenes pero decididos compañeros de la Hermandad –Valend, Ghon, Quzury, Arnolf, Farani, y las hermanas Tina y Lys–, se recuperara del brutal encuentro. El aire en el exterior era gélido, tan cortante como el cristal, y el silencio opresivo de aquellas alturas solo era roto por el silbido lastimero del viento y el ocasional crujido ominoso del hielo en las laderas.
Dentro de la nave, el ambiente era una mezcla de agotamiento y tensión contenida. Alcorth había sufrido varias quemaduras energéticas superficiales al enfrentarse a los espectros en la cornisa. Su formidable constitución, producto de un linaje que él mismo apenas comenzaba a intuir como "diferente", y los rápidos primeros auxilios de Alice –quien, a pesar del temblor que aún persistía en sus manos, había logrado aplicar ungüentos alquímicos de efecto rápido y activar un regenerador dérmico de campo de su equipo médico-científico– estaban acelerando notablemente su curación. La furia que lo había poseído durante el combate, aquel ardor escarlata en sus ojos rojo oscuro que tanto había impresionado y preocupado a sus compañeros, se había disipado lentamente, dejándolo exhausto pero con una nueva y sombría conciencia de la fuerza casi ajena que bullía en lo más profundo de su ser.
Mizarth, por su parte, se había convertido en el inesperado eje de la defensa contra los espectros. Su capacidad recién descubierta para "ver" los núcleos de esencia de aquellas criaturas había permitido a Ëadrail y Alice dirigir sus ataques con una precisión letal que había sorprendido a todos, incluyéndose a sí mismo. Las flechas imbuidas de la energía sombría de Ëadrail, guiadas por las concisas indicaciones de Mizarth, habían encontrado los puntos vulnerables de los seres etéreos, mientras que las descargas eléctricas de Alice, aunque visiblemente menos efectivas contra su naturaleza incorpórea, habían logrado desestabilizarlos lo suficiente para que los golpes de Ëadrail fueran definitivos. Había sido un primer y caótico ensayo de trabajo en equipo bajo una presión extrema, y aunque habían salido victoriosos, el costo en energía y nervios había sido alto.
Valend y Ghon, junto a Quzury y los hermanos Zeta, habían permanecido en la nave, ofreciendo fuego de cobertura con las armas de corto alcance de la Cóndor y asistiendo a Miachyv en la gestión de los daños, sus rostros jóvenes marcados por la tensión y la admiración por la valentía de quienes habían bajado a enfrentarse a lo desconocido. Tina y Lys, aunque menos experimentadas en combate directo, habían ayudado a Alice con los heridos, sus propias habilidades elementales aún demasiado incipientes para ser usadas en un enfrentamiento tan caótico.
—Esos seres… no eran demonios comunes, como los que enfrentamos en Neipoy —comentó Alice, su voz aún algo temblorosa, mientras revisaba una de las múltiples pantallas de diagnóstico de la nave que Miachyv había logrado reactivar con pericia. La pantalla mostraba unas extrañas y erráticas fluctuaciones en el campo energético local—. Su firma era… casi vacía, como si fueran ecos de algo que alguna vez tuvo vida plena, pero de lo que ahora solo queda la intención pura, una directriz grabada en la nada.
—Los textos más antiguos de la Hermandad, aquellos que rara vez ven la luz, los mencionan como "Ecos Dolientes" o, en algunas traducciones más poéticas, "Vigías Olvidados" —aportó Miachyv desde la cabina de mando, su voz amplificada por el intercomunicador interno de la nave, siempre serena y precisa—. Se dice que son las esencias persistentes de guerreros ancestrales, atados a ciertos lugares sagrados o malditos por juramentos incumplidos en vida o por el peso de grandes tragedias. Con el paso de los eones, se corrompen, o quizás se simplifican, hasta convertirse en meros guardianes instintivos, desprovistos de memoria o razón. Su presencia aquí es una clara indicación de que nos acercamos a territorios imbuidos de una magia muy antigua, muy poderosa.
—Y, por lo tanto, muy peligrosa —añadió Markethe, quien acababa de terminar de asegurar un panel exterior del fuselaje que había quedado peligrosamente suelto. Se quitó los guantes térmicos, revelando unas manos enrojecidas por el frío—. No creo que hayan sido los últimos guardianes que encontremos en este camino. El Valle de los Reyes, si las leyendas son ciertas, no revelará sus secretos fácilmente. Debemos ser más cautelosos, más unidos.
Tras dos días de febriles reparaciones improvisadas, utilizando los limitados recursos de la nave y la ingeniosidad de Miachyv y Alice, y de una tensa vigilancia donde cada sombra en movimiento parecía una nueva amenaza, la Cóndor estuvo en condiciones de reanudar el viaje, aunque sus sofisticados sistemas de sigilo a base de grafeno estaban ligeramente comprometidos. Volaron a menor altitud, una táctica arriesgada pero necesaria, siguiendo las intrincadas indicaciones de antiguos mapas estelares que Miachyv había logrado cruzar con las fragmentarias leyendas sobre la ubicación exacta del Valle. El paisaje bajo ellos se transformó en un lienzo aún más inhóspito: una tierra desolada de rocas negras y afiladas como dientes, glaciares de un azul enfermizo que crujían y gemían con el peso de los siglos, y vientos huracanados que aullaban entre los picos como almas en pena buscando una salida imposible.