"Yo no quería hacerles daño, solo quería matarlas..."
-David Berkowitz
La pequeña habitación donde se encontraban Rachelle y Adriel estaba sumida en un profundo silencio, hasta que Adriel rompió el silenció, vociferando:
—¡Ese no es tu maldito trabajo! —miró a Rachelle con furia, luego prosiguió—: ¡Tu trabajo es incitarlos a que se acerquen! ¡no que se vayan, joder! tienes un solo trabajo, ¿y eres incapaz de hacerlo? te dejé muy en claro que necesito de sus almas para sobrevivir. ¡Al menos de su miedo!
—Y-yo... yo lo siento —musitó Rachelle, con la voz temblorosa. Sus manos empezaron a sacudirse y sus piernas a temblar.
Adriel la miró exasperado. —Siempre te he dicho y advertido que no lo hagas, pero claro —sonrió con amargura—, la gran Rachelle quiere hacerse de heroína. Bravo.
El varón le dio la espalda a Rachelle y cerró los ojos e inspiró profundamente, tratando de calmar su enojo.
Rachelle sabía que las cosas no saldrían bien, pues sabía que cuando Adriel se enojaba, era muy difícil para él calmarse. Los ojos de la chica estaban llenos de lágrimas, pero no dejó caer ninguna. Una de las cosas que más odiaba Rachelle era verse vulnerable y débil frente a Adriel.
Ella quiso pedir de nuevo disculpas, más su orgullo no la dejaba.
Pasaron varios minutos en que ninguno de los dos emitió ninguna palabra. Adriel trataba de controlar su enojo, pero le era casi imposible.
Sin poder aguantarlo más, Adriel arremetió con ímpetu contra la pared a Rachelle. Esta segunda dejó escapar un quejido de dolor, pero no derramó ni una sola lágrima. La mirada de Rachelle era inexpresiva, desde hace mucho aprendió a ocultar su emociones, y eso hacia enfurecer mucho más a Adriel, no poder ver el miedo en su pecoso rostro, lo exasperaba. La chica había tenido que soportar 8 años de gritos, agresiones e insultos, sólo le faltaban tres años más y lograría ser libre, y no se rendiría ahora cuando ya estaba muy cerca de su preciada libertad.
Adriel le dio un repentino golpe en el estómago a Rachelle, que la hizo caer a bruces contra el suelo. El varón arremetió otro golpe contra su estómago, con más fuerza que antes. Si seguía así, terminaría matándola a golpes, pero eso ahora no le importaba. Aún no había matado y devorado a niña que ahora se hospedaba en la casa por Rachelle, siempre la alejaba de él y no le daba oportunidad de poder comérsela.
Y eso lo molestaba, ¡lo enfurecía! se estaba muriendo de hambre y tenía que calmar su apetito para no comerse a Rachelle, porque la necesitaba y eso no le convenía.
Rachelle tenía la cara roja y los ojos llenos de lágrimas. Tosió y escupió sangre a la vez. Veía borroso y su cuerpo le dolía como si la hubiera arrollado un camión, pero aún así dejó que él la golpeará todo lo que quisiera, no se defendió, no intentó apartarlo y no dijo nada. Eso pareció desconcertarle a Adriel.
El varón, con aún la furia a flor de piel, se alejó de ella. Le dio la espalda y la escuchó dar un resoplido. Se volteó a mirarla y la observó con detenimiento, sin duda era hermosa. Era un bocadillo muy apetecible. Su mirada estaba llena de fiereza y determinación, ya no era la niña asustadiza que solía ser. Aunque su mirada demostrara fiereza, su cuerpo la contradecía.
Adriel dejó escapar una estruendosa risa macabra, que hizo temblar a Rachelle.
Se acercó a ella y se colocó de cuclillas a su lado. La tomó de la barbilla. El corazón de la chica empezó a golpear fuertemente su pecho.
—Y-yo.... yo... —empezó a trastabillar—, yo... —se calló abruptamente sin saber qué decir.
Rachelle se relamió los labios y se quedó tiesa bajo su toque. Lo miró directamente a sus ojos y se quedó hipnotizada por su belleza. Le fascinaban sus hermosos ojos rojos. Ellos brillaban con audacia e intensidad en la oscuridad como dos farolas.
—He pensado en matarte —admitió él, con una sonrisa de oreja a oreja—, Y buscarte algún remplazo. Aunque dudo que alguna sea tan guapa como tú, además, ya no gritas ni pides ayuda cuando te golpeo, y eso no es divertido. ¡Eres una aburrida, Rachelle! —exclamó.
Rachelle abrió la boca para decir algo, pero Adriel se apresuró y colocó su dedo indice sobre sus labios, enviando una corriente eléctrica por todo el cuerpo a Rachelle.
—Shh —musitó—. Déjame hablar —dijo con suavidad, eso la desconcertó. De repente, su rostro se tornó sombrío y sus ojos se oscurecieron—. Espero que cuando la niña venga esta noche no trates de ahuyentarla de mí, o si no tus repugnantes padres pagarán el precio.
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Editado: 18.08.2019