Año 9.595 N.E. (Dos días después de la batalla contra el Destructor)
El gran salón de guerra de la Hermandad Adelfuns, una cámara circular excavada en la roca viva bajo el corazón del castillo, estaba impregnado de una atmósfera de sombría solemnidad. Normalmente, este lugar vibraba con la energía de la estrategia y la anticipación, pero hoy, el aire estaba cargado de duelo y de una urgencia que pesaba sobre todos los presentes como una mortaja. Las altas paredes, cubiertas de pantallas de grafeno translúcido, ya no mostraban mapas tácticos de regiones lejanas, sino imágenes en bucle de la devastación en el Salón del Sello, análisis de las fluctuaciones energéticas que habían precedido a la transformación de Ron, y los rostros de los guerreros caídos en la batalla.
Alrededor de la inmensa mesa redonda de piedra pulida, cuyos veinticinco puestos rara vez se ocupaban en su totalidad, se habían congregado los restos del liderazgo de la Hermandad y sus nuevos y extraños aliados. Markethe, en el asiento que tradicionalmente ocupaba el general supremo, presidía la reunión, su rostro una máscara de agotamiento y una determinación forjada en el dolor. A su lado, Lord Nor Patmus, aunque todavía frágil, emanaba una autoridad tranquila y veterana, su presencia un ancla en la tormenta. Valkano, con un brazo en un cabestrillo de soporte sónico que aceleraba la curación de sus huesos, mantenía una expresión dura, la pérdida de su amigo y la traición de su poder habiéndole robado su habitual jovialidad. Sagga, ahora sólidamente presente en el mundo físico, estaba de pie detrás de ellos, apoyado en su bastón, sus ojos observando todo con una sabiduría ganada en el infierno del limbo.
Los cuatro "marcados" estaban sentados juntos, una unidad forjada en el crisol de las pruebas y la tragedia. Alcorth, imponente y silencioso, su mirada fija en el centro de la mesa, su mente repasando una y otra vez la inminente batalla. Mizarth, con la Lanza del Destino desmontada y envuelta en paños a sus pies, parecía percibir las corrientes de emoción en la sala como si fueran colores y texturas. Alice, con su mente analítica ya procesando la información de los antiguos, tenía varias tabletas de datos flotando ante ella. Y Ëadrail, con su habitual calma impenetrable, observaba a cada persona en la sala, evaluando sus fortalezas y debilidades.
Los hijos de Ron también estaban presentes, sentados juntos, un frente unido de duelo y resolución: Valend, Ikuel, Citlali, Tina y Lys. Cerca de ellos, Quzury, Arnolf y Farani, recuperándose de sus heridas pero insistiendo en estar presentes, representaban la tenacidad de los guerreros de la Hermandad. Incluso Aedius Vaisman, el rey de Cawdor, había llegado esa misma mañana en su nave insignia, alertado por una comunicación urgente de Markethe, su presencia subrayando la gravedad de la crisis a nivel mundial.
Las tres figuras encapuchadas de los antiguos se mantenían en un discreto segundo plano, su presencia una presión silenciosa y constante en la sala.
—Hemos perdido mucho —comenzó Markethe, su voz clara y firme, cortando el tenso silencio—. Hemos perdido al Gran Maestro emérito. Hemos perdido, por ahora, a Ron, nuestro líder y mi hermano. Nuestra fortaleza ha sido violada desde dentro, y nuestros corazones están rotos. Pero no hemos perdido la guerra. No hemos perdido nuestra determinación. Las revelaciones que nuestros compañeros han traído del Valle de los Reyes, y la advertencia de Sagga, nos dan un camino, por peligroso que sea.
Hizo un gesto, y el holograma central de la mesa cobró vida, mostrando un mapa detallado de los mares del sur, destacando una isla rodeada de una energía oscura y pulsante.
—Odrac. Y su réplica del Séptimo Sello. Esa es la fuente de la infección que corrompió a Ron. Esa es la amenaza inmediata que podría sumir a nuestro mundo en una era de oscuridad demoníaca. Los antiguos nos han revelado la existencia de las reliquias primordiales, los componentes necesarios para restaurar el verdadero Séptimo Sello. Propongo que organicemos equipos de búsqueda de inmediato. Si podemos restaurar el Sello original, podríamos tener un poder capaz de contrarrestar no solo a Odrac, sino también a la amenaza mayor que se oculta tras él. Es nuestra mejor opción a largo plazo.
Sagga golpeó el suelo de piedra con la base de su bastón, el sonido seco y autoritario atrayendo todas las miradas.
—"A largo plazo" es un lujo que no poseemos, Markethe —dijo, su voz rasposa pero llena de una certeza inquebrantable—. Tu lógica de estratega es impecable, como siempre, pero tu reloj está desincronizado con la realidad del campo de batalla. La búsqueda de esas reliquias podría llevar años, quizás décadas. Son objetos ocultos por el poder de la misma creación, dispersos por los rincones más peligrosos y olvidados del mundo. Son la clave para ganar la guerra, sí, pero no sobreviviremos a la batalla de mañana si nos enfocamos en ellas ahora.
El antiguo de ojos ambarinos, cuya figura encapuchada parecía absorber la luz de la sala, habló, su voz resonando no en los oídos, sino directamente en las mentes de los presentes.
—El Maestro Sagga tiene razón. La búsqueda de las reliquias es el camino correcto, el camino de la restauración y el verdadero equilibrio… pero es un camino que debe recorrerse sobre terreno estable. El terreno sobre el que se encuentran ahora mismo está a punto de derrumbarse bajo sus pies.
Alcorth golpeó la mesa con un puño cerrado, haciendo que los hologramas parpadearan violentamente. —¿Entonces qué hacemos? ¿Nos sentamos a tejer cestas y esperar a que Odrac convierta nuestro mundo en su infierno personal mientras buscamos una lágrima de un dios olvidado?
—No —la voz mental del antiguo fue cortante como el hielo—. Hacen lo que deben hacer para sobrevivir al día de mañana. Odrac ha sido alertado por el despertar de la Lanza. Su orgullo y su arrogancia no le permitirán esperar. Desatará el poder de su Sello falso en cualquier momento, buscando aniquilarlos antes de que puedan dominar el poder que se les ha otorgado. Su plan debe ser detenido en su origen.
—La búsqueda de las reliquias debe ser su último recurso, una vez que la amenaza inmediata haya sido neutralizada —continuó la voz del antiguo, ahora con un tono de finalidad absoluta—. Su misión ahora, la única que importa, la única que puede garantizarles un futuro en el que luchar, es un asalto directo y quirúrgico. Deben ir a la isla de Odrac, deben abrirse paso a través de sus defensas y sus hordas, y deben usar la Lanza del Destino para destruir esa abominación de Sello antes de que él la use para destruir su mundo. Es un plan casi suicida, sí. Pero es el único que tienen.
Un silencio pesado se instaló en la sala. La crudeza de la misión era abrumadora. Un asalto directo a la fortaleza de un señor demoníaco.
—Lo haremos —dijo Mizarth, su voz tranquila pero resonando con una certeza que heló a algunos y envalentonó a otros—. La Lanza nos ha elegido. Esta es nuestra carga.