El Sello: La Rebelión De Los Caídos

Capítulo 10: Prueba de Tierra – La Sabiduría de los Hermanos

Año 9.595 N.E.

La oscuridad tras el umbral de piedra era de una densidad casi líquida, un vacío que parecía devorar no solo la escasa luz que se aventuraba a filtrarse desde el extraño y luminoso Valle del exterior, sino también el sonido y el calor. El aire era frío, inmóvil, cargado con el olor penetrante del polvo acumulado durante milenios incontables, a piedra húmeda que nunca había conocido el sol, y a algo más, un aroma sutil y ligeramente metálico, casi imperceptible, que erizaba el vello de la nuca y susurraba a una parte primitiva del cerebro la palabra "peligro". Un silencio profundo, casi reverencial, como el que se encuentra en las tumbas de los dioses olvidados, envolvía al grupo de la Hermandad mientras avanzaban con una cautela instintiva por un corredor ciclópeo. Sus paredes, talladas en la misma piedra basáltica negra y pulida que el exterior del colosal monumento, se perdían en una penumbra insondable por encima de sus cabezas, dando la impresión de que caminaban por las entrañas de una criatura petrificada de tamaño inimaginable. El suelo bajo sus botas de combate, también de basalto, devolvía cada paso con un eco apagado y solemne que parecía ser absorbido inmediatamente por la inmensidad opresiva del lugar.

Miachyv, siempre pragmático, activó un pequeño emisor de luz sónica adosado a su muñequera, un discreto dispositivo de grafeno de última generación que proyectaba ondas de sonido de alta frecuencia, inaudibles para el oído humano, para mapear el entorno inmediato en un display holográfico tridimensional que flotó ante sus ojos. La imagen que se formó, una red de líneas verdes y azules sobre un fondo negro, reveló un pasadizo largo y sorprendentemente recto, que descendía con una pendiente suave pero constante hacia las profundidades desconocidas de la estructura. En esta primera sección, no había adornos superfluos, ni inscripciones crípticas, solo la imponente y austera arquitectura de una era olvidada, una demostración de poder y propósito que trascendía la mera funcionalidad.

—La estructura interna parece ser un laberinto complejo de cámaras interconectadas y corredores que se ramifican en múltiples niveles —informó Miachyv en voz baja, su aliento formando pequeñas nubes de vaho en el aire helado—. Los sensores de la nave, antes de que los pusiéramos en hibernación, apenas pudieron penetrar unos pocos metros de esta roca. Los que llevo conmigo no detectan formas de vida orgánica en las inmediaciones, pero hay fluctuaciones energéticas extrañas, casi erráticas, por todas partes, como el latido de un corazón dormido pero inmenso. Procedan con extrema cautela, cada paso podría activar algo.
Markethe asintió en la penumbra, sus ojos adaptándose rápidamente a la oscuridad, escudriñando cada sombra con la intensidad de un depredador. Se volvió hacia Mizarth, que caminaba con una mano ligeramente apoyada en el robusto hombro de Alcorth para mantener el equilibrio y la dirección en la negrura física.

—Mizarth, ¿percibes algo con tu… nueva visión? ¿Algún camino más claro, alguna amenaza inmediata?
Mizarth, cuya ceguera lo había sumido en un mundo de sensaciones intensificadas, cerró sus ojos vendados, no por necesidad, sino por costumbre, para aislarse de cualquier distracción externa y sumergirse en el torrente de información que sus sentidos agudizados y su extraña percepción interna le ofrecían. El flujo de energía que había sentido con tanta fuerza en el exterior del Valle era aún más palpable aquí, como si estuvieran caminando por las arterias mismas de una criatura ancestral y colosal.

—Hay… caminos —dijo finalmente, su voz un susurro que apenas se distinguía del eco de sus propias pisadas—. Corrientes de energía, como ríos subterráneos, fluyen en direcciones específicas a través de estas paredes, bajo este suelo. Algunas son tranquilas, casi serenas, como un estanque en calma. Otras… otras están agitadas, turbulentas, casi hostiles al tacto de mi mente. Creo que este corredor principal por el que avanzamos sigue una de las corrientes más serenas, por ahora. Pero siento… siento que nos estamos acercando a un nexo, un punto de confluencia donde varias de estas corrientes se cruzan y se arremolinan con gran poder. Allí podría haber algo… o alguien.

Siguieron avanzando durante lo que parecieron horas interminables, aunque el concepto del tiempo en aquel lugar primigenio parecía haberse distorsionado, volviéndose elástico e incierto. El corredor finalmente se abrió, de forma abrupta e inesperada, a una vasta cámara circular. Era un espacio de proporciones asombrosas, tan grande que las paredes curvas se perdían en la distancia, y el techo abovedado se elevaba a una altura tal que parecía un cielo nocturno propio, tachonado de extraños cristales de un blanco lechoso que emitían una luz pálida, difusa y sin fuente aparente, bañando la estancia en un resplandor fantasmal.

En el centro exacto de la cámara, como el ojo de un ciclón petrificado, se alzaba una plataforma circular de piedra más clara, quizás de alabastro o mármol veteado. Sobre ella, tres figuras humanoides, altas y envueltas en túnicas de un tejido que parecía cambiar de color con la luz –del blanco más puro al gris más profundo y al azul de medianoche–, los aguardaban en un silencio absoluto. No se movieron cuando el grupo entró, pero todos sintieron el peso de sus miradas invisibles, una observación intensa y penetrante que parecía desnudar sus almas. Eran los antiguos.

Una de las figuras, la que ocupaba el centro de la plataforma y parecía ligeramente más alta o quizás solo irradiaba una mayor autoridad, dio un paso adelante. Su rostro permanecía oculto en la sombra profunda de su capucha, pero su voz, cuando finalmente habló, resonó en la cámara con la profundidad de las edades, clara y sin emoción aparente, pero cargada de un poder innegable.

—Habéis llegado, viajeros de un tiempo lejano. Vuestra presencia ha sido… anticipada. La Lanza del Destino os ha marcado, y su llamado ha resonado incluso en este Valle Olvidado.




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