El lunes Alma llegó al acuario como siempre, con el pelo húmedo y la mochila colgando de un solo hombro. Había dormido poco por culpa de Leti, que aún seguía arrastrándose por la casa, jurando que nunca más iba a probar una gota de alcohol “hasta nuevo aviso”.
Alma entró al local como cada mañana. La luz azulada seguía igual. Las peceras burbujeaban con ese sonido calmo que ya se le había metido en el cuerpo. Pero Matilde no estaba en su banqueta habitual.
Tampoco en la trastienda.
Ni en la pequeña cocina donde solía preparar té.
Ni sentada frente a la pecera de los peces plateados.
Nada.
Jacinto estaba parado junto al tanque grande, sacando unas piedras decorativas y limpiándolas con un cepillo. La miró apenas al entrar.
—Vamos a cerrar por tres días —dijo, sin saludar—. Por luto.
Alma se quedó quieta. No entendía.
—¿Qué pasó?
—Matilde falleció anoche.
Así. Sin más.
Como si le estuviera avisando que se acabó el alimento para bettas.
Alma sintió un nudo en el estómago.
—¿Cómo? ¿Qué le pasó?
—Se fue. Ya estaba grande. No hay que hacer preguntas.
—Pero el viernes estaba bien… hablaba normal.
Jacinto la miró por primera vez en serio.
—Algunas cosas no se anuncian. Pasa lo que tiene que pasar.
Se volvió hacia el tanque, acomodando las piedras como si fueran piezas de ajedrez. Alma no se movió.
—¿Va a haber velorio?
—No.
—¿Y su familia?
—No tiene.
—¿Va a estar bien?
Jacinto no respondió. Solo dijo:
—Volvé el jueves. Si querés seguir trabajando, llegá temprano. Si no, te entiendo.
Alma asintió, todavía sin saber bien por qué. No sabía si estaba de acuerdo, si se sentía triste o solo confundida. Había algo que no cerraba.
Cruzó la puerta del acuario con una sensación extraña en el cuerpo.
Matilde no era su amiga, ni su familia, pero algo se le había quedado pegado.
Su forma de mirar el agua. Su silencio constante. Sus respuestas a medias.
Y sobre todo, lo rápido que Jacinto la había borrado del lugar.
Demasiado rápido.
Demasiado fácil.
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Esa noche, en casa, Leti le preguntó qué tenía. Alma no supo qué responderle. Solo dijo que en el acuario iban a cerrar unos días.
—¿Se te murió un pez?
—No —dijo Alma, mirando al techo—. Una persona.
Leti se quedó en silencio, rara vez la veía así.
Alma apagó la luz temprano.
Y por primera vez en mucho tiempo, soñó con agua.
Oscura.
Fría.
Y una voz debajo que no sonaba como Matilde.