El Último Cigarrillo

8.

“Uno se da cuenta de lo mucho que lastima a los otros hasta que es lastimado”.

 

 

El mesero trae mi orden. Las empanadas humean y huelen delicioso, me da hambre. Cuando el chico se va me le quedo viendo, noto que le habla a una de sus compañeras. Reconozco esa mirada y esa forma de hablar, es la de un hombre enamorado que busca por todos los medio la atención de la chica que le gusta.

—Andrea, ¿qué tal estuvo la película ayer? —¡Dios!, se escucha el ruego de atención en su voz, el ruego desesperado de una gota de cariño.

—Bien. —¡Ah!, la voz del rechazo.

—¡Qué bien, me alegro! ¿Cuál fue que fuiste a ver? —Vale, buena campeón. Sigue alimentando la conversación hasta hacerla reír, el empleo vale un carajo si lo consigues.

Un momento, ¿qué ven mis ojos?, ¿qué escuchan mis oídos? La chica ha escuchado la pregunta, de eso estoy seguro, pero ha visto hacia otro lado, se aparta un poco para pretender que limpia el mostrador y… la pregunta queda sin responder. El chico se rasca la nuca, desencajado, avergonzado… ¡Joder!, yo siento pena ajena. Mejor se va a otro sitio hasta que otra mesa se desocupe.

¿Qué necesidad había? ¿Por qué? ¡Vamos!, que sólo era una pregunta, una conversación sin ningún tinte ni tono, ¿por qué ignorar a una persona que intenta hacer charla? No es como que te esté invitando a salir o acosando, ¡era una puta conversación! ¡Y la mitad de sus compañeros ahora lo sabrán: El chico fue humillado por la cajera!

Tal vez, ese es todo el punto de la situación: Son el chisme, pero a ella no le atrae él, seguro quiere a alguien “mejor”, o piensa que es feo, quién sabe. El asunto es que lo ignoró. Con descaro. ¡Eso!, eso es el problema.

Primero hay que aceptar que se tiene un problema, luego, se determina salir de él y al final se ejecuta el plan. Claro que para salir de una depresión hace falta amor más que cualquiera de las otras tres partes: Amor por uno, por algo en la vida y por la vida misma.

Yo me amaba, aprendí a amar la pintura y mi vida entera era ella. ¡Qué joder el mío de querer suplir mi necesidad maternal proyectándola en otra persona! ¡Qué manía de cuidar, de darles un poquito de mí pensando que me hará sentir mejor! ¡Qué empeño en creer que las personas me necesitan cuando soy yo quien los necesita!

Uno cree que las cosas van a durar para siempre, pero hasta el universo tiene fecha de caducidad. Uno cree que alquilar y remodelar un apartamento juntos quiere decir que estarán así por siempre; uno cree que compartir la cama es compartir la vida, que amar es sinónimo de ser amado, y no es así.

Se está feliz durante uno, dos años en pareja, se aprenden las rutinas del otro, los horarios menstruales y se ajustan con las demás actividades en pareja; se camina en una misma dirección, de la mano, al mismo ritmo y con el mismo pie; se odian las manías del otro, se grita y se rompen floreros baratos porque después del cuarto te diste cuenta que salía caro reponerlo en cada pelea; aprenden, se enseñan, se superan profesionalmente y celebran, y ríen y bailan y hay toneladas de sexo, buen sexo; sin embargo, llega el día en que uno de los dos, el que ama menos, cambia de pie y altera el ritmo, se olvida de las fechas y las cosas que deben odiar ya no generan ninguna reacción. Vale, ahora sí puedes comprar el florero caro.

Pero vamos despacio en esto, comencemos por los momentos en los que se empieza a notar que algo anda cojeando.

—Amor.

—¿Ah? —Ella no aparta sus ojos de las carpetas que preparaba para una exposición.

—¡Amor! —La llameé, medio a grito medio gemido, era algo importante.

—¡¿Qué?! ¡Por Dios, estoy ocupada!

—¡Es Freddy, está en la tele!

—¡¿Qué?! —Dejó todo tirado y dio un clavado olímpico al sofá, acurrucándose a mi lado como un gatito en busca de calor, la abracé ignorando su respuesta brusca. En el programa matutino un Freddy al estilo hípster hacía la presentación de su libro conquistando con su sonrisa a los conductores.

—Está feliz —dije, sintiendo en mi corazoncito una lucecita de felicidad por el éxito de mi amigo, por haber saltado esa barrera de la drogadicción, la inseguridad y vagancia; es lo que uno quiere para las personas que se aman, que se sienten en el alma aún sin estar presentes.

—¿A qué debes el éxito de tu libro? ¿Crees que hay una fórmula secreta para el éxito? —Inquirió la presentadora.

—Primero —refutó él—, contéstame a qué te refieres con éxito.

—Pues a los altos número de ordenes que has recibido antes de la publicación de tu primer libro. Quiero decir, eres novel en éste mundo literario y ya te va muy bien.

—¡Ah!, bueno, es por el increíble equipo de marketing y ventas de la editorial, han hecho un trabajo maravilloso. Esos tipos son capaces de vender un bolígrafo por un millón, como en “El Lobo de Wall Street”. Esa peli es genial. Pero no, eso no es éxito.




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