Todos quieren cambiar algo.
Otras personas, una situación, el mundo que los rodea, lo que son o no capaces de hacer, siempre hay algo que cambiar, ¿no es así? Todos quieren algo que no tienen, quieren piel de diferente color, ojos más grandes, cejas menos espesas, labios prominentes, la inteligencia de alguien más, piel sin manchas, nariz recta o menos larga, talento en algo, trabajo estable, una familia, una pareja, más dinero, ser los primeros en todo, morir, vivir más tiempo, pies más pequeños, eliminar una enfermedad,
no sentir, sentir todo...
La campana de la iglesia tocaba con gentileza las puertas y ventanas, de hasta la más recóndita estructura habitable en la ciudad de Balsa, arrojaba su sonata a las gotas que se deslizaban de las hojas en los árboles, a las rocas sobresalientes en los arroyos y se acurrucaba con los gorriones en los nidos dentro de huecos en troncos. Y los niños traviesos se salían de sus camas, para correr a una ventana y ver el ambiente neblinoso de la mañana, entre ellos, un bebé tan curioso como un diente de león, con pelusa blanca en su cabeza e irises copiando el cosmos.
Un diminuto y más susceptible Kidd, bajando la larga escalera de su casa, arrastrándose entre escalones para evitar el riesgo de caer. Su pie rozó la madera rasposa del piso principal y su cuerpo se balanceó al frente, parado con ambas piernas llevó los brazos extendidos a su costado, manteniendo el equilibrio, en sus ojos, el mundo constaba de una plaza, dos locales y el sendero a casa; ubicado al pasar los árboles en la orilla de la carretera—que finalizaba en el centro de la ciudad—, se formaba un camino de tierra.
El niño pasó el comedor, quedando a un lado de la puerta trasera de la casa, inspeccionó la cocina iluminada por el resplandor de un teléfono pegado a la pared, todas las ventanas estaban cubiertas por persianas, bloqueando la luz. Abrió la puerta trasera y salió, pisándose la vasta del pijama y buscando los instrumentos de jardinería de su hermano mayor. Kidd usó toda su fuerza para sujetar el rastrillo, para barrer las hojas esparcidas por su patio.
Se volteó para admirar la luz proveniente de una de las habitaciones del segundo piso y sintió sus piernas flaquear, le fallaban, todo su cuerpo fallaba en moverse, a excepción del fuerte agarre que sus manos tenían en el palo del rastrillo. Un manotazo alcanzó su nuca, no hubo pasos ni voces, ni el rechinar de una puerta, el golpe le sacó un susto de muerte, sin aviso.
—La marea se lleva a los que creen que pueden ir contra ella—cuchicheó una chiquilla de pelos dorados a otro; que se ponía de cuclillas para alcanzar la altura de Kidd, esbozando una media sonrisa. El niño temió que aparte de los mellizos, el resto de sus hermanos estuvieran despiertos.
La chiquilla alzó la mano contra el niño, pero su mellizo intervino, cargando a Kidd repentinamente y alejándose para volver dentro de la casa—¡Me toca preparar el desayuno y él me va a ayudar! —Las palabras de Kvet le hirvieron la sangre a su hermana, y estando aún parada procesando lo que pasó, maldijo entre dientes y se puso a barrer las hojas.
En los brazos de su hermano, Kidd captó por el rabillo del ojo que, como supuso, sus hermanos ya estaban despiertos, enterneció la mirada cuando lo dejaron en una silla del comedor y con un ademán, le ordenaron que mezclase lo que estaba dentro del bowl sobre la mesa. La misma chiquilla de antes entró, dándole un gesto con las cejas a su mellizo "Ya está", ella barrió exitosamente todas las hojas sin problema, ambos niños tenían una cabellera larga y lisa; que les tapaba la espalda, y sus ojos compartían el mismo color, un celeste profundo.
Sábado por la mañana, Yak se despidió de sus hermanos con un beso en sus frentes, aunque se rehusaran, tomó su maletín del sofá; que dentro tenía sus herramientas para limpiar zapatos; betún, un cepillo, un pañuelo y una silla desplegable, y se fue cerrando la puerta tras él. Los demás se encontraban sentados alrededor de la mesa, el segundo piso estaba vacío y por lo bajo se escuchaba el agua del lago golpeando contra los neumáticos colgando de las sogas en el embarcadero.
Kvet se amarró el cabello para que no se le enredara al comer, su melliza le copió la acción y corrió su silla para quedar más cerca de él, se sonrieron y ambos empezaron a comer la ensalada y pasta del día anterior. Kidd pasaba su tenedor por el plato de vidrio causando un ruido estremecedor, que enchinándole hasta los huesos a sus hermanos.
No le dieron el tiempo suficiente para parar, porque su hermana mayor entró al comedor solo para arrebatarle el tenedor al niño y reprochar—Tántalo, berilio y zinc... son como los tres demonios—mencionó, antes de señalarlos en orden de edad—, cráteres sus, los platos y los toteles de aris, aris, aris, le debo llevar comida al carapán —exclamó, con una mueca de aflicción y pena. Kvet le pisó el pie a su melliza por accidente a causa de la ansiedad y la chiquilla se levantó solo para tirarle el plato de comida, Kidd se aferró a la parka de su hermana y con su mano libre tomó su plato, esperando que la mayor se retirase para él seguirla. Se avecinaba un huracán y él no quería estar cerca.