El consultorio del Dr. Liam Evans ya no era un santuario de paz, sino una arena donde se libraba una batalla silenciosa. En cada sesión, Liam observaba, con un nudo de angustia creciendo en su estómago, cómo Elara se desintegraba ante sus ojos. El maquillaje, que antes aplicaba con precisión para disimular el agotamiento, ahora parecía una máscara de yeso sobre un rostro que se había vuelto francamente espectral. Su piel tenía un tono pálido y ceroso, como de alguien que no veía la luz del sol desde hace eras. Pero eran los ojos lo que más lo perturbaban. Habían perdido el brillo febril de la creatividad o el vidrioso del pavor. Ahora poseían una profundidad extraña e inquietante, un brillo opaco y distante, como si estuviera constantemente enfocada en algo mucho más allá de él, más allá de la propia habitación, más allá del mundo físico. Miraba a través de las cosas, y no hacia ellas.
La débil excusa de la "caída" para explicar las marcas púrpuras en su cuello era, para Liam, el insulto final a su inteligencia y a su preocupación. La veía tocar el collar nuevo que siempre llevaba—una piedra negra y opaca que parecía absorber la luz—con una frecuencia casi ritualística. Y había una serenidad en ella ahora, una calma profunda y antinatural que daba más miedo que cualquier crisis de ansiedad. Ya no luchaba. Se estaba rindiendo, y Liam sentía, con una certeza visceral, que lo que fuera que la estuviera consumiendo estaba a punto de vencerla por completo.
Impulsado por una preocupación que había desbordado los límites profesionales para convertirse en una desesperación personal y visceral, Liam decidió cruzar todas las líneas éticas que quedaban. Ya no era un terapeuta intentando tratar a una paciente; era un hombre intentando salvar a alguien que le importaba profundamente de una fuerza que no comprendía.
Sus noches ahora se gastaban no leyendo artículos de psicología, sino sumergiéndose en los callejones oscuros de internet, en foros de ocultismo y relatos paranormales que siempre había despreciado. Las palabras que Elara había soltado en sesiones anteriores—"susurros", "parálisis del sueño", "figuras de carbón"—se convirtieron en sus términos de búsqueda. Los foros lo llevaron a textos más serios, digitalizaciones de manuscritos antiguos guardados en bibliotecas universitarias especializadas en folklore e historia de las religiones.
Fue en una de esas madrugadas, con la pantalla del ordenador proyectando una luz espectral en su rostro cansado, que encontró los primeros hilos coherentes de la telaraña. Informes históricos fragmentados, repartidos por siglos y continentes, hablaban de una entidad con características espeluznantemente consistentes. Era conocida por muchos nombres: "El Susurro en las Tinieblas", "El Devorador de Sueños" o, en un manuscrito medieval en latín, "El Parásito del Alma". Y entonces, en un diario particular del siglo XVIII de una mujer que había muerto en un sanatorio, encontró el nombre, escrito con una letra temblorosa: Kael.
Las descripciones coincidían de forma aterradora. Una entidad no encarnada que se alimenta de emociones fuertes, principalmente el miedo. Un depredador que no ataca al azar, sino que se vincula a linajes específicos, familias marcadas por un trauma profundo, pasando de generación en generación como una herencia maldita, un "ecosistema de trauma" que lo sustentaba. La víctima no era un blanco casual; era un Anclaje, un punto fijo que permitía al Devorador manifestarse y ganar poder en el mundo real.
El corazón de Liam latía con fuerza contra sus costillas. Era una locura. Era superstición. Pero cada palabra resonaba con una verdad horrible que explicaba la transformación de Elara.
Y entonces, encontró el grimorio.
Era un archivo digitalizado de un libro llamado "Tratado sobre Entidades Intersticiales", de un autor desconocido. Las páginas eran inquietantes, con ilustraciones de círculos complejos y criaturas de sombra. Detallaba un ritual de banimiento, un procedimiento para cortar el lazo entre el Devorador y su Anclaje. Involucraba un círculo de protección trazado con una mezcla específica, velas de cera de abeja sin refinar y, lo más importante, palabras de rechazo que debían ser vocalizadas con una voluntad inquebrantable.
Pero fue la nota al pie, escrita en un rojo que parecía sangrar digitalmente en la pantalla, lo que heló la sangre de Liam. Las palabras estaban en mayúsculas, en un inglés arcaico y solemne:
"ADVERTENCIA AL EXORCISTA: SI EL ANCLAJE, EN CUALQUIER NIVEL DE SU ALMA, NO DESEA VERDADERAMENTE LA SEPARACIÓN, SI HAY UN HILO DE ACEPTACIÓN, DE CULPA, DE AFECTO O DE DEPENDENCIA EN SU CORAZÓN, EL RITUAL FRACASARÁ. LA ENERGÍA DEL BANIMIENTO, AL NO ENCONTRAR UNA PUERTA ABIERTA, SE REVERTIRÁ CONTRA QUIEN LA INVOCA. LA MALDICIÓN DEL DEVORADOR SE PEGARÁ AL EXORCISTA, CONVIRTIÉNDOLO EN EL PRÓXIMO ANCLAJE, O EN ALGO PEOR."
Liam cerró el portátil de golpe, con la respiración entrecortada. La habitación estaba en silencio, pero podía oír el eco de esa advertencia en su mente. El próximo Anclaje. Se imaginó esa oscuridad entrando en su mente, esa voz susurrando en sus pensamientos, y un escalofrío de terror genuino recorrió su espina dorsal. No era un hombre supersticioso, pero lo que le estaba pasando a Elara era real. La maldición sonaba igual de real.
Se levantó y caminó hasta la ventana, mirando la ciudad dormida. Sus manos temblaban ligeramente. Recordó la única pista concreta que Elara le había dado, mencionada de pasada en una sesión hacía mucho tiempo, cuando aún confiaba en él: una librería extraña, un lugar que la había asustado e intrigado. "El Pergamino Olvidado".
Había dicho que la dueña, una mujer llamada Iris, parecía "saber de cosas".
Cueste lo que cueste. La frase resonó en su mente, mezclándose con la imagen de los ojos distantes de Elara y la advertencia sangrienta del grimorio. Había viajado por los caminos más oscuros del conocimiento humano y había encontrado un monstruo. Ahora necesitaba encontrar un arma. Se volvió, decidido. Iría a ese lugar. Enfrentaría a esa Iris. Y si existía la más remota posibilidad de arrancar a Elara de las garras de esa cosa, la tomaría, incluso si el precio, según el libro maldito, podía ser su propia alma.
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Editado: 14.10.2025