El susurro en las sombras

La Rendición

El pequeño cascabel de plata reposaba sobre la mesita de noche, un objeto paradójico. Un faro de esperanza que solo iluminaba la vastedad de su propia desolación. El peso del que Iris le había hablado no era solo físico; era la carga de la elección final. Cazadora o cena. Las palabras resonaban en su mente, pero sonaban huecas, como un mantra en un idioma olvidado. La decisión, se daba cuenta ahora, era una ilusión. Solo había un camino que su cuerpo, hambriento y alerta, ya había elegido.

En casa, la noche se profundizaba, trayendo consigo una ansiedad familiar que rápidamente se transformó en expectación. El aire en el apartamento se volvió pesado, la luz de las lámparas se oscurecía como si fuera sofocada por una niebla sensual y opresiva. Elara se sentó en la cama, con las rodillas recogidas contra el pecho, el cascabel frío e inútil ahora olvidado a su lado. Ya no era un ancla, sino una cadena.

Entonces, llegó el primer toque. No un susurro, sino una presión. Un arrastre de intenciones en la periferia de su piel, como dedos de sombra acariciando la barrera de la realidad. "Te sientes vacía," susurró la presencia, una voz que era un destello de frío en la nuca. "Como un instrumento que ha perdido su música."

Un escalofrío de pavor y anticipación le recorrió la espina dorsal. Sus dedos encontraron el cascabel por puro reflejo. Con un último y frágil suspiro de voluntad, lo agitó.

El tintineo que emanó fue de una pureza ofensiva. Un sonido cristalino que cortó la atmósfera cargada como un golpe. Vibró en el aire, creando una onda de calma forzada, una orden contra la que la propia oscuridad se rebeló.

La reacción fue inmediata y violenta.

De las sombras en el rincón, irrumpió un vórtice de pura oscuridad. Kael se materializó parcialmente, su forma humana distorsionada en un frenesí de rabia y frustración. No era una figura, sino una tormenta de furia negra, sus ojos vacíos escupiendo un odio primordial. Un aullido escapó de él—un sonido que arañaba la mente y hacía temblar los huesos de Elara. No desapareció; fue repelido, retrocediendo hacia las sombras como una bestia herida, dejando atrás solo un rencor palpable, el olor a ozono y energía sexual reprimida.

En los dos días que siguieron, una paz muerta se cernió sobre el apartamento. Por primera vez en semanas, Elara durmió. Un coma inducido por el agotamiento, un vacío sin sueños. Al despertar, la sensación era peor que la extenuación: era un vacío. Una soledad tan profunda que resonaba en sus huesos. Estaba sola. Verdaderamente sola.

Fue al estudio, impulsada por el hábito. El lienzo en blanco la miraba fijamente, un epitafio de su mediocridad. Sus pinturas parecían sin vida, los colores, desvaídos. Intentó pintar una flor, pero las formas que surgían eran insignificantes, muertas. El arte sin la sombra de Kael, sin aquel fuego negro que alimentaba su creatividad, era agua sin sabor. El vacío que él había dejado era más aterrador que su presencia. Ya no era su perseguidor; se había convertido en su musa tóxica, y sin ella, su alma era un desierto estéril.

En la tercera noche, la soledad se convirtió en una agonía física. El silencio era un zumbido ensordecedor en sus oídos. Miró el cascabel de plata. Ya no parecía un símbolo de esperanza, sino de castigo. La llave de una celda donde se consumiría de aburrimiento e inercia.

Con un suspiro que venía de lo más profundo de su alma exhausta, una rendición incluso antes del acto, se acostó y le dio la espalda al objeto. No lo tocó.

El cambio en el ambiente fue instantáneo. La tensión en el aire no se transformó en miedo, sino en una electricidad prohibida y pesada, densa como la miel. La puerta del dormitorio no se abrió; la propia oscuridad se compactó, volviéndose sustancia.

No llegó con drama ni estruendo. La oscuridad en el rincón de la habitación simplemente se densificó, volviéndose más real que la propia realidad. Kael emergió de ella no como una aparición, sino con la solidez brutal de una roca. Estaba allí, en carne, hueso y sombra. Su piel pálida no reflejaba luz alguna, sus ojos eran agujeros negros que prometían un olvido voluptuoso. No la miró con triunfo, sino con la posesión tranquila de quien recupera lo que siempre fue suyo.

La cama se hundió bajo su peso. Sus manos, frías como la muerte, la tocaron primero en la cintura. El choque hizo que su estómago se contrajera, un estremecimiento recorrió su espalda. Sus dedos trazaron el camino de sus caderas hasta la curva inferior de sus pechos, y luego hacia arriba, hasta que sus palmas los envolvieron por completo. Los pulgares frotaron sus pezones, ya erectos y doloridos por la anticipación, hasta que latieron con un dolor agudo y delicioso.

Se inclinó y su boca encontró la de ella. No fue un beso, fue una posesión. Sus labios eran fríos, su lengua una intrusa helada y hábil que exploró cada rincón de su boca, robándole su aire, su sabor, su voluntad. Elara gimió, un sonido ahogado y ronco que era tanto protesta como petición.

Entonces, las sombras se le unieron.

Hilos de oscuridad viva, fríos y aterciopelados, se deslizaron sobre su piel como serpientes. Se enroscaron alrededor de sus muñecas, tirando de ellas hacia arriba e inmovilizándolas contra el cabecero de la cama. Otros envolvieron sus tobillos, forzando sus rodillas a separarse, abriéndola completamente a la oscuridad y a él. Estaba inmovilizada, no por la fuerza, sino por la propia sustancia de la noche, cada hilo transmitiendo una sensación diferente: el frío cortante del hielo, el calor opresivo de un horno, el tacto suave del terciopelo contra la parte interna de sus muslos.

Kael bajó la cabeza. Su boca abandonó la de ella y comenzó una peregrinación descendente. Mordisqueó la línea de su mandíbula, lamió la muñeca donde sus venas latían desesperadas. Cuando su boca encontró uno de sus pechos, no fue gentil. Sus labios se cerraron alrededor del pezón, y su lengua y dientes trabajaron sobre él con una crueldad calculada que la hizo arquear la espalda, un grito atrapado en su garganta. El dolor era un hilo blanco y caliente, entrelazándose a la perfección con el placer, volviéndose indistinguible de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.