Mis padres y hermana no reaccionaron como hubiera deseado a la noticia, admitieron que les preocupaba que me estuviera dejando llevar por la emoción de estar en una nueva relación. Aparentemente los tenía muy poco convencidos que alguien mucho más joven y sin experiencia pudiera satisfacer mis necesidades. Incluso mostraron sospecha y desconfianza en los motivos, como ellos llamaban, que podría tener para interesarse en alguien más grande. No quise discutir con ellos sabiendo que no sólo estaban siendo condescendientes con Alan, si no que también conmigo. Era a mí a quien no creían capaz de desarrollar emociones normales, ni mencionar una relación. Me creían aún afectado. En todo caso insistían en que fuera prudente con respecto a Alan. Sin duda me molestó todo eso, pero entendí que, como sucedió con el resto de mi vida, debía dejar que ellos mismos vieran que yo estaba bien.
Así que estuve muy animado el día que mi familia lo conocería. Alan alentaba mi seguridad al mostrarse entusiasmado con el encuentro. Ninguno de nosotros estábamos haciendo nada malo ni nos movían razones equivocadas, seguir adelante sin ocultar nuestra alegría era la manera de demostrarlo. Alan pensó eso cuando yo conocí a sus padres.
Ese día todo salió mejor de lo que hubiera esperado, él se ganó la simpatía de todos sin sufrir de ningún momento incómodo. El ser joven y no ser el tipo de joven que ellos imaginaban, fue lo que hizo magia. Sin contar cuanto les hacía reír que pudiera hablar tanto, les calmaba, creo, que fuera extrovertido. Yo fui luego el centro de la desconfianza de mi familia que pasó a acosarme para que me comportara digna y decorosamente con Alan, en el caso de no estar haciéndolo.
Las cosas no dejaban de salir bien y siguieron días de pura felicidad. Sin intención de presumir.
Que Alan estuviera contento de estar conmigo era lo único que importaba.
Las cosas con sus padres mejoraron un poco gracias a un evento organizado por los míos, en el cual estaríamos todos juntos. Mis padres enfatizaban su deseo de verme tener una vida pacífica. Mi padre tuvo la idea, asegurando que los padres de Alan estarían más tranquilos si conocieran a mi familia.
Tuvo razón.
La reunión fue muy agradable y yo dejé de parecer algún tipo de monstruo ante los padres de Alan.
La madre de Alan estuvo muy interesada en conseguir información sobre mis antecedentes, pero mi familia supo muy bien evadir el tema de mis relaciones pasadas. Aunque no me importaba negarle información a esa señora, me preocupaba la repercusión que el extraño aparente acuerdo para no dar dato alguno podría tener en Alan.
En el tiempo que llevaba con él, varias fueron las ocasiones donde el tema de mi pasado quiso hacerse presente y, por reflejo, evité o desvié el tema. Cuando pensaba en eso, me encontraba con todo un dilema porque una parte de mí quería contárselo, como muestra de cuanto lo quería. Confiarle voluntariamente mi historia cargaba un gran significado emocional. Pero la otra parte de mí no quería, por lo denigrante que sería. Además no había necesidad de que él pasara por la desagradable experiencia de escuchar las cosas que habían ocurrido.
Alan intentaba con bromas o comentarios casuales probar si yo estaba dispuesto a compartir algo de mi vida anterior y se mostraba comprensivo ante mi nula predisposición. Muchas veces sentía deseos de pedirle disculpas, pero no daba oportunidad cambiando él mismo de tema. Mostraba una tolerancia que ninguna otra persona hubiera tenido, incluyéndome.
Fue después de la reunión de nuestros padres que decidió ser directo, acorralándome. Un jueves cuando recién llegábamos del trabajo a mi casa, me recosté en mi cama completamente vestido y él vino a hacerme compañía. Yo estaba tranquilo sin saber lo que vendría. Alan aflojaba mi corbata cuando habló.
—Algún día... ¿Vas a contarme sobre tu pasado?... ¿Sobre ese del que nunca hablas?
Me quedé mirando el techo sintiéndome repentinamente intimidado. No dije nada, no podía. Sentí a Alan acomodarse al lado mío, su mano en mi pelo, yo no sabía qué hacer.
—Está bien —lo escuché susurrar con cierta seriedad.
Me angustié, no quería que se sintiera rechazado por mí. Pero no conseguía reunir el valor necesario para hablar. Estuvimos en silencio luego de eso y mi mente se desesperaba pensando que no estaba bien lo que ocurría.
—Pasaron cosas muy feas —me encontré diciendo, sin entender de dónde sacaba la voluntad para hacerlo—. Y no quiero ensuciar el presente con el pasado. —En sólo segundos pasó por mi mente toda memoria que tenía del día que terminé en el hospital—. Ya todo pasó.
Me di vuelta para estar frente a él, me miraba preocupado porque no entendía nada. Tuve una terrible urgencia en ese momento, teniéndolo en mis brazos, de no dejar que se sientiera rechazado. Sonreí dolido.
—Viví tres años con alguien que no estaba muy bien —no era sincero, por él y por mí suavizaba la realidad—. Me hacía mucho daño pero siempre lo perdonaba. No importaba lo que hiciera, yo lo perdonaba.
Alan estaba atento, acariciando mi cabeza. Me acerqué más a él.
—Él era muy celoso y posesivo, hasta hizo que dejara de ver a mi familia. —Pensé un poco antes de seguir—. Yo creía en todo lo que decía. Para mí siempre tenía razón cuando se enojaba.
—¿Se enojaba mucho?
—Creo que vivía enojado —contesté forzando una sonrisa.
Tomé la mano de Alan que aún seguía en mi cabeza y la besé. Deseaba que él supiera todo sin la incómoda situación de contárselo, pero tal cosa no era posible.
—¿Por qué se enojaba?
—Pensaba que yo no le era fiel. O al menos que no quería serlo, porque me controlaba lo suficiente para asegurarse de que no pudiera engañarlo. —Suspiré silenciosamente bajando mi mirada, miles de imágenes pasaban por mi mente—. Fueron muy pocos los momentos en los que realmente estuvimos bien. Lo normal era que estuviéramos mal.