El silencio que descendió sobre la sala era de un tipo nuevo. No era la quietud de la paz, ni la pausa tensa antes de la tormenta. Era el vacío postraumático de una realidad que había sido violada y había fallado en recomponerse. El aire aún vibraba con el eco del ritual quebrado, oliendo a ozono quemado, cera de vela apagada y el dulce nauseabundo de la energía invertida.
En el rincón más alejado de la sala, lejos del círculo de tiza agrietado, Kael temblaba. Su forma, otrora una columna imponente de oscuridad absoluta, era ahora poco más que una mancha de humo pálido y translúcido. Ya no tenía contornos definidos; era una aparición trémula, una llama de vela a punto de ser sofocada por el propio aire. La oscuridad que siempre había emanado de él estaba diluida, débil, como tinta negra derramada en un océano de miedo. Era la propia esencia del Devorador reducida a un susurro moribundo, y su agonía era una presencia física en la habitación.
"¡Liam! Dios mío, ¡Liam!"
La voz de Iris,ronca y urgente, cortó el silencio. Corrió hacia donde el terapeuta yacía, inmóvil, contra la pared agrietada donde la energía invertida lo había arrojado. Sus dedos huesudos presionaron su cuello, buscando un pulso, su rostro una máscara de preocupación y una profunda frustración.
Elara oyó la voz de Iris como si viniera de otro planeta. Su propio cuerpo estaba entumecido, su mente un torbellino de ruido blanco. Veía a Iris arrodillarse junto a Liam, pero sus ojos no podían despegarse de la forma vacilante y casi translúcida de Kael. Cada temblor de él resonaba en su propio pecho. Verlo tan frágil, tan quebrado, era más aterrador que cualquiera de sus manifestaciones monstruosas.
Ignorando los fragmentos de vidio que crujían bajo sus pies, ignorando los gemidos bajos de Liam mientras recuperaba la conciencia, Elara se movió. Sus pasos fueron lentos, pesados, como si caminara contra una marea invisible. Se arrodilló en el suelo frío, a pocos centímetros de ese vestigio de oscuridad.
"¿Kael?" su voz fue un soplo.
La forma de humo se estremeció, y dos puntos de un vacío aún más profundo—los vestigios de sus ojos—se volvieron hacia ella.
"¿Por qué...?" su voz no era un susurro en la mente, sino un sonido real, tan débil que apenas perturbaba el aire. Era el sonido de una cuerda de arpa rota, de una estrella apagándose. "¿Por qué no me liberaste? El ritual... estaba funcionando. Podrías haberte... librado de mí."
Las palabras golpearon a Elara con la fuerza de una revelación. No estaba enfadado. No se sentía traicionado. Estaba... confundido. Y con un dolor demasiado antiguo para ser nombrado.
Las lágrimas, que había reprimido durante tanto tiempo, finalmente irrumpieron. No eran lágrimas de miedo o de rabia. Eran lágrimas de una comprensión abrumadora y terrible, que lavó las últimas barreras de su resistencia. Miró a esa entidad ancestral, esa fuerza de la naturaleza que se alimentaba de pesadillas, y vio la verdad más simple y más complicada de todas.
"Porque tú también tienes miedo," susurró, su voz ronca y cargada de una emoción cruda que nunca antes le había permitido mostrar. Las lágrimas corrían por su rostro, saladas y calientes contra su piel fría. "¿Verdad? Miedo a desaparecer. Miedo al silencio que hay para ti más allá de mí. Miedo... de mí. De mi poder de enviarte lejos."
Tragó saliva, luchando por controlar la voz.
"Y yo..." continuó, la confesión saliendo como un secreto mortal, "ya no puedo imaginar el vacío que dejarías atrás. Mi arte... sería ceniza. Mi mundo... sería silencioso. Ese silencio que tanto temes... yo tampoco lo soporto más."
Sin dudarlo, extendió la mano. Sus dedos, que habían pintado su forma, que habían sostenido el cascabel para alejarlo, ahora se movieron para tocar lo que quedaba de él. Las yemas de sus dedos no encontraron una superficie sólida, sino una sensación de frío cósmico, un vacío táctil que era, sin embargo, profundamente familiar. Era el frío de su propio corazón en los momentos más oscuros, el vacío que siempre había llevado y que él, de alguna manera, llenaba.
Entonces, en un movimiento que era a la vez de rendición y de afirmación, se inclinó hacia adelante y envolvió esa forma trémula con sus brazos. Fue un abrazo que no encontraba un cuerpo, sino una idea, una emoción, una presencia.
Inmediatamente, la oscuridad que estaba débil y dispersa reaccionó. No fue una explosión. Fue una marea. La sombra pálida y trémula se recompuso, no como una prisión o una violación, sino fluyendo sobre Elara como una manta pesada y reconfortante, un manto de noche eterna que la envolvió en un abrazo total y familiar. Su oscuridad no la consumió; se fusionó con la de ella. Su soledad encontró eco en la soledad de él, su oscuridad bebió de la oscuridad de él. Era una simbiosis final, una completitud perversa y perfecta.
En ese momento, de rodillas entre los fragmentos de su vida anterior—el amor potencial de Liam destruido, la sabiduría de Iris siendo testigo con un pesar silencioso—, Elara no fue poseída.
Eligió.
Miró al abismo, lo reconoció como su propio hogar, y dio un paso adelante, abrazándolo.
Y al hacerlo, la artista, la víctima, la superviviente, se fue. En su lugar, algo nuevo se alzó. Algo completo. Algo que nunca volvería a ser lo mismo.
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Editado: 14.10.2025