El Último Cigarrillo

4.

“Nada de lo que hagas, nunca, será suficiente, tendrás que probarte constantemente, porque tenemos memoria ágil para los errores y torpe para los aciertos”.

 

Le declaré la guerra a mi destino, a ésta vida de ocho a cinco, a los impuestos y a los hijos que pagarían mis deudas; en esta guerra me negaba a mí mismo, negaba mi vida con ella y sin ella al mismo tiempo. Lo dejé todo, alquilé la casa del viejo y me mudé a otra ciudad con la esperanza de olvidar y ser olvidado.

Alquilé un apartamento pequeño en un barrio de mierda porque sentía que aunque podía pagar algo mucho mejor, no merecía más; busqué un empleo de medio tiempo y encontré una oportunidad como lavaplatos. Pasé de sentarme en una mesa de conferencias con la gerencia a lavar los platos de los mismo sujetos, por voluntad propia, ¿qué tipo de idiota haría algo así?, sólo alguien tan jodido que busca castigarse. Al menos no debía fingir empatía con nadie, ni colocarme más disfraz que un delantal y guantes, podría fumar dos veces en el turno y, quizá, probar algo de hierba.

Algo debía haber con mis compañeros de trabajo, porque siempre me tocaba un jodido drogadicto. Freddy me caía mejor que Mauro, será porque la imagen que la sociedad que la sociedad nos ha proporcionado de que la “mari” es más inofensiva que la de la “hero” tuvo influencia en mí. Freddy irradiaba transparencia y confianza desde que lo conocías, si le pedías algo, un favor, lo que sea, él lo hacía por ti. Era tan buena gente que, si se lo pedías, te daba la última calada, de su último porro a una semana de pago. Podía preguntarle lo que fuese y él respondería con la verdad: “—Freddy, ¿te gustan las mujeres?”, “—Me gustan las buenas personas, pero en la cama prefiero un hombre”, respondía. “—¿Y yo?, ¿crees que soy atractivo?”, “—¿Atractivo?, amigo, estás más bueno que mandado a hacer, pero se te nota lo hétero a kilómetros y lo jodido que te dejó una chica”. “—Freddy, ¿crees que me equivoqué?”. “—No, no te equivocaste al elegirte por sobre ella, ¿cómo podrías amar fingiendo ser otra persona?, así no se puede, ¡así no se puede! Escúchame, si algo me ha enseñado la marihuana es que no se puede vivir en las nubes todo el tiempo”. Freddy estaba lleno de sabiduría, y de hierba.

Tres meses pasaron desde que recomencé mi vida, creía que todo iba quedando atrás, pero el jefe me llamó a la oficina porque de alguna forma se había enterado de mis estudios en gerencia y el recorrido que llevaba, así que me ofreció una vacante en la sub-gerencia ya que necesitaba entrenar a alguien antes de su retiro. Freddy me aconsejó tomar la oportunidad y, por esa relación que habíamos desarrollado en tan poco tiempo, sus opiniones me importaban, sin embargo, en ésta ocasión la rechacé.

—¡Estás loco, bro! ¡¿Cómo rechazas algo así?!

—Rechacé la oportunidad de compartir una vida con la mujer más increíble que he conocido, esto es una mierda insignificante.

Despidieron a Freddy dos días más tarde por su abuso a estupefacientes, porque está bien que la mitad de los meseros se metan una peda tremenda y se presenten con una resaca de campeonato, pero cuando Freddy lo hace con marihuana no está bien. Metí las manos al fuego por él y me dijeron que la única forma en que lo dejarían quedarse era si dejaba la droga y yo aceptaba el puesto. Putos manipuladores.

—Gracias por hacer esto, bro —me dijo, cuando lo dejé vivir conmigo en el cuarto sobrante del depa—. Nadie había hecho nada por mí desde que mi mamá recibía los batazos de mi papá por mí.

Me detuve a verlo tararear “One love” mientras desempacaba y le daba otra calada a su porro, como si aquello fuera decir que le salió una cana.

—¿Sabes, bro?, me agradas. —Me señaló con el porro—. De verdad, eres como… Como mi contraparte de tabaco, mi mitad agridulce. Si… —Siempre alargaba las sílabas cuando meditaba—. Sé que tengo que dejarlo, esto no está bien, lo sé. No era lo que mi mamá quería para mí: Drogas, desempleo y dependencia. No… Esa noche me dijo: “Freddy, tienes mucho potencial, eres un artista de la vida, mi artista. Quiero que salgas y hagas algo bueno con tu vida, ve, es mi orden”. ¡Ah, bro!, pero esa noche me la mataron a batazos, y yo lo vi, bro. ¡Lo ví! Y aquí estoy, insultando su memoria. Perdón, mamá. ¡Perdón, mamá! ¡Perdón.

Ambos iniciamos un proceso de desintoxicación porque éramos una chimenea andante de tabaco y marihuana, nos costaba respirar y teníamos un pésimo estilo de vida. Freddy continuó bajo el ojo del gerente y yo era su ala protectora. Le conseguí un puesto de mesero un par de meses más tarde, para desgracia de los otros meseros porque fue empleado del més durante tres meses seguidos y hacía dos veces más propina que los demás. ¿Cómo puede ser eso posible siendo Freddy un adicto a la marihuana? Le pidieron dar una charla a los demás meseros, y algo así dijo:




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