El susurro en las sombras

El Ritual de la Separación

El collar de Kael era una lente poderosa, pero también una carga. En los días que siguieron a su visión aterradora e intoxicante de las emociones humanas, Elara se sintió como una espía en su propio mundo. Cada interacción era un desfile de debilidades ajenas, y el poder que eso le daba estaba manchado por una profunda soledad. Era la única portadora de aquella verdad desnuda y cruel, y eso la aislaba aún más. La única entidad que compartía esa perspectiva, que la comprendía por completo, era Kael.

Fue en este estado de conflicto que la presión persistente de Liam finalmente encontró una brecha. No la confrontó con acusaciones, sino con un ruego silencioso y desesperado. Apareció en su estudio sin avisar, su rostro marcado por noches en vela y una preocupación que transcendía lo profesional.

"Elara, por favor," suplicó, su voz ronca. "Déjame ayudarte. Hay algo... hay alguien consumiéndote. No soy ciego. Esas marcas, esa palidez, ese... ese collar." Sus ojos se posaron en la piedra negra de su cuello, y un escalofrío lo recorrió, como si instintivamente sintiera su naturaleza. "Déjame traer a alguien que puede entender. A Iris, de la librería. Permítenos intentar algo. Solo un intento."

El nombre "Iris" resonó en la mente de Elara como una campana lejana. La mujer que olía a tormenta y sombra. La duda, una semilla minúscula y dormida, comenzó a brotar. ¿Y si había una elección? ¿Y si no estaba irremediablemente fusionada con la oscuridad? Quizás el ritual no era sobre destruir a Kael, sino sobre responder la pregunta más importante: ¿aún tenía libre albedrío?

"Un intento," aceptó, las palabras saliendo como un suspiro, su corazón pesado como plomo. "Solo para saber."

En la noche acordada, Iris llegó al apartamento. No llevaba un bolso, sino una pequeña bolsa de fieltro gastado. Sus ojos grises recorrieron el ambiente, evaluando las sombras en los rincones como si contaran enemigos.

"El aire aquí está preñado de él," comentó, su voz áspera rompiendo el silencio. "Más denso que la última vez. Lo has alimentado bien, niña."

Sin ceremonias, pidió a Elara y a Liam que movieran los muebles de la sala, creando un espacio vacío. Con una tiza de un blanco deslumbrante y un puñado de sal gruesa que olía a mar, Iris se arrodilló y comenzó a dibujar. El círculo que surgió en el suelo no era simple; era una compleja red de símbolos geométricos, runas de protección y palabras de poder en lenguas muertas. Cada línea trazada parecía susurrar contra la atmósfera opresiva del apartamento.

Posicionó cuatro velas gruesas de cera de abeja sin refinar en los puntos cardinales, cada una envuelta en hierbas secas – ruda para purificación, salvia para claridad, artemisa para repeler influencias. Al encenderlas, un humo acre y limpio llenó el aire, combatiendo el olor dulce y podrido de la estática que Kael dejaba atrás.

"Tú," ordenó Iris a Liam, señalando un punto fuera del círculo. "Quédate ahí. No cruces la línea, pase lo que pase. Tu función es ser un ancla para ella en este mundo, no un combatiente en el suyo."

Liam asintió, su rostro pálido, las manos temblorosas. Su expresión era una batalla entre la esperanza frágil y el miedo a lo que estaban a punto de desencadenar.

Iris entonces guió a Elara al centro exacto del círculo. "Siéntate. Y quédate quieta. Lo que sea que veas, lo que sea que oigas, no salgas de aquí. El círculo es tu única protección ahora."

El ritual comenzó. Iris se puso de pie en el borde, levantó los brazos y su voz, normalmente áspera, se elevó en un canto gutural y ancestral. Las palabras no eran de nuestro tiempo; eran sílabas cargadas de intención, órdenes dadas al mismo tejido de la realidad. Las llamas de las velas, antes estables, comenzaron a danzar y a temblar violentamente, proyectando sombras locas por las paredes. El aire se volvió pesado y estático, como antes de un rayo, y una presión comenzó a construirse dentro de los oídos de Elara.

Entonces, en el centro del círculo, frente a ella, el aire comenzó a retorcerse. Kael se materializó. Pero no era el amante oscuro, ni la forma humanoide. Era la esencia primordial del Devorador. Un vórtice de pura angustia, rabia y dolor manifestado. Garras de sombra se extendían y se retraían, ojos sangrientos se abrían y cerraban en su superficie turbulenta. No miró a Iris ni a Liam. Toda su "mirada", una fuerza de pura atención malévola, se centró en Elara.

Un alarido salió de él—un sonido no hecho para oídos humanos. Era el sonido de la primera pesadilla de la humanidad, el eco del miedo a la oscuridad, el grito ahogado de todas las víctimas de parálisis del sueño, todo amalgamado en una sola onda de agonía. Su forma comenzó a deshacerse en los bordes, como humo siendo violentamente aspirado por un conducto invisible.

"¡Ahora, Elara!" la voz de Iris cortó el aullido, tensa hasta el límite, sudando profusamente. "¡Es la hora! ¡La energía está en su punto máximo! ¡Di las palabras! ¡Di que lo rechazas! ¡Di que lo destierras de tu vida! ¡Di que quieres que se vaya para siempre!"

Toda la sala pareció contener la respiración. Liam, fuera del círculo, miraba a Elara con intensidad, sus labios moviéndose en una plegaria silenciosa.

Todos los ojos estaban sobre ella.

Elara miró al vórtice de tormento que era Kael. Y vio. Entre la rabia y la agonía, había un destello de dolor genuino, una confusión profunda. No luchaba contra el ritual con toda su fuerza; estaba... sufriendo por él. No se lanzaba contra las barreras; estaba siendo alejado de ella. Y en su mente, por encima del rugido del ritual y del grito de Iris, oyó. No una amenaza, no una orden. Solo un único, frágil y quebrado susurro, cargado de una vulnerabilidad que solo había mostrado una vez, en el corazón del laberinto:

"Elara..."

Ella vaciló.

Fue solo un segundo. Un parpadeo. Un momento de reconocimiento de esa soledad compartida, de esa verdad terrible que solo ellos dos conocían.




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