“Perdóname, pero quizá aquello que deseas con toda tu alma nunca llegue a ocurrir de la forma que esperas…”
Era uno de esos días en que Freddy llevaba 48 horas sin bañarse; hay que ser honestos, apestaba. Al abrir la puerta de su habitación el sopor del calor corporal me golpeó la nariz, lo miré dormido en su cama y lo desperté a sacudidas.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! ¡¿Qué?!
—Soy yo, necesito que escribas un discurso de liderazgo para el viernes y te prepares para dar una conferencia.
—¿Qué?
—¿Tienes un traje?
—No sé, ¿para qué? —Freddy estaba medio dormido, tenía la marca de la sábana en la mejilla. Arrebaté la sábana y abrí la cortina para que entrara la luz, claro que se quejó, era un animal nocturno.
—Tengo que conseguirte un traje para el viernes.
—Tengo uno, mi mamá me lo compro para mi graduación. Mucha luz.
—Habrá más luz en el escenario.
—Bro, ¿de qué hablas? ¿Estás fumado?
—No, digo que como tu representante no oficial te conseguí tu primera conferencia de motivación en una convención. Levántate y escribe, vamos.
—Un momento —salí al pasillo porque en mi afán y nervios por sustentar la mentira que había construido, todo por volver a una chica, salí preocupado a buscar uno de mis trajes de oficina que pudiera adoptar a su flacucho cuerpo. Freddy había ganado peso, pero aún así era delgado comparado con mi complexión—. ¡Bro!
—¿Qué?
—¿En qué mierda me metiste? Yo no hago esto, es justo lo que quiero evitar para mi trabajo. Las personas deberían aprender a vivir por sí solos, descubrir su propio camino a seguir, no andar escuchando a un pendejo contar sus penas y sentirse mejor porque sus vinos no son tan mierda como la de los demás.
—¡Allí lo tienes¡ —exclamé, tomándolo de los hombros como a un hermano menor—. Eso es justo lo que digo: Escribe sobre eso para el viernes, servirá.
—Pero…
—Pero nasa, ésta es tu oportunidad de comenzar de verdad, ¿no lo ves? Mi amigo, abre los ojos, llegarás a cientos de personas y transmitirás un mensaje, ¿no es eso lo que quieres?
—Sí.
—¡Listo! Toma la oportunidad, quizá es la última que tengamos.
Nunca había visto a Freddy tan asustado como en ese momento, casi hizo que me arrepintiera. Casi, porque al verla a ella llegar con un despampanante traje de oficina súper ajustado, supe que haría pasar a mi amigo por cualquier odisea con tal de volver a ver a ese culo.
—Bienvenidos —sonrió, creo que notó lo turbados que estábamos en su presencia—. Tú debes ser Frederick.
—Freddy —corrigió mi amigo, estrechando la mano que la morena le ofrecía.
—Claro, Freddy, soy Katerina Ilanova, un placer, por fin. Espero leer tu libro tan pronto como salga.
—Gracias, Katerina. Yo… estoy algo…
—¿Nervioso?
—Ajá.
—Tranquilo, sólo piensa que estarás hablando con un amigo. Los llevaré a la sala de espera de los participantes, allí estará María José Gárnica…
—¿Gárnica? ¡Madre mía, haré el ridículo frente al mejor orador motivacional del país! No, no, no, yo tengo que salir de aquí…
Lo inundó el pánico, comenzó a temblar y a palidecer a medida que hablaba así que lo llevé aparte para controlar su ataque repentino. ¡Vamos!, que dar tu primera charla frente a doscientas personas y el mejor orador del país no es cosa fácil, menos si tu comienzo se sustenta en una mentira. Al momento en que Katerina entró en escena Freddy me descubrió.
—¡No! No me des otra de tus charlas motivacionales que sé perfectamente porqué me has metido en esto. ¡Bro!, si querías tenerla en tu cama debiste pedirle el número, no meterme a mí en este embrollo.
—A ver, cálmate primero. Sí, sí, lo hice para volver a verla y aunque no lo creas, no se me ocurrió pedirle el número. Ya sé que soy bien pendejo, pero el asunto es que mi viejo me dijo una vez que tenía dos opciones: O trabajas hasta morirte de viejo o haces algo para mandar a la mierda todo y no volver a laburar para nadie más. ¡Amigo!, llevamos dos meses sin hacer nada, solo pagando deudas y existiendo como ermitaños en un apartamento de mierda. ¡Tenemos que hacer algo.
—¡Yo estoy haciendo algo! ¡Estoy escribiendo!
—¡Sí, pero no hay nadie comprando tus libros, Fred! El dinero se acaba, no tenemos ofertas para el libro mucho menos para lo que estás escribiendo ahora. ¿Te has puesto a pensar en que quizá nunca lo logres, eh? ¿Te has planteado esa posibilidad? ¿Qué harías entonces? ¿Morirte de hambre?
—¡Seguiría intentando!