El Último Cigarrillo

5.

“La vida es una elipsis de sucesos y un Goya de contrastes, te lo advierto, así que no pierdas tu armonía por planes que no salen según tú, no en rutas que seguir. Cada vida, tú vida, es única y aprenderás a vivirla sobre la marcha”.

 

Como cada fecha importante, debíamos celebrar los casi seis meses de desintoxicación de Freddy y mi primer año sin ella. No estoy seguro si era para celebrar o sólo una excusa para beber la reserva de vino de mi alacena.

Así que allí estábamos, dos pendejos en una azotea con -5° centígrados, tomando de una botella de vino chileno mientras contemplábamos nuestras vidas. Por mi mente ella vagaba e intentaba visualizarla como una mujer de veintidós años, feliz y realizada, fuerte e independiente, en los brazos de un hombre que la hiciera sentir capaz, que le recordara lo hermosa y lista que es, que le enseñara a amar su cuerpo y que no la recriminara por esos kilos de más, que la hiciera temblar de placer en la cama al conocer sus rincones detonantes y sus fantasías secretas, pero que al mismo tiempo le brindara consuelo y le dijera que está bien que piense distinto a las personas con las que creció, que le reproche y corrija sus errores para que sea mejor, que ame sus defectos y faltas como a las virtudes y aciertos; en fin, la imaginaba con él, el hombre que debí ser para ella.

—Sé lo que piensas —Freddy habló, observando el cielo nublado—. Piensas en ella, ¿sí? Sí… —Alargó la última sílaba como antes—. Hace un año tomaste una decisión difícil, y la dejaste. Ya ni siquiera discutiremos los porqués, eso está en el pasado, debes ver hacia lo único que tienes: El ahora. Así que pregúntate: ¿Eres más feliz ahora de lo que eras hace un año?

Lo vi, tan estoico como con su porro, tal lúcido y sabio, allí me di cuenta que Freddy no era sabio como consecuencia de los viajes astrales de la marihuana, sino que la usaba para intentar olvidar que no encajaba entre los demás, olvidar que debía usar el disfraz de servus mediocris asalarial y de heterosexual masculum regnans, olvidar que era diferente, que estaba despierto.

—Hiciste la pregunta correcta —respondí—, porque esta semana sólo he pensado en ella, en su felicidad actual, olvidándome de que la razón de todo esto es la mía. Joder, creo que no lo sé, ¿ésta paz que siento es felicidad?, ¿éste sereno y constante silencio interior significa que soy feliz? Dime tú, que eres más sabio que yo: ¿No desear nada para mí, excepto la felicidad ajena, es ser feliz?

—No lo sé, mi bro, no soy Buda ni tengo todas las respuestas, pero sé dos cosas: Una, que éste vino está muy bueno; y dos, que hace un año, cuando entraste a mi vida comencé a ser feliz, otra vez.

De entre todas las cosas que él me enseñó, fue que podía ser un hombre fuerte y asertivo, con gran sensibilidad y muestras de cariño, sin ser homosexual. Nos dimos un abrazo esa noche y un beso en la mejilla, luego nos terminamos de beber la botella en la salita del apartamento porque se nos estaba congelando el culo, además, necesitábamos idear un plan para dejar de ser dos hijos de puta marginales. Freddy sacó a coalición su libro y si así como hablaba escribía, era una máquina de vender. También, si nada de lo que había planificado me estaba saliendo bien, no tenía mucho qué perder intentándolo; y estábamos bien pedos.

Me convertí en el representante a tiempo completo de un escritor que no había publicado ningún libro. Juntamos nuestros ahorros en una cuenta mancomunada e invertimos en la impresión y distribución de los manuscritos –un tiraje de ciento cincuenta ejemplares-, y nos sentamos a esperar que los frutos de nuestra idea tenida en una borrachera llegaran como ríos en otoño. Éramos bien pendejos.

—Tengo una idea —Freddy, mientras alistábamos los ciento cincuenta paquetes—: Desconectémonos de las líneas celulares e instalemos una línea fija con correo de voz.

—¿Y eso cómo por qué o qué?

—¡Para liberarnos, bro! A ver, préstame el tuyo. —Se li di—. Aquí dice que una tal Kylie tuvo un bebé, ¿prima tuya?, ¿te interesa? —Negué—. Que tu horóscopo te dirá lo que necesitas para el día de hoy, ¿y eso? No, ¿verdad? ¡Te chupa un huevo todo eso! ¡Estás pagando para que te den puras pendejadas que te pudrirán el cerebro! Además, ¿quién te llamaría sino yo?

¡Carajo!, Freddy podía ser muy honesto, pero también cruel, supongo que como consecuencia de su pasado. Algo debía quedar en él de toda la violencia que presenció cuando niño y aunque él no era violento, sus palabras golpeaban duro.

—Vale, como digas. ¿Qué hora es, por cierto? No encuentro mi reloj desde ayer y… —Giré hacia un espacio vacío en la pared—. ¿Dónde está el reloj de pared?

—En el refrigerador —respondió sin dejar de empacar, sabía que le estaba haciendo una interrogación sólo con la mirada—. Ya, ya, sé lo que estás pensando —rezongó, explicándose—. Bro, dime tú, ¿tienes algo que te obliga a usar esa cosa para regir tu vida? ¡No! ¿Usas el reloj para saber cuándo cagar o mear, para saber cuándo tener hambre o cuándo debes empezar a tener sueño? ¡No!




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