El fascinio es una trampa más peligrosa que el pavor. En los días que siguieron al enfrentamiento en el estudio, Elara no podía escapar de su propia mente. La imagen de los ojos de Kael, aquellos pozos de absoluta vacuidad que ella misma había creado, ardía detrás de sus párpados. El miedo aún estaba allí, sí, un sabor amargo y familiar en la base de la lengua. Pero ahora estaba entrelazado por un hilo de una curiosidad prohibida y autodestructiva. Él la había inmovilizado, sí, pero no la había lastimado físicamente. Él había admirado su arte. Él la comprendía.
Esa idea era un veneno lento y seductor. Mientras caminaba por la ciudad, veía a las personas comunes con sus preocupaciones comunes y sentía un abismo de incomprensión entre ellas y ella. Ella cargaba un secreto cósmico y terrible, y una parte de ella, una parte que la avergonzaba profundamente, se alimentaba de esa exclusividad sombría. La noche ya no era solo una amenaza; era una expectativa malsana, un reencuentro marcado con lo prohibido.
Fue en ese estado de ánimo, suspendida entre el terror y una anticipación febril, que el sueño finalmente la venció. No fue una rendición, sino una convocatoria. No cayó en el sueño; lo atravesó, como si cruzara un velo húmedo y frío, y entró en un lugar donde las reglas de su realidad se habían disuelto.
El despertar no fue una transición, sino una caída. Un pestañeo, y la realidad sólida de su apartamento se derritió como azúcar en un líquido caliente. Elara "estaba" en casa, pero todo estaba profunda, visceralmente mal. Las paredes de color claro ya no eran inertes; respiraban. Una pulsación lenta y rítmica hacía que el yeso y la pintura se hincharan y contrajeran, como el flanco de un animal dormido y colosal. El aire era pesado y oleoso, difícil de inhalar, y llevaba un olor dulce y nauseabundo de flores pudriéndose en una tumba antigua.
Se encontró de pie en la sala, pero el suelo bajo sus pies descalzos tenía la textura de piel fría y húmeda. El pasillo que llevaba al dormitorio no terminaba en la puerta familiar; se extendía hacia un túnel de oscuridad absoluta, un embudo intestinal e infinito. En los laterales de este túnel, patrones complejos y orgánicos se contorsionaban bajo una superficie semejante a un líquido negro, como gusanos gigantescos nadando en petróleo. Ya no estaba en su mundo. Había sido tragada por el Reino de las Sombras de Kael, una pesadilla lúcida y tangible de la que no había un simple despertar que la salvara.
Y entonces, lo vio.
Sentado en su propio sillón favorito, aquel de terciopelo verde donde leía las tardes de domingo, estaba Kael. Ya no era una pintura, ni una sombra fugaz. Era sólido, tridimensional, horriblemente real. Su ropa era oscura, de un corte antiguo y elegante—un abrigo largo de un tejido que no reflejaba la luz, sino que la devoraba, creando un vacío con forma de hombre. Sus manos, pálidas y con dedos largos y afilados, reposaban sobre los brazos del sillón con la postura despreocupada de un soberano en su trono. Su rostro era una versión perversamente refinada de la figura que ella había pintado: pómulos altos, piel de un blanco marmóreo y labios finos y levemente húmedos. Pero los ojos... los ojos seguían siendo los mismos pozos de oscuridad absoluta, agujeros en el universo que parecían vaciar el alma misma de quien osara mirarlos.
Cuando habló, su voz no era un susurro mental, sino un sonido real, reverberando en el aire pesado. Era una voz pulida, culta, con la cadencia de un noble de una corte hace tiempo olvidada por la historia.
"El miedo es un banquete para los sentidos, mi querida Elara," dijo, sus labios finos curvándose en un esbozo sutil de sonrisa que no alcanzaba sus ojos vacíos. "Y su paladar... es verdaderamente exótico. Rico en matices. Usted no se contenta con el susto simple de los monstruos bajo la cama. No. Usted teme a la soledad que resuena en un pasillo vacío, al abandono que susurra en las promesas incumplidas, a la oscuridad primordial que habita en el mismísimo núcleo de su ser. Es una exquisitez rara. Un vino de sabor complejo y... embriagador."
Se levantó, y su movimiento era una fluidez sobrenatural, como si se deslizara sobre el aire en lugar de caminar. Un pánico primitivo estalló en Elara. Intentó retroceder, girar sobre sus talones y correr hacia el túnel infinito—cualquier lugar sería mejor que esa presencia—pero sus pies estaban atrapados en el suelo. Las sombras a su alrededor se habían solidificado, transformándose en un charco de alquitrán negro y frío que se aferraba a sus tobillos como garras.
Kael se acercó sin prisa, llenando el espacio con su aura opresiva. Se detuvo a centímetros de ella, y podía sentir el frío que radiaba de su cuerpo, un hielo que no era de temperatura, sino de ausencia de vida. Inclinó la cabeza, su rostro pálido se cernía frente al de ella. Ella cerró los ojos, un acto último y fútil de defensa.
El beso no fue lo que cualquier parte de su mente racional podría haber previsto. No fue el toque gélido de la pesadilla anterior. Fue una sobredosis sensorial de pura energía negativa. Fue placer físico—intenso, cortante, casi doloroso en su potencia—una ola de éxtasis químico que hizo cantar a cada terminal nervioso de su cuerpo en agonía y deleite. Pero instantáneamente, como la otra cara de la misma moneda, llegaron las visiones: el rostro amoroso de sus padres disolviéndose en podredumbre y gusanos; ella misma cayendo de espaldas en un pozo sin fin, sus propios gritos siendo los únicos sonidos en el vacío; la sensación de insectos minúsculos y helados arrastrándose bajo su piel, ocupando cada centímetro de su cuerpo. Era una violación completa—de su mente, de sus recuerdos más íntimos, y una seducción perversa de su propio sistema nervioso. Era terror y placer fundidos en una única experiencia que la partió en dos, resquebrajando los mismos cimientos de quien era.
Elara despertó en la vida real con un jadeo seco, arrojada en la cama como un trapo sudoroso. Su cuerpo entero temblaba incontrolablemente, no de frío, sino de un shock postraumático. Un sabor a cenizas y metal dulce, como sangre vieja, envenenaba su boca. Se sentó en la cama, jadeante, los brazos rodeando su propio cuerpo en un vano intento de contenerse.
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Editado: 14.10.2025