El Sello: La Rebelión De Los Caídos

Capítulo 22: Furia Celestial y Terrenal

Año 9.595 N.E. (En la Isla de Odrac)

El aire en la desolada explanada frente al palacio de Odrac se había vuelto tan denso y cargado que parecía sólido, un cristal a punto de estallar bajo una presión insoportable. El desafío de Alcorth, nacido de la más pura y cruda furia mortal, aún flotaba en el ambiente, una afrenta directa a la majestad divina de los Siete Arcángeles. Miguel, el de la luz azul zafiro, no movió un solo músculo, pero la intensidad de su aura se incrementó, haciendo que el suelo de roca contaminada vibrara bajo los pies de los cuatro mortales. Los otros seis arcángeles, un espectro viviente de colores celestiales, se mantenían inmóviles, sus presencias un juicio silencioso y abrumador.

—La insubordinación es el primer paso hacia la corrupción —la voz mental de Miguel resonó, no con ira, sino con la fría certeza de una ley universal—. Han sellado su destino. Contendremos su poder. Tomaremos el artefacto. Es la Voluntad del Equilibrio.

—¡Pues el Equilibrio tendrá que arrancármelo de las manos! —rugió Alcorth, y la batalla estalló.
No esperó una respuesta. Con sus espadas gemelas en mano, se lanzó contra Miguel, un toro de cerametal y furia. El arcángel, con una calma que rayaba en el desdén, materializó su propia espada de luz azul y recibió la embestida. El choque inicial fue como el de dos meteoritos colisionando. La onda de choque agrietó el suelo en un radio de diez metros y lanzó a Alice y Ëadrail hacia atrás. Pero Alcorth no cedió. Empujó, un torrente de poder brotando de él, su furia alimentando su fuerza.
—¡Tú! —gruñó, sus ojos escarlatas fijos en los de Miguel, y las palabras que salieron de su boca parecieron venir de otro tiempo, de otra voz—. ¡Tú, que perdonaste al Traidor! ¡Tú, que permitiste que la Sombra se extendiera por tu debilidad! ¡Tuviste a Verch a tu merced y le mostraste una piedad que él nunca tuvo! ¡Por tu fallo, incontables almas se perdieron!
Miguel, por primera vez, mostró una reacción. Una microexpresión de sorpresa cruzó su rostro perfecto. —¿Verch? ¿Cómo un mortal como tú conoce ese nombre y juzga actos que ocurrieron antes de que tu raza aprendiera a escribir?
La pregunta solo avivó las llamas de Alcorth. —¡Porque yo estaba allí! —rugió, aunque su mente consciente no entendía del todo sus propias palabras. Era un conocimiento visceral, un rencor grabado en su alma.
La batalla entre ellos se convirtió en un duelo personal, un choque de voluntades tan potente como el de sus armas.

Mientras tanto, los otros arcángeles comenzaron a moverse. Gabriel, el de la luz dorada, avanzó hacia Alice y Ëadrail. Uriel, el vigilante de luz naranja, se enfocó en Mizarth y la Lanza. Los otros cuatro —Rafael (verde), Sariel (rosa), Remiel (violeta) y Raguel (rojo)— permanecieron como una reserva imponente, observando.
La lucha de Alice y Ëadrail contra Gabriel fue una lección de humildad. Cada ataque de ellos era anticipado, cada finta era ignorada. El báculo de luz de Gabriel se movía en arcos perfectos, desviando el látigo de plasma de Alice y los ataques sombríos de Ëadrail con una facilidad frustrante.
—Su poder es admirable, mortales —dijo la voz mental de Gabriel, serena y didáctica—. Pero es un poder crudo. No tienen disciplina. No entienden la geometría del combate, la armonía del movimiento. Se lanzan contra mí como olas contra un acantilado.
Pero no eran simples olas. Alice, sintiendo la energía abrumadoramente pura de Gabriel, comenzó a hacer algo que nunca había intentado: en lugar de atacar, usó su poder de "peste" no como un arma, sino como un escudo de interferencia. Proyectó un campo de energía caótica y debilitante a su alrededor, una "anti-luz" que no dañaba a Gabriel, pero que parecía distorsionar su percepción, introduciendo un "ruido" en su perfecta armonía.
Gabriel parpadeó, su siguiente movimiento ligeramente menos perfecto. Fue la apertura que Ëadrail necesitaba. Con una velocidad increíble, ya no atacó de frente, sino que usó sus sombras para deslizarse por el borde del campo de interferencia de Alice, apareciendo en el flanco del arcángel para un ataque rápido que Gabriel se vio obligado a bloquear de forma menos elegante. La batalla de ingenio había comenzado.

Con Mizarth, el enfrentamiento era diferente. Uriel era pura velocidad y agresión, un cometa naranja que buscaba arrebatarle la Lanza. Pero Mizarth, ciego y quieto en el centro de su propio universo sensorial, era un maestro de la defensa. La Lanza del Destino se movía en sus manos no como un arma que él blandía, sino como una parte de él, un sexto sentido. Se anticipaba a los ataques de Uriel, interceptando cada golpe con un destello de luz sagrada. Su mente, liberada de la tiranía de la vista, procesaba la energía, la intención, el flujo del combate. Y lentamente, comenzó a hacer algo más que defenderse. Con cada parada, sentía la energía de Uriel, la aprendía, y en su siguiente movimiento, no solo bloqueaba, sino que desviaba, usando la propia fuerza del arcángel en su contra. Uriel, por primera vez en eones, se encontró luchando contra su propio eco.

La sorpresa inicial de los arcángeles comenzó a transformarse en una seria preocupación. Alcorth, impulsado por su furia ancestral, estaba empezando a igualar la fuerza de Miguel, su poder crecia permitiéndole resistir y devolver golpes que habrían desintegrado a cualquier otro ser. Alice y Ëadrail, con su extraña combinación de caos y sigilo, habían logrado romper el ritmo perfecto de Gabriel, forzándolo a una batalla real. Y Mizarth, el ciego con la Lanza, no solo estaba conteniendo a Uriel, sino que parecía estar ganando terreno conceptualmente.
—Estos mortales… su potencial es anómalo. Crece a un ritmo exponencial —comunicó Rafael (verde), el sanador, sintiendo las fluctuaciones de poder—. No están luchando para sobrevivir. Están… evolucionando.
Miguel, mientras bloqueaba un golpe devastador de la montante de Alcorth, tomó una decisión. —¡Hermanos, basta de contención! ¡Sometedlos! ¡Ahora!
Fue la señal que los otros cuatro arcángeles esperaban.
Raguel, el de la furia roja, se lanzó en picado para ayudar a Miguel, su espada de fuego carmesí buscando unirse al asalto contra Alcorth.
Remiel, el de la luz violeta del pesar, avanzó hacia el duelo de Gabriel, sus poderes buscando afectar las emociones de Alice y Ëadrail, sembrar la duda y el miedo en sus corazones para quebrar su coordinación.
Sariel y Rafael, la compasión y la sanación, se movieron para flanquear a Mizarth, no para atacarlo directamente, sino para intentar crear un campo de energía pura que pacificara la Lanza, que la separara de su portador sin violencia directa.




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