El Último Cigarrillo

4.1

“Pero así es el mundo y no importa cuántas veces lo hagamos bien, sino la única en donde nos equivocamos, y no puedo parar de llorar como tampoco puedo hacer que se detenga, el dolor, la vida… O quizá sí…”

 

Es difícil, tener que empeñar las cosas que eran de mis viejos para continuar viviendo; las colecciones de libros de mi madre, un par de electrodomésticos viejos, muebles antiguos, reliquias, cuando se van me quedo con la sensación de que un poquito de ellos también se va, aunque no es así, sólo las memorias que evocamos en ellos. ¿Qué somos para los demás sino memorias?

Hoy, seré un bonito recuerdo para mi hija en su cumpleaños número siete, no le diré que yo también cumplo el veintiocho. Itamari eligió la temática animal para su fiesta, como era de esperarse, lo que ninguno esperábamos era que eligiera a los reptiles como su centro, y como parte de un trato hecho antes de que yo llegara, si Ita tenía buenas calificaciones al momento de su cumpleaños, llevarían a la fiesta un espécimen del animal predilecto. Así que aquí estamos con un hombre exhibiendo una enorme víbora amarilla que sujeta a ambas manos, y la madre no está muy feliz de que su hija tenga buenas notas.

—Por favor, que mantengan esa cosa lejos de mí. Y, por lo que más quieras, que Ita no la toque porque si la veo hacerlo me va a dar algo. —Su ruego es una exaltación rápida antes de volver a la entrada de la casa, donde más invitados llegan a la fiesta.

Varios de los niños, tan emocionados como Ita, escuchan e interactúan con el experto en vida retiniana. Itamari, en su traje de safari, con botas, sombrero, mochila (que carga con dos Barbies vestidas igual que ella), binoculares y toda la cosa, es una bomba de energía, yendo y viniendo con sus compañeros de escuela.

—Creo que nos quedamos sin poncho, ¿te importaría…?

—Yo voy. —Me adelanto a la petición de la señora Esposito y dejo de servir los macarrones a los invitados. Nunca creí que uno pudiera sentirse tan útil sólo con poner unas guirnaldas y decoraciones para una niña de siete años, y sentirse feliz al verla feliz porque “es perfecto, has hecho éste día perfecto”. No puedo esperar a que vea mi regalo de cumpleaños.

Saco otra jarra de ponche de la nevera y quiero volver a la fiesta que se desarrolla en el patio trasero, pero me detengo al escuchar una risa. No la había escuchado reír así en mucho tiempo, me detengo y con silencio en mis zapatos me acerco a la solitaria sala de estar que cuenta con la compañía del tal Salamandra, una botella de vino, una gran caja con envoltura de Dora la Exploradora y un ramo de flores, unas putas margaritas. ¿Por qué carajos traería vino y flores a una fiesta de niños? ¡Oh, no! ¡No, no, no, no…! Se las entrega y ella ríe, las recibe y también un beso, uno muy cerca de sus comisuras.

—¿Por qué tarda tanto ese ponche? —¡Genial! ¡Gracias, señora Espósito! Me desaparezco a su lado, cargando una jarra y más gusanos de gomita antes de que me descubran.

Cuando el tal Salamandra llega al patio trasero todos los niños se alborotan a su alrededor y se pelean por saludarlo primero, claro, es su profesor.

—¡Hora de convertirnos en fieras salvajes! ¡¿Quién quiere que le pinte el rostro?!

—¡Yo, yo, yo! —responden los niños, haciendo tumulto a sus lados.

—¡Primero la cumpleañera! Los demás hagan una fila —ordena, y no tiene que repetirlo porque esas pequeñas criaturas que de por sí son salvajes, obedecen a empujones.

—Hola. —¿Ahora qué…?

—Hola. —Vacilante, respondo a la mamá de alguno de los niños, seguro la he visto por allí, se me hace conocida y tiene buenas tetas. Pero en éste momento sólo me interrumpe de mi sagrado espionaje.

—Soy Cari, la mamá de Daniel. —Señala a uno de los niños y miro en la dirección aunque en realidad a quien observo es a mi hija siendo más feliz y sonriente al lado de la Salamandra—. Hola, ¿estás allí?

—¿Qué? Me he perdido, perdona.

—Lo noté. Te preguntaba qué eres de Celeste, hace días que me fije que eras tú quien iba por ella a la escuela. ¿Eres su novio? —Así que lo quiere es cotillear.

—Soy su amigo. —Espero que se aleje al recibir una respuesta tan cortante, la dejo para recoger platos y vasos vacíos de las mesas, ella me sigue. ¡Joder!

—¡Ay, genial! Temía que estuvieras comprometido, verás, después de la fiesta varios padres iremos por algo de tomar a un bar que está increíble, pensé que te gustaría venir conmigo, quiero decir, con nosotros. —Así que anda buscando ligue.

—No.

Recojo más platos, cierro la bolsa en un nudo y cuando me giro allí está la tal Cari, sonriendo aún, pero luce algo confundida.

—Perdona, creo que  escuché mal. ¿Dijiste…?




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