El Senador

Capítulo 3

Seis horas después, arribo a Bogotá–Colombia, mi tierra, mi país. Al menos en medio de todo lo malo, podré pasar un tiempo con mi familia.  


Al bajar del avión un auto, me está esperando. El hombre joven se presenta como mi nuevo chofer, toma mis maletas, las pone en el maletero y me abre la puerta para que me suba.  


—Vamos señora Harper— Dice el hombre, de forma amable.  


—Duarte— Respondo, inmediatamente. 


—¿Qué?— Pregunta el hombre desconcertado.  


—Llámeme, señora Duarte por favor— digo mientras subo al lujoso auto—Ya le doy la dirección donde debe llevarme, digo mientras tomo mi celular, para llamar a mi madre. 


—Ya el señor me indicó, a donde llevarla— Responde el hombre en forma amable.  


—Usted va a llevarme, donde yo le indique, sin importar lo que haya dicho el señor y sí por si acaso, él se queja, se enoja o enfada, dígale de mi parte, que recuerde que él, ya no es nada mío y que por lo tanto, no le debe interesar nada de  mi vida.  


—Sí señora— contesta el hombre apenado.  


Veinte minutos después, estoy arribando a la casa de mis padres, es una casa modesta, pero acogedora y ubicada en un buen  lugar, fue lo primero que hice, cuando empecé a ganar dinero, comprarle esta casa a mis padres.  


Bajo del lujoso auto y toco el timbre del lugar, para ver a mi madre segundos después, abrir la puerta. Al verme, inmediatamente me abraza, por su reacción deduzco que la noticia ha corrido como pólvora, en los medios y las redes sociales. Pero era de esperarse, somos o más bien éramos, una de las parejas mas reconocidas y queridas del mundo de la política.  


—Pasa— Dice mi madre.  


El chofer, entra con la maleta y se queda de pie esperando instrucciones.  


—Puede retirarse— Le digo en tono amable. 


—¿Necesita que venga a recogerla más tarde, señora? —Pregunta el hombre. 


—No, no será necesario— Usted no será mi chofer, por favor infórmele a su jefe, que no quiero ni necesito nada de él. 


—Si, señora— Responde el hombre, con algo de pena, para luego salir del lugar.  


Volteo hacía mi madre y me lanzo a sus brazos, buscando ese consuelo que solo ella puede darme, en estos momentos.  


Luego de saludar a mis padres, entro a la habitación que mi mamá me preparó, es la que uso cada vez que vengo, bueno que veníamos Farid y yo. Recuesto mi cabeza en la cama e intento dormir, para olvidar si es que acaso eso es posible. 


—Eres mía nena, solo mía— Dice Farid a mi oído con esa voz ronca y sexy, que me enloquece. 
—Solo yo puedo tocarte, poseerte y amarte de esta manera, fuiste hecha para mí— Dice, en un sexy susurro, mientras me hace suya. 
Mis manos, acarician su espalda ancha y robusta, mientras mis piernas se enrollan en sus caderas, para aminorar el espacio y que se adentre más profundo en mí. 
—Soy tuya amor y sí, fui hecha para ti, a tu medida, a tu molde. Giro de manera que quede ahora yo sobre él, para tomar el control, lo hago de forma lenta, como sé que le gusta, mientras mi boca se apodera de la suya, en un beso exigente, que no hace más que magnificar las sensaciones, que experimentan nuestros cuerpos al entregarse, Farid y yo somos como fuego y combustible, provocamos una explosión al estar juntos, los gemidos, los jadeos, la respiración agitada,  el sonido de nuestros labios, besando, lamiendo, succionando, hacen una especie de erótica melodía, que nos lleva a un mundo de placer en el que él y yo somos los protagonistas, así ha sido desde siempre, Farid ha sido mi único hombre, mi única experiencia, pero sé que no necesito más, porque siento que llena mi cuerpo y mi corazón por completo.  


Despierto sobresaltada, después de ese intenso sueño, mi cuerpo está sudado y siento que todo en mi tiembla, maldita sea, será que Farid Harper, no me dejará en paz  ni en mis sueños. 


                                    ******** 
—¡Carajo!— Habla Farid. 


—¿Qué quieres que te diga madre? —Es cierto, Alana y yo nos divorciamos— Respondo, mientras ato el nudo de mi corbata. 


—Y si sabes que no solo enteraste tu matrimonio, sino también tu carrera política, porque Alana Duarte, era la mente maestra de tu campaña para senador, era tu mano derecha, la mujer detrás del poder y tu as bajo la manga, para llegar al senado, no era tu esposa de adorno, era tu aliada camino al senado, baboso hijo mío.  


—El candidato soy yo, mamá— Espeto molesto. 


—Pues la mente maestra es ella, cariño mío— Pero bueno, como dijo el sabio Salomón con su música cantando, el trasero que quiere azote, el mismo lo anda buscando, te metiste en este lío solito y te va a tocar, salir de él solito, porque yo no pienso interceder por ti con Alana, esa mujer es más terca que una mula y de seguro debe estar odiándote— termina diciendo mi madre, mientras camina a la salida de mi habitación— Ah y si acaso dudas lo de tu suicidio político, mira las encuentas de esta noche y verás, cuanta razón tienen mis palabras. 


De todo lo que dijo mi madre, lo único que me hizo estremecer, fue que Alana me odie — No, eso no, ella me ama y va a entender mis razones, cuando todo esto acabe y pueda explicarle, seguro que lo hará, si así será. 
Salgo de la casa y una multitud de periodistas, están apostados en la entrada, no pienso dar declaraciones de manera informal, para ello haré una rueda de prensa, clro si mi madre acepta ayudarme, porque era Alana, la que se ocupaba de todo eso. 


Ignoro a los periodistas y entro al auto, luego le pido al chofer que me lleve a mi oficina. Marco el teléfono del chofer que contrate para Alana, para saber como marcha todo con ella. 


—Buen día, señor— Contesta el hombre al otro lado de la línea. 




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