El silencio en el apartamento era ahora diferente. Ya no era la quietud expectante del terror, sino el vacío pesado de la rendición. La oferta de Kael resonaba en la mente de Elara, una sinfonía perversa que mezclaba la promesa de todo lo que siempre había querido como artista con la condena de todo lo que era como ser humano. "El precio eres tú." Las palabras no eran una amenaza, sino un contrato, y la parte más aterradora de su alma ya lo estaba firmando con sangre imaginaria.
Miró sus manos, las mismas que le habían dado forma a Kael en el lienzo. Ya no temblaban. Estaban frías, casi inertes. La desesperación, un cáncer que se alimentaba de la última chispa de su esperanza, se volvió más fuerte que el miedo. El miedo era una respuesta a una amenaza externa; la desesperación era la aceptación de que no había escapatoria. Y fue esa desesperación muda y profunda la que la llevó a las calles, sin un destino en mente, pero con una necesidad ciega de encontrar algo, cualquier cosa, que no fuera él.
Sus pies la llevaron por calles laterales cuyos nombres ni siquiera conocía, donde la ciudad moderna daba paso a callejuelas de adoquines y fachadas descascaradas. Fue entonces cuando lo vio, escondido entre una cafetería llena de humo y una tienda de conveniencia con luces fluorescentes: "El Pergamino Olvidado". El letrero era de madera astillada, las letras casi borradas por el tiempo. El escaparate estaba abarrotado de libros con lomos envejecidos, un cristal púrpura y el esqueleto polvoriento de un pequeño pássaro.
La puerta crujió con un gemido bajo cuando la abrió. El interior era una caverna de papel y sombras. El aire era espeso, cargado con el olor a polvo de siglos, cola animal descomponiéndose, papel viejo y una mezcla acre de salvia quemada y ruda. La luz era tenue, filtrada por estantes abarrotados que se elevaban hasta el techo, creando cañones estrechos de conocimiento olvidado.
Detrás de un mostrador de madera oscura, tallado con símbolos que Elara no reconoció, una mujer la observaba. Tenía el cabello canoso recogido en un moño desaliñado, y su rostro era un mapa de finas líneas de expresión. Sus ojos, de un gris casi plateado, parecían haber sido testigos del mundo nacer y morir innumerables veces. No se movió, ni sonrió. Solo miró a Elara por encima de sus gafas redondas, y la mirada era tan penetrante que parecía leer las palabras sucias escritas en su alma.
"Hueles a la tormenta a punto de desatarse," dijo la mujer, su voz era áspera como lija, pero no hostil. Era una simple declaración de hecho. "Y a la sombra que la precede. Y a la tinta... siempre la tinta. El olor de tu pacto." Inclinó la cabeza hacia un sillón de cuero agrietado cerca de una pequeña estufa de leña. "Siéntate, niña. Creo que ya estás demasiado cansada para seguir huyendo. Las sombras, cuando son tuyas, siempre te alcanzan."
Elara, sin poder articular palabra, obedeció. Sentarse en aquel sillón fue como dejar caer el peso de semanas de sus hombros. Estaba exhausta.
"Tú eres Iris," dijo Elara, leyendo el nombre en una pequeña placa en el mostrador.
"Algunos me llaman así," respondió la mujer, con un encogimiento de hombros que abarcaba eras. "Otros, de otras formas. El nombre es el envoltorio, no el regalo."
Iris salió de detrás del mostrador, su falda larga susurrando contra el suelo de madera. Se dirigió a una de las estantes del fondo de la tienda, un área aún más sombría, donde pilas de libros con encuadernaciones de cuero y títulos en oro desvaído parecían crecer unos sobre otros como hongos.
"¿Qué me está pasando?" La voz de Elara salió quebrada, una admisión de derrota.
Iris sacó un volumen pesado, sopló el polvo y lo abrió en una página que mostraba un grabado de una figura hecha de humo y ojos vacíos. "Él tiene muchos nombres. Espectros del Vacío. Parásitos Emocionales. En la lengua antigua, son los Devoradores." Cerró el libro con un golpe sordo. "No habitan nuestro mundo, ni un infierno mitológico. Existen en los intersticios, en las grietas entre la realidad y el sueño, en el vacío entre un pensamiento y otro. Y se alimentan. De emociones fuertes, puras. El miedo, por supuesto, es su pan de cada día. Pero también el dolor, la desesperación... y el éxtasis oscuro de la creación corrompida."
Se dio la vuelta y miró a Elara con una intensidad que era casi física. "Y no se vinculan con cualquiera. Buscan un suelo fértil. Un alma con una llama lo suficientemente brillante como para proyectar una sombra profunda. Tú, querida mía, no eres una víctima aleatoria." Iris señaló con un dedo huesudo el pecho de Elara. "Tú lo llamaste. No con palabras en un ritual, sino con cada temblor de miedo que sentiste en la oscuridad cuando eras pequeña. Con cada pincelada que hundiste en tus propias sombras, alimentándolo, dándole forma y belleza. Llevas esta oscuridad en el alma desde la cuna. Eres el Anclaje de él en este mundo. El punto fijo que le permite manifestarse, ganar fuerza, volverse real." Hizo una pausa, permitiendo que el peso de las palabras se hundiera. "Y él... bueno, mientras tú lo alimentas, él se está convirtiendo en tu anclaje a la oscuridad. Se está convirtiendo en la lente a través de la cual ves el mundo. Es una simbiosis enfermiza. Un matrimonio de almas."
Elara sintió una náusea subir, no en el estómago, sino en su propia esencia. La culpa era abrumadora. No era inocente. Era cómplice.
Antes de que pudiera derrumbarse, Iris se acercó y le apretó un objeto frío y metálico en la mano. Era una pequeña campana de plata, no más grande que una nuez, sujeta a una cadena fina del mismo metal. Era sorprendentemente pesada para su tamaño, y su superficie estaba grabada con runas minúsculas y complejas.
"Esto," susurró Iris, "puede mantenerlo alejado por una noche. Quizás dos, si tu voluntad es fuerte. La plata pura, debidamente consagrada, y la intención clara... él odia la pureza. El sonido que emite es una frecuencia que desgarra el tejido de las sombras que él teje." Cerró la mano de Elara sobre la campana. "Úsala para pensar. Para respirar. Para recordar, por un momento, el sabor del silencio verdadero. Úsala para decidir." Los ojos grises de Iris brillaron en la penumbra. "La decisión final siempre será tuya, niña. ¿Quieres ser la cena servida en una bandeja de oro y fama... o quieres aprender a ser la cazadora?"
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Editado: 14.10.2025