El Sello: La Rebelión De Los Caídos

Capítulo 12: Prueba de Fuego – La Lealtad Inquebrantable

Año 9.595 N.E. (Dentro del Santuario de los Antiguos, en paralelo con las otras Pruebas)

El portal rojo sangre ante el que se encontraban Valend y Ghon pulsaba con una energía palpable, un calor seco que emanaba de su superficie trémula y que prometía un desafío tan ardiente como el color que lo definía. A diferencia de la penumbra húmeda que habían cruzado Alice y Ëadrail, o la oscuridad terrenal que envolvía a Mizarth y Alcorth, este umbral parecía conducir directamente a las fauces de un volcán. Valend, la resuelta hija de Ron, sintió un cosquilleo de aprensión mezclado con una extraña excitación; su afinidad con el elemento aire a menudo la hacía sensible a los cambios extremos de temperatura y presión, y lo que sentía más allá de aquel portal era intenso.

Ghon, a su lado, apretó con más fuerza la mano de Valend. Su rostro, normalmente abierto y jovial, estaba ahora tenso, sus nudillos blancos alrededor de la empuñadura de su fiel espada. Carecía de los dones elementales que poseían sus compañeros, una realidad que a veces lo hacía sentirse como una pieza discordante en aquella sinfonía de poderes extraordinarios. Pero lo que le faltaba en habilidades arcanas, lo compensaba con una valentía a toda prueba y una lealtad hacia Valend que era tan sólida como la roca de las montañas que los rodeaban.
—¿Lista? —preguntó él, su voz un poco más grave de lo habitual, intentando infundir una confianza que él mismo apenas sentía.
Valend le dedicó una sonrisa que, aunque tensa, estaba llena de determinación. —Siempre lista si estás a mi lado, Ghon. Vamos a demostrarles a estos antiguos de qué estamos hechos.
Juntos, con las manos entrelazadas como un ancla en la incertidumbre, cruzaron el portal.

Fueron recibidos por una oleada de calor sofocante, como si hubieran entrado en la fragua de un herrero infernal. El aire era espeso, cargado con el olor acre del azufre, el humo denso y las cenizas incandescentes que flotaban como luciérnagas malignas. Se encontraron en lo que parecía ser el interior de una vasta mazmorra volcánica, una red de túneles y cámaras excavadas en roca basáltica de un negro rojizo, iluminada por el resplandor siniestro de ríos de lava que fluían por profundos canales en el suelo y por antorchas de un fuego antinatural que ardían con llamas de un naranja intenso en nichos tallados en las paredes. El sonido dominante era un rugido grave y constante, el latido de la tierra fundida, acompañado por el silbido del vapor que escapaba de las grietas y el ocasional estruendo de rocas al desprenderse en la distancia.

Una tablilla de obsidiana, incrustada en la pared junto a la entrada ahora sellada del portal, brillaba con runas ígneas. Valend se acercó con cautela, sintiendo el calor que irradiaba la piedra. Al rozarla con la punta de los dedos, las palabras se formaron en su mente, claras y ominosas:
“El fuego prueba el metal, el fuego consume la escoria, el fuego revela la verdadera fortaleza. En sus llamas se forja la lealtad más pura, y se consume el miedo que anida en el corazón. Aquellos unidos por un lazo inquebrantable, dispuestos al sacrificio por el otro, encontrarán el camino a través de la conflagración. Aquellos cuya unión sea frágil, o cuyos corazones alberguen la duda, serán devorados por las llamas eternas. Vuestro camino es a través de la forja; vuestro tiempo, medido por el pulso del corazón del volcán. Que vuestra lealtad sea vuestro escudo, y vuestro amor, vuestra guía.”

