El sol no sabe dejar de brillar

Capítulo 5

En el momento que decidí volver a tomar control de mi vida, junto con eso decidí hacer bien algunas cosas que no solía hacer. Una de ellas era mantener al tanto a mi familia acerca de mi vida personal. En una visita a mis padres, casualmente les comenté que había alguien en mi vida. El silencio sepulcro que eso ocasionó me dio a entender que no podía ser casual en eso, no con ellos. Las preguntas llegaron a montones, el chico despertó desconfianza en ellos incluso antes de que hablara de él. Eran emociones complicadas las de mis padres, por un lado el alivio y felicidad de que yo pudiera volver a relacionarme con una persona, por otro el descontento y repudio por cualquier persona que se relacionara conmigo. Pero la exagerada sobreprotección de ellos era algo con lo que posiblemente tendría que vivir de por vida.

Mi padre se mostró preocupado porque estuviera viendo a alguien mucho menor que yo. Mi madre hizo eco de mi hermana y me pidió que considerara ir a ver a mi terapista.

Ellos vivían inseguros desde mi relación con Darío.

 

Días después, no muy casualmente, recibí una llamada de mi famosa terapista. Ya había oscurecido y Alan y yo estábamos en la terraza de un restaurante a punto de cenar. Aprovechando que casi no había gente con nosotros, me aparté de la mesa para desechar la más que incómoda llamada lo más rápido posible. Ella no me dejaba y finalmente admitió lo obvio, alguien de mi familia le pidió que se ponga en contacto conmigo.

—Realmente no puedo ponerme hablar en este momento —insistía para que se rindiera.

—Ismael, no estoy llamando con las intenciones que tu familia quiere. No hago esas tonterías.

No dije nada, creía lo que me decía.

—¿Cómo estás? —preguntó tranquila.

Me inquietaba un poco, esa mujer lo sabía todo, y la peor parte de eso era que yo mismo se lo había contado.

—Estoy muy bien, de verdad. Duermo bien, tengo buen apetito y hace meses que no me pongo neurótico —me reí de mí mismo—. Lo que pasó ya es un recuerdo y no parte del presente.

—Ese tal Alan, ¿es buena persona?

—Sí, es muy especial. No hagas caso de lo que haya inventado mi familia, no lo conocen, solamente están paranoicos.

—Y me alegra que tú no seas igual.

—De verdad no puedo seguir hablando, discúlpame.

—Ven a verme algún día. No porque crea que lo necesites, si no porque me gustaría saber que es de tu vida, me gustaría que me pongas al corriente.

—De acuerdo.

Aunque dudaba mucho que hiciera tal cosa como ir a verla, me daba un poco de vergüenza la idea de sentarme frente a ella después del espectáculo que había hecho de mi persona en cada sesión.

 

Esa ola de honestidad siguió con uno de mis amigos, Horacio, ya que ninguno sabía que tenía afinidad con personas de mi mismo sexo. Siempre opté por mantener oculto ese detalle porque años atrás no concebía la posibilidad de que permitiera que alguien volviera a entrar en mi vida. Dentro de mi autoimpuesto celibato, no tenía caso para mí hablar de esos temas. Pero las cosas ya no eran como antes, así que sentado en un bar frente al más viejo de mis actuales amigos di la noticia sin mucha ceremonia. No quería una escena.

Su respuesta fue una extraña mirada con un constante golpe de dedos sobre la mesa.

—Siempre creí que eras raro. Y hablo de raro de raro, no de raro de gay. De hecho... esto te hace más normal a mis ojos.

—¿Gracias?

Se cruzó de brazos mirándome aún de esa extraña forma, como intentando deducir algo. No podía quejarme, la verdad era que lo estaba tomando muy bien.

—Pero sí estabas mal de la cabeza. Sin ofender.

Me reí asintiendo. Lo había conocido en mi peor época, aunque él, como los demás, ignoraba lo que pasaba conmigo entonces. Finalmente se relajó apoyándose en la mesa.

—Va a ser extraño el día que te vea con alguien.

—¿De verdad no tienes problemas con todo esto?

—Solamente necesito acostumbrarme a la idea. —Se sonrió—. Los demás van a ponerse frenéticos. —Me miró con maldad—. Como nadie sabía nada de tu vida íntima, empezamos a hacer apuestas.

—¿Es broma?

—Hace año y medio que empezamos a apostar. Yo ya perdí.

—¡¿Qué?!

Lamentablemente los creía capaces de algo como eso. Me apoyé en mis manos ocultando mi rostro, riendo un poco nervioso por la idea de que mis amigos se sentaran a crearse ideas ridículas sobre mí.

—¿Qué apostaste? —pregunté de repente animado por lo absurdo de la situación.

—Aposté que estabas dentro de una secta.

 

Fue tan sólo al otro día que di la noticia al resto, sintiéndome aliviado de que al menos Horacio ya supiera y contaba con su apoyo. La primera reacción de cada uno fue esperar a ver cómo reaccionaba el resto, lo que se convirtió en una cadena sin reacción. Al final lo tomaron bien, aunque quedaron sorprendidos, un par se incomodaron pero aseguraron que no era nada serio.

Supe de las apuestas de todos, fue inevitable. No me hicieron sentir muy bien con algunas de sus ideas, de los cinco ninguno acertó. Pero luego todo se resumió en bromas, bizarros debates, risas y burlas.

En medio de la reunión, mi celular sonó anunciando una llamada de Alan. Graciosos como se creían, no dejaron que me moviera de mi lugar para tomar la llamada, obligándome a contestar frente a ellos. Hicieron silencio y con pena me presté para lo que querían.

Llamaba para darme las buenas noches, cosa que por lo general hacía por mensaje. Mirando a mi alrededor, me di cuenta que había algo en mi expresión por las risas silenciosas.

—¿Pasa algo? —escuché preguntar a Alan ante mi silencio.

Suspiré.

—Mis amigos están conmigo, escuchando, porque mi vida parece ser más entretenida que la de ellos.

Con eso terminaron el silencio y empezaron a quejarse por lo poco divertido que yo era. Alan escuchó parte del pequeño escándalo.



#44782 en Novela romántica

En el texto hay: homosexual, gay, lgbt

Editado: 05.03.2019

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