Miriam se sentó sobre la cama, sintiendo el frío de la habitación como parte de su desconcierto. No había prisa en sus movimientos, solo una especie de calma obligada mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Los primeros rayos de la mañana se colaban a través de la ventana, tiñendo la habitación con un brillo apagado que apenas alcanzaba las paredes blancas, vacías, aún portadoras de la marca de un crucifijo ausente. No había adornos, ni reflejos, solo el silencio de aquel cuarto austero, cuya desnudez no hacía sino acentuar el peso de estos pensamientos embotados.
Aún en penumbra, Miriam suspiró. Intentó recuperar el poder de su cuerpo, perdido el día antes, frente a un niño, frente a sus preguntas inocentes pero punzantes, tan punzantes que dejaron a la profesora en silencio, bloqueada, con los ojos puestos en los del niño, brillantes y limpios, todavía indemnes de la enorme vileza humana. ¿Por qué se va la gente? ¿Usted también se va?, había preguntado aquel niño sin ninguna intención más que la búsqueda de seguridad en la respuesta.
Frente a sus alumnos, ella siempre era una guía, una brújula que trataba de señalar el camino hacia un mundo que debía ser justo. Mientras repetía esta idea, casi como un mantra, Miriam se recordaba que no tenía todas las respuestas y no debía pretender tenerlas. Era solo una mujer joven, aunque ya consciente de los pesares del mundo, de sus contradicciones, de las injusticias que asolaban hasta el rincón más tranquilo. No podía proteger a sus alumnos de todo, no podía impedir que aquellos ojos puros vieran lo que ella también veía. Era consciente de que no podía saberlo todo y los niños encontrarían respuestas a ciertos sucesos a lo largo de la vida, experimentando por su cuenta.
Con un suspiro más profundo, Miriam pasó las manos por su rostro, tratando de espantar la desesperanza. Las palabras que le murmuraba a la pared cada noche parecían perder fuerza y aquellas preguntas seguían vibrando, interrogándola, sacudiéndola, obligándola a mirar hacia su corazón. ¿Usted también se va?...
Era una mujer de espíritu fuerte, fortalecida ante tanta desgracia, y siempre había creído que el corazón y sus palabras podían alumbrar las mentes, pero, ¿qué poder ofrecían en medio del miedo? ¿Qué esperanza podía ofrecer a los niños si las sombras de las calles de Badajoz se hacían cada vez más densas y peligrosas?
España había cambiado desde que Miriam Cazzola, italiana de nacimiento, se plantó en Alburquerque tras la Gran Guerra, con la única opción de ser acogida por su abuela materna, una desconocida a sus ojos y también a su corazón. El Rey Alfonso XIII de España ya no era rey, aunque ostentara su pomposa denominación en todas las fiestas sociales a las que acudía por las capitales europeas de moda. Se había exiliado a Roma y movía sus influencias para volver a reinar en el trono arrebatado por los republicanos. También el debilitado general Miguel Primo de Rivera se había exiliado a París, para que la bella ciudad francesa se convirtiese en la más hermosa de las tumbas.
Miriam, como otros muchos, era ajena a los cambios de gobierno. Si comió mejor o peor, si hubo más riqueza o menos, si hubo avances o retrocesos, ella no lo valoró. En la convivencia con su abuela, una vieja tacaña y cascarrabias, no existieron posibilidades ni ganas de progreso y desarrollo, solo la búsqueda por ella misma olvidada de algo de amor. Amor que los rudos niños de la escuela en la que empezó a trabajar en Badajoz comenzaron a ofrecerle poco a poco, ajenos a lo que entregaban, desconociendo que con su naturaleza inocente provocaban emociones que habían permanecido demasiado tiempo apagadas en el corazón malherido de Miriam Cazzola.
Miriam se levantó de la cama de un salto, sacudida por una inquietud que le quemaba la piel. Apenas era de día, pero ya sentía que el tiempo apremiaba. Con paso firme, se dirigió a la cocina, abriendo el grifo y encendiendo la cafetera con una destreza mecánica, el ritual de cada mañana.
El café burbujeaba, llenando la estancia con su aroma familiar, pero Miriam apenas se dio cuenta; su mente vagaba por pensamientos sombríos y, a la vez, llenos de un destello de esperanza que se negaba a extinguir. “¿Por qué se va la gente? ¿Usted también se va?”.
Aunque el mundo pareciera desmoronarse, aunque las voces que llegaban de la calle hablaban de miedo y huidas, de incertidumbre y muerte, en el centro de su corazón persistía la chispa de la vida. No estaba sola; tenía a sus alumnos. Su refugio, su misión. Esos rostros expectantes y atentos que se giraban hacia ella cada día, llenos de ilusión y curiosidad. Aquellos niños que la miraban con los mismos ojos con los que ella había mirado alguna vez a su madre, otra mujer fuerte y tenaz, que había elegido luchar con las armas del conocimiento y la ternura.
Miriam se quedó mirando la cafetera, como hipnotizada, mientras las ideas se arremolinaban en su mente. Sabía que cada vez más gente cruzaba el Puente Viejo hacia Portugal, buscando una salvación incierta. Se decía a sí misma que era lo más sensato, lo más lógico, pero algo en su interior resistía. ¿De qué valía una vida escapando cuando nadie la esperaba más allá? No había familia que la aguardara, ni una promesa de hogar. Sus padres se habían ido, llevándose consigo una parte de su infancia, y el resto de su vida se había convertido en una serie de habitaciones solitarias, refugios provisionales que apenas llenaban su soledad.
Su hogar estaba allí, en Badajoz, donde su vida había cobrado un nuevo sentido. Esos niños a quienes enseñaba a leer y a contar, a quienes contaba historias de justicia y valentía, eran los lazos que la anclaban a un lugar. Cada día, cuando entraba a ese aula, sentía que su vida valía la pena, que cada palabra, cada lección, era un arma contra la ignorancia y el odio. Por eso, mientras el café hervía y el sol comenzaba a despuntar en el horizonte, Miriam tuvo claro que no huiría. No abandonaría a esos niños, a esas pequeñas almas que, sin saberlo, habían convertido su solitaria existencia en una lucha. Ella, Miriam, sería su refugio, la roca firme en medio de la tormenta.
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Editado: 19.03.2025