—"La lealtad más pura… el sacrificio por el otro…" —murmuró Ghon, mirando a Valend con una nueva intensidad en sus ojos—. Parece que esta prueba está hecha a nuestra medida, ¿no crees?
Valend asintió, sintiendo una oleada de afecto y confianza hacia él. —Si se trata de lealtad, Ghon, no tengo ninguna duda. Pero no subestimemos esto. El fuego es un elemento implacable.
Avanzaron con cautela por el primer túnel, el calor oprimiéndolos, el sudor perlando sus frentes a pesar de la tecnología de regulación térmica de sus trajes de la Hermandad. No tardaron en encontrarse con el primer obstáculo: una imponente puerta de metal ennegrecido, del grosor de un escudo de asedio, que bloqueaba completamente el pasadizo. La puerta no tenía manijas ni cerraduras visibles, pero a intervalos regulares, de unos orificios situados en las paredes a ambos lados, surgían con un rugido ensordecedor unas lenguas de fuego líquido, tan intensas que hacían que el metal de la puerta brillara al rojo vivo. Justo después de que las llamas se retrajeran, la puerta se deslizaba hacia arriba con un chirrido agónico, permaneciendo abierta apenas unos segundos antes de volver a caer con un golpe atronador, justo cuando una nueva oleada de fuego barría el pasillo.
—Tenemos que pasar por ahí —dijo Ghon, su voz apenas audible sobre el rugido intermitente de las llamas, señalando la puerta con su espada.
—¿Y cómo se supone que lo haremos sin convertirnos en antorchas humanas? —preguntó Valend, observando con aprensión el ciclo mortal de fuego y metal. El tiempo entre la retracción de las llamas, la apertura de la puerta y su cierre era aterradoramente corto.
Ghon estudió el mecanismo durante varios ciclos, su mente, aunque no entrenada en las artes arcanas, sí estaba acostumbrada a la precisión y el cálculo rápido de un guerrero. —Tenemos que sincronizar nuestros pasos con el ciclo exacto de las llamas y el movimiento de la puerta. En cuanto las llamas se retiren y la puerta comience a subir, tenemos que correr como si el mismo infierno nos persiguiera y pasar antes de que se cierre de golpe y la siguiente llamarada nos alcance. No hay margen para el error.
—¿Estás seguro de que podemos hacerlo? Un segundo de vacilación y… —Valend no terminó la frase, pero la imagen de ser atrapados por el fuego era vívida en su mente.
Ghon tomó su mano, sus dedos firmes y tranquilizadores a pesar del calor que emanaba de su propia armadura. —Confía en mí, Valend. Y más importante aún, confía en ti misma. Somos fuertes, somos rápidos, y aunque yo no tenga tus dones, soy lo bastante valiente como para seguirte hasta el fin del mundo. Podemos hacerlo. Juntos.
Valend respiró hondo, el aire caliente y sulfuroso llenando sus pulmones. La fe inquebrantable en los ojos de Ghon fue el ancla que necesitaba. —Está bien, Ghon. Confío en ti, y en nosotros. Vamos a hacerlo.
—Bien —dijo Ghon, su mirada ahora fija en el ritmo hipnótico de las llamas y la puerta—. Entonces prepárate. Observa el patrón. Voy a contar hasta tres en el momento justo, y cuando diga ‘¡ya!’, corremos sin mirar atrás. ¿De acuerdo?
Valend asintió, su arco ya en la mano, aunque no sabía de qué le serviría contra aquella trampa de ingeniería infernal.
Ghon se concentró, su cuerpo tenso como la cuerda de un arco, sus ojos siguiendo el ciclo una y otra vez. Esperó el instante preciso en que las llamas comenzaban a retroceder hacia los orificios.
—¡Uno…! —las llamas se encogían.
—¡Dos…! —la puerta comenzaba su ascenso con un gemido metálico.
—¡Tres…! —la abertura era apenas suficiente para pasar agachándose.
—¡YA! —gritó Ghon, y ambos se lanzaron a la carrera, sus corazones latiendo con la fuerza de un tambor de guerra.




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