El contacto en el laberinto lo había cambiado todo. No hubo un abrazo reconciliador ni palabras de amor, sino una tregua silenciosa nacida de un entendimiento profano. Elara y Kael existían ahora en un equilibrio precario, un matrimonio de almas donde la línea entre el verdugo y el consolador, la víctima y la cómplice, estaba para siempre borrada. Ella había aceptado que su oscuridad y la de él eran una sola cosa, y en esa aceptación, encontró una especie de paz distorsionada. Su arte florecía como nunca, cada lienzo un portal a las visiones que él compartía, y la fama que tanto había deseado ahora llamaba a su puerta con la fuerza de un río desbordado.
Pero la fama, descubrió Elara, era un arma de doble filo, y sus admiradores más fervientes a menudo eran eclipsados por la virulencia de sus detractores.
Fue en una mañana nublada, mientras tomaba su café amargo y miraba las notificaciones en la tableta, que se topó con la reseña. Era de un crítico renombrado, Alistair Croft, un hombre cuyo nombre era sinónimo de influencia y cuya pluma estaba empapada en un ácido misógino que él llamaba "integridad crítica". El título ya era un golpe: "Histeria en Acrílico: El Circo de Autocompasión de Elara".
La lectura fue una agonía lenta y metódica. Croft no atacaba solo su técnica o sus elecciones estéticas; diseccionaba su psique con un desdén quirúrgico. Llamó a sus figuras distorsionadas "clichés freudianos de una mente femenina desequilibrada". Escribió que su paleta sombría era "un grito adolescente por atención" y que el éxito de la serie 'Ecos del Vacío' era un "síntoma deplorable del apetito del mercado por el trauma performativo". Cada palabra era una aguja que encontraba sus inseguridades más profundas, aquellas que Liam había intentado curar y que Kael había alimentado. No era una artista; era una enferma mental en exhibición.
La rabia vino primero, un calor que le quemó las mejillas. Pero bajo la rabia, había una herida antigua e infantil que sangraba. Cerró la tableta, con las manos temblorosas. La validación de Adrian, el frenesí de los coleccionistas, todo pareció de repente frágil, construido sobre arenas movedizas que un hombre como Croft podía erosionar con un solo artículo.
Esa noche, el estudio estaba silencioso. Elara no pintaba. Se quedó de pie frente a la ventana, observando las luces de la ciudad, sintiendo el peso de la mirada de Kael sobre ella. Ya no necesitaba materializarse por completo; su presencia era una constante en la periferia de su percepción, un susurro táctil en su mente.
"Él no lo entiende," dijo finalmente, su voz baja y cargada de una rara vulnerabilidad. Rompía la regla no escrita entre ellos, que era nunca mostrar debilidad hacia el mundo exterior. "Croft. Escribió... dijo que solo soy una histérica. Que mi arte es un grito de ayuda." Soltó una risa seca y amarga. "Quizás tenga razón."
Kael no respondió de inmediato. El silencio que se instaló en la habitación no era vacío; era espeso, cargado, como el aire antes de una tormenta. Podía sentir un frío extendiéndose desde el rincón donde su sombra era más densa, un frío que no iba dirigido a ella, sino que la envolvía como un manto.
"No," su voz llegó por fin, no como un sonido, sino como una lámina de hielo cortando sus pensamientos. "No tiene razón."
Y eso fue todo. La conversación murió ahí. Pero Elara sintió un frío diferente, uno que no venía de la desesperación, sino de una anticipación sombría.
A la mañana siguiente, su celular vibró incesantemente con notificaciones de medios de comunicación. Curiosa y con un nudo de ansiedad en el estómago, abrió un portal de noticias. El titular principal era sobre Alistair Croft.
"CRÍTICO DE ARTE RENOMADO INTERNADO TRAS BROTE PSICÓTICO"
El reportaje detallaba, con una mezcla de preocupación y sensacionalismo, que la esposa de Croft lo había encontrado en el suelo de su impecable estudio. No estaba solo teniendo un ataque de pánico; estaba en un estado de terror catatónico, los ojos desencajados, el cuerpo cubierto de un sudor helado, las uñas ensangrentadas de tanto arañarse su propio rostro y la alfombra. Gritaba sobre "figuras de carbón" que se movían en las paredes, sombras que susurraban en sus oídos. Pero lo más aterrador, según la esposa que logró capturar fragmentos de su delirio, era que los susurros no eran amenazas aleatorias. Repetían, en un bucle incesante, sus propios pensamientos más oscuros y crueles—los juicios secretos que tenía sobre colegas, los comentarios misóginos que nunca se había atrevido a publicar, las inseguridades que alimentaban su arrogancia pública. Era una tortura psicológica perfecta, una exposición cruda de su propia podredumbre interior.
Elara leyó la notía con los dedos helados, un escalofrío recorriéndole la espina dorsal. Lo sabía. Sin lugar a dudas, lo sabía.
Más tarde, mientras se forzaba a comer algo en la cocina silenciosa, la presencia de Kael se hizo más densa detrás de ella.
"El pequeño crítico," su voz resonó en su mente, con una nota de satisfacción profunda y animal. Era el tono de un gato que deposita un pájaro muerto a los pies de su dueña, un regalo macabro de afecto. "No criticará tu arte nunca más. Te lo aseguro."
Elara cerró los ojos, sintiendo el sabor del pan convertirse en cenizas en su boca. El miedo fue intenso e inmediato. Ese poder era aterrador, absoluto y sin piedad alguna.
"Tú... ¿lo mataste?" susurró al aire, su voz un hilo de horror.
La risa de Kael fue un sonido bajo y seductor, que parecía venir de todos los rincones de la habitación a la vez, acariciando su nuca y haciendo que su estómago se contrajera.
"No, querida," susurró, y ella casi podía sentir su sonrisa. "Eso sería un desperdicio de un potencial tan... prosaico. La muerte es un punto final. Solo le di una probada de lo que tan arrogantemente se propuso criticar." Su voz se volvió suave, casi didáctica, pero con una crueldad fundamental. "Dijo que tu arte era producto de una mente desequilibrada. Ahora ha experimentado un vislumbre del verdadero desequilibrio. Pensó que tus visiones eran un grito por atención. Ahora tiene la atención completa de las mismas sombras que desdeñó." Una pausa cargada de significado. "El arte, querida mía, debe sentirse. ¿No es así?"
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Editado: 14.10.2025