El Sello: La Rebelión De Los Caídos

Capítulo 19: Cenizas y Revelaciones

Año 9.595 N.E. (Inmediatamente después de la batalla en el Salón del Sello)

El silencio que siguió a la implosión de los portales era más ensordecedor que cualquier grito de guerra. Era un silencio pesado, espeso, cargado con el olor acre del ozono, la piedra calcinada y la amarga ceniza de la esperanza. El gran Salón del Sello, antes un lugar de reverencia y poder contenido, era ahora una tumba humeante, un testimonio de la batalla fratricida que acababa de librarse. Cráteres marcaban el suelo de basalto, las paredes estaban agrietadas y ennegrecidas, y los antiguos tapices que narraban la historia de la Hermandad colgaban en jirones carbonizados.

En medio de la devastación, los supervivientes comenzaron a moverse, sus gestos lentos, como los de sonámbulos despertando de una pesadilla. Markethe fue el primero en reaccionar, su mente de estratega luchando por imponer orden en el caos emocional. Se arrodilló junto a un Valkano que gemía de dolor, su brazo en un ángulo antinatural, y luego se movió hacia Quzury, Arnolf y Farani, comprobando sus signos vitales. Estaban vivos, pero gravemente heridos, sus cuerpos magullados y rotos.
—¡Sanadores! —gritó Markethe, su voz resonando con una autoridad que no sabía que aún poseía—. ¡Necesitamos sanadores aquí, ahora!
Los miembros de la Hermandad que habían sobrevivido a la refriega en los pasillos exteriores comenzaron a entrar en el salón, sus rostros una mezcla de horror y desconcierto ante la escena. Alice, superando su propio shock y agotamiento, ya estaba arrodillada junto a Ghon, su maletín de alquimia abierto, aplicando un gel regenerativo en sus heridas más graves.

La escena más desgarradora, sin embargo, se desarrollaba en el centro del salón. Valend permanecía de rodillas donde había caído, su cuerpo sacudido por sollozos silenciosos, el arco y la flecha que habían desterrado a su padre yacían a su lado como objetos profanos. Ikuel estaba a su lado, con una mano en su hombro, su propio rostro una máscara de conflicto, dividido entre el alivio de no haber dado el golpe mortal y el horror de lo que su hermana se había visto obligada a hacer. Tina, Lys y Citlali los rodeaban, formando un círculo de dolor compartido, unidas en la tragedia de haber perdido a su padre a manos de sí mismas.
Alcorth, con Lord Nor y Ameda a su lado, se acercó a Mizarth, que yacía inmóvil cerca de donde había sido arrojado. Por un aterrador instante, pensó que su hermano estaba muerto. Pero entonces, Mizarth tosió, un sonido áspero y doloroso, y se movió lentamente.
—La Lanza… —murmuró, su mano buscando a tientas el arma, que yacía a pocos metros, su brillo dorado ahora atenuado, como si estuviera tan exhausta como su portador.
—Está aquí, hermano. Estás bien —dijo Alcorth, su voz ronca de emoción, mientras ayudaba a Mizarth a sentarse.

Fue en medio de este panorama de duelo y destrucción cuando las tres figuras de los antiguos se hicieron visibles de nuevo. Habían permanecido en un rincón de la sala, observando las consecuencias con una tristeza que parecía tan antigua como el propio universo. La figura de ojos ambarinos dio un paso al frente.
—Lo que ha ocurrido aquí es una tragedia de una magnitud que no habíamos presenciado en milenios —dijo, su voz resonando con una profunda pena—. La corrupción era más profunda, más arraigada de lo que habíamos previsto. El eco del Sello falso, alimentado por la inmensa energía de vuestro Gran Maestro, se convirtió en una entidad propia. El ritual… solo sirvió como catalizador para su violenta manifestación.
—¿Hay… hay alguna esperanza para él? —preguntó Markethe, su mirada perdida en el espacio vacío donde Ron había desaparecido.
—Siempre hay esperanza mientras el alma no sea completamente aniquilada —respondió el antiguo de ojos esmeralda—. Pero el camino de regreso desde la dimensión caótica a la que ha sido desterrado será arduo, si es que es posible. Y la entidad que ahora lo posee luchará con todas sus fuerzas para evitarlo.
Un nuevo y pesado silencio cayó sobre el grupo. La idea de que Ron pudiera estar perdido para siempre era casi demasiado para soportar.

En ese momento, una nueva energía comenzó a manifestarse en el centro de la sala. No era oscura ni caótica, sino fluctuante, inestable, como un espejismo en el desierto. El aire se arremolinó, y de la nada, una figura comenzó a tomar forma, parpadeando dentro y fuera de la existencia. Era un hombre de mediana edad, de aspecto musculoso y cabello negro, apoyado pesadamente en un bastón. Su forma era translúcida, como un fantasma luchando por hacerse sólido.
—¡Maestro Sagga! —exclamó Valkano, reconociéndolo de inmediato.

La forma translúcida de Sagga, como un espejismo en el aire, parpadeaba dentro y fuera de la existencia.
—Las fisuras… la explosión… debilitaron el tejido lo suficiente —la voz de Sagga resonó no en el aire, sino directamente en sus mentes, débil y distorsionada—. No por mucho tiempo… Deben escuchar…
Los antiguos se giraron hacia la aparición, una chispa de reconocimiento y sorpresa en sus ojos milenarios.
—Sagga, el mensajero… —murmuró el de ojos amatistas—. Sobreviviste a Verch y a la traición de nuestro hermano.
—Apenas —respondió la mente de Sagga, su forma parpadeando con más intensidad—. Galaroz me subestimó. Y Verch… Verch se deleitó demasiado en su cruel castigo. Pero no hay tiempo para eso. Deben entender… El Sello que corrompió a Ron… no es el verdadero. Es una infección parasitaria, una emanación de la réplica de Odrac… Ron, en su deseo de poder para protegerlos, abrió la puerta a ese parásito y este lo consumió.
La revelación fue como un golpe en el estómago. Ron no solo había sido corrompido; había sido engañado, utilizado.
—Han desterrado la manifestación, pero la fuente original, la réplica de Odrac, sigue intacta —continuó Sagga, su forma volviéndose cada vez más transparente—. Y ahora, Odrac sabe de ustedes. Sabe de la Lanza. No esperará. Su ataque final es inminente…
—Y Ron… —preguntó Citlali, su voz apenas un susurro—. ¿Qué hay de nuestro padre?
La forma de Sagga pareció entristecerse. —Está perdido en las corrientes del caos… Para traerlo de vuelta… se necesitaría un poder inmenso… mi tiempo… se acaba…
La imagen de Sagga comenzó a desvanecerse, su voz mental convirtiéndose en un eco cada vez más débil. La fisura dimensional que le permitía comunicarse se estaba cerrando.




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