El susurro en las sombras

El Regalo de la Oscuridad

En los días que siguieron al "tratamiento" que Kael le aplicó al crítico Alistair Croft, un silencio tenso se cernió entre ellos. Elara se sentía como quien alberga una tormenta en un vaso de vidrio fino. El acto de Kael había sido aterrador en su eficiencia y crueldad, pero aquel núcleo oscuro de satisfacción que ella había sentido – la sensación de haber sido, por fin, defendida con una ferocidad absoluta – era una verdad que no podía eludir. Era una culpa que le ardía en el pecho, pero también un vínculo más fuerte que cualquier juramento.

Kael, por su parte, pareció haber percibido que había cruzado un límite al revelar la extensión de su poder punitivo. No había arrepentimiento en su esencia, pero sí una comprensión astuta de que incluso la más devota de las cómplices podía asustarse. Y entonces, en un gesto a la vez sorprendente y profundamente calculado, decidió ser romántico.

Esa noche, no arrastró a Elara a una pesadilla de laberintos y traumas. En cambio, la transición a su reino fue suave, como hundirse en una seda negra. Se encontró no en el pasillo infinito de su infancia, sino en el centro de una gruta cósmica. Las paredes no eran de roca, sino de una brea vibrante y aterciopelada que parecía absorber el sonido. Arriba, donde debería haber un techo, ardía un cielo nocturno artificial. Pero las estrellas no eran puntos de luz distante; eran pequeñas esferas de pesadillas ajenas, centelleando con colores inquietantes: el verde ácido de los celos, el púrpura profundo de la paranoia, el naranja chillón del pánico. Era un tapiz de terrores humanos, y Kael se lo presentaba como un poeta presentaría un campo de flores.

En el centro de la gruta, una mesa de obsidiana pulida reflejaba el cielo de pesadillas. Sobre ella, se disponía una comida etérea. Frutas que parecían hechas de sueños condensados, su pulpa translúcida pulsando con una luz tenue. Copas de cristal fino contenían un líquido que no era vino, sino la esencia destilada de pesadillas azucaradas – una sustancia que prometía el éxtasis del miedo sin la agonía.

"Una cena digna de mi musa," la voz de Kael hizo eco, y él se materializó en la mesa, no en su forma monstruosa, sino en la figura humanoide y elegantemente siniestra que ella había pintado. Sus movimientos eran fluidos, su presencia, una afirmación tranquila de posesión.

Elara se sentó, sintiéndose absurdamente fuera de lugar en su bata de raso, frente a aquella escenografía de otro mundo. "Es... impresionante," admitió, su voz un susurro en la vastedad silenciosa de la gruta.

"Todo esto es tuyo, Elara," dijo, sus ojos vacíos fijos en ella con una intensidad que era casi táctil. "Toda esta oscuridad, toda esta verdad. Te mereces más que las migajas de un mundo que no te comprende."

Extendió la mano. En sus dedos pálidos y largos, sostenía un collar. La cadena era fina y plateada, pero el colgante era lo que capturaba la mirada. Una única piedra opaca, del tamaño de una uña, del color de la medianoche más profunda e impenetrable. No reflejaba la luz de las estrellas-pesadilla; parecía absorberla, creando un pequeño vórtice de oscuridad absoluta alrededor de su pecho.

"Un regalo para ti," susurró, su voz cargada de una emoción rara. "Un fragmento de mí. De mi propia esencia, de la oscuridad pura que me constituye."

Se inclinó y abrochó el collar alrededor de su cuello. El metal de la cadena estaba sorprendentemente caliente, pero la piedra estaba fría como el vacío interestelar contra su piel. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.

"Te mostrará la verdad detrás de los velos que los humanos llaman realidad," explicó, sus dedos acariciando la piedra por un momento, enviando otro temblor por su cuerpo. "Ya no serás engañada por sonrisas o palabras vacías."

Al día siguiente, de vuelta en su mundo, Elara se vistió mecánicamente. El peso del collar era insignificante, pero su presencia era una constante, un recordatorio frío del regalo de Kael. Caminando por la calle concurrida, intentando ignorar la sensación, tocó la piedra instintivamente, buscando consuelo en su textura suave.

El shock fue inmediato y abrumador.

No fue una visión, sino una sobrecarga sensorial sinestésica. De repente, las emociones de la gente a su alrededor se manifestaron como aureolas vibrantes y casi físicas que envolvían sus cuerpos. Un hombre de traje, hablando por teléfono con voz calmada, estaba envuelto en un púrpura profundo y pulsante de puro miedo – miedo a ser descubierto, a fracasar. Un adolescente apoyado en una pared, intentando parecer moderno, irradiaba un rojo intenso y pegajoso de lujuria, sus ojos siguiendo a una mujer con una intensidad que era casi violenta. Una mujer esperando el autobús se mordía los labios, su aura un amarillo enfermizo y trémulo de ansiedad que parecía envenenar el aire a su alrededor.

Podía ver las mentiras. Una pareja riendo tenía hilos de un marrón fangoso y dudoso entrelazados en sus aureolas. Un vendedor sonriente emanaba un verde ácido de envidia por un cliente. Era un caos de colores y emociones crudas, un desfile de la verdad desnuda y podrida del alma humana, sin los ropajes de la civilización.

Fue aterrador. Fue abrumador. Pero, mientras se detenía en una esquina, jadeando, intentando adaptarse al bombardeo sensorial, una sensación diferente comenzó a emerger desde lo más profundo de su ser.

Era intoxicante.

Por primera vez, no estaba a merced de las apariencias. Veía la verdad. Veía la debilidad, el miedo, la hipocresía que todos escondían. Y ese conocimiento, por cruel que fuera, era una forma de poder. Era la misma verdad que Kael siempre le había prometido – la verdad de su propia oscuridad, ahora proyectada en el mundo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, no de tristeza, sino de una comprensión profunda y perversa. Miró su propio reflejo en el escaparate de una tienda. Su propia aura era una tormenta de plata sombría y púrpura profundo, un tapiz de trauma, creatividad y la oscuridad que ahora aceptaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.