El Último Cigarrillo

6.1

“Se está a un pasito del triunfo porque se ha soñado en grande, y cada movimiento ha sido pensado en ese gigante; pero llega un momento de duda, ¿de verdad es lo que quiero?, y es como si todo lo anterior valiera madres porque esa decisión, esa, es la que definirá quién eres”.

 

Mi estilo vintage se convierte en una obra de arte más que admirar, los visitantes y compradores dicen que mi estilo de vestir será tendencia en las redes, que soy una musa y artista al mismo tiempo; no saben que la razón por la que me visto de ésta forma es porque en un momento no tenía plata para comprar ropa y tenía que reciclar los sastres de mi viejo. Pero esto es demasiado íntimo, así que es mejor y más fácil mentir.

Así ocurre con los demás aspectos en mi vida, se convierten en cuentos fantásticos para ávidos de una figura a seguir o de un producto nuevo. Así que, sí, me convierto en parte de la exhibición, vendo mi imagen como a un lienzo y no sé si está bien o mal, pero creo que mientras pueda mantener a mi hija alejada de toda esa superficialidad, mientras ella esté lejos del escándalo y la depravación de la vida pública, está bien sentirse un poco vacío e infeliz.

Mi lugar como representante del arte de mi país está claro, mi lugar en el mundo se decidirá pronto, sólo tengo que ser lo suficientemente valiente para continuar con ésta obra de vida.

—¿Tíito? —me llama mi hija, haciendo su tarea de matemáticas de tercer grado ya en un escritorio que instalé en mi estudio para ella.

—¿Sí, mi niña? —inquiero sin dejar de pintar.

—¿Por qué estás tan triste?

—¿Quién te ha dicho que estoy triste? —¿Cómo coños lo sabe todo ésta cría?

—Se te nota.

—¿Cómo?

—Entonces sí estás triste. —Hija de la… ¿en qué momento se volvió más lista que yo?—. ¡Atrapado!

Sonrío y me quito las gafas de descanso para girar en el taburete, verla de frente y dándole la espalda el canvas de 200x100 en el que trabajo. Ella me mira con esos ojos grises que lo saben todo, y dispara.

—¿Estás triste porque mi mami se va a casa con Toni?

¡Joder!, no recuerdo haber sido tan listo, ella debe ser como su madre en ese aspecto. Las ganas por decirle la verdad casi me pueden a veces, las ganas de llamarle “hija” y que ella me rebautice como “papá” en lugar de “tíito”, las ganas de confesarle cuánto amo a su madre y lo que daría por ser ese hombre que le ha dado todo lo que yo no pude; pero ella es sólo una niña que vive dividida entre una madre y un “tío” que salió de la nada.

—¿La amas?, ¿verdad? —insiste. ¿La amo?, me pregunto, debe ser si prefiero alejarme para que esté con alguien mejor. Respondo que sí—. Díselo. Toni me cae bien, pero tú me agradas más.

Roba mi aliento con su declaración, y sé que debo decirlo ahora, que sin importar lo que diga Celeste ella está lista para saberlo, pero cuando quiero hacerlo somos interrumpidos.

—¡¿Ita?! ¡¿Estás lista?! ¡Vámonos!

—Es una aldilla —refunfuña, rodando sus ojos en sus cuencas. Guarda todo en su morral y se acerca para besar mi mejilla rasposa por la barba y colgarse de mi brazo que ha ganado considerable volumen tras años en el gimnasio—. Díselo, yo estoy de tu parte.

Con picardía sale del estudio en una carrera, al seguirla alcanzo a verla besar la mejilla de su madre, quien me sonríe con tenue candor, más hermosa que nunca, más mujer de lo que pudo ser conmigo. Sé que por más que intente encontrar lo que tuvimos en otros besos, otra cama, otra vida, no bastará; porque el tiempo no puede volver, éramos ella y yo en un tiempo indicado.

—Gracias por cuidarla, con lo de la boda ando perdida de tiempo —dice, besando mi mejilla en un saludo, le aseguro que no es problema, es mi responsabilidad también. Esto la hace enrojecer y ver sobre su hombro hacia la niña que dibuja en su tablet en el asiento trasero del coche—. Escucha yo… NO hemos tenido tiempo de hablarlo tú y yo, pero Antonio está de acuerdo conmigo y… ambos creemos que lo mejor es que se lo digamos antes de la boda, para que ella conozca el lugar que cada uno debe ocupar en su vida.

Su pupila brillante y traslúcida me estremece, el rayo de sol que delinea su rostro como el de un ángel hace que viajemos en el tiempo y recordemos la noche en que toda ésta historia comenzó, la historia de Itamari, pero esa misma noche la nuestra terminó. Ahora somos esto, somos estas criaturas condenadas a vivir farsas por miedo a sufrir otra vez.

Desearía poder decirle cuánto la amo y cuánto la amé, lo mucho que me arrepiento de no haberme quedado a su lado afrontando la verdad en lugar de huir, desearía haber estado sujetando su mano en el hospital y cortado el lazo que sujetaba las vidas de las mujeres de mi vida, poder celebrar el primer cumpleaños y ese primer diente, saber a qué huelen sus pañales sucios y ver las caras de los demás cuando los ensuciara en público, desearía haberla bautizado en una fe que no profeso por el gusto de que celebre junto a su abuelo y su madre sin que éste termine deprimida, desearía llegar a casa y poder decir: “Familia, ya llegué”, para que ellas se emocionen por mí.




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