El Último Cigarrillo

7.

“Se muere tres veces: Cuando se es olvidado, cuando el cuerpo perece y cuando se asume la paternidad”.

 

Vivimos como bohemios sin nacionalidad, con el deseo de volver a ser los locos por la vida antes de que la muerte nos marcara. Los comportamientos de Itamari revelan lo frustrada que se encuentra, sus rabietas y malas calificaciones son su forma de decir “estoy triste y enojada, no comprendo lo que pasa”. Cuando reconozco que ha superado mis fuerzas, que mis limitaciones como hombre me detienen y no sé cómo ayudarla es que pido ayuda profesional.

—Te recomendaré un excelente psicólogo infantil —me dice Facundo, asiento de malas porque la idea del loquero nunca me ha gustado, sin embargo, no es lo que yo quiero lo que importa, sino de lo mejor para mi hija. Pero tras la primera sesión deja de hablarme por tres días y me llaman de la escuela porque ha golpeado a otro estudiante.

—Es inaudito, te comportas como una salvaje, Itamari, tu madre estaría decepcionada.

—No hables de mi madre —espeta con irreverencia, esto me encoleriza.

—Hablo de ella una y mil veces si quiero, ahora es mi responsabilidad educarte y lo haré de la manera en que creo más correcto, ahora mismo, lo correcto es castigarte.

—Ojala tú hubieses muerto y no ella.

¡Joder!, lo dice tan suave y tan firme que casi casi pienso que lo aluciné, así que hago lo que cualquiera haría: Preguntar otra vez.

—¿Qué dijiste?

Ella coge aire un segundo y grita desde la parte trasera del auto con todas sus fuerzas, haciéndome que detenga el auto:

—¡Ojala tú hubieses muerto y no ella!

—¡Yo también quisiera haberme muerto! —La ira en mis mejillas del color de las luces intermitentes—. ¡¿Crees que no daría mi vida porque ella estuviera aquí en mi lugar?! ¡Tú estarías mejor y todo estaría bien! —Golpeo mi frente al dejarme caer en el volante y llorar frente a mi hija como lo hago cada noche en privado, por la vida que pude haber compartido con la mujer que amaba y ahora sólo me queda un vacío. Han pasado más de ocho meses y sigo vacío, me pregunto si así estaré lo que me resta de vida: Como una cáscara vacía—. ¡La extraño, la extraño, la extraño…! ¡Ella sabía cómo ser un padre, no yo! ¡Ella te merecía, no yo! ¡Pero aquí estamos, tú y yo, solos en éste estúpido auto, y ella no está, se fue! ¡Se fue y la extraño tanto! ¡Eres todo lo que me resta de ella, ¿entiendes?!

Cuando me siento vacío y no tengo más fuerzas para seguir, sus manos de niña me levantan el rostro para que limpie mis lágrimas y encuentre consuelo en su abrazo. Lloramos juntos, lloramos porque estamos solos.

Nos prometemos paciencia y tolerancia en ésta vida mientras tengamos que compartirla, como dos esposos, hacemos un pacto de confianza y respeto en las buenas y en las malas. No tenemos ni idea de que la pubertad nos arrebatará la memoria y olvidaremos esos votos de amor, que el maquillaje y las minifaldas no van con la pintura y los lienzos, que los primero cólicos menstruales nos devolverán por un instante un poco de ese amor, pero se irá tan pronto como sea necesario pedir permiso para ir a una fiesta y dinero para anticonceptivos; somos tan ilusos que creemos que los cigarros ocultos bajo la almohada son una moda pasajera y no un mal hábito adquirido; pero allí entre todo el torbellino de cambios, experiencias y lágrimas encontramos la oportunidad para florecer, para encontrarnos de nuevo y darnos cuenta lo parecidos que somos, lo mucho que nos necesitamos.

Ella quiere marcharse a una gran ciudad a estudiar una doble licenciatura en medicina veterinaria y artes, me sonrío y le digo que el arte se es no se aprende; ella, adolescente al fin, rueda sus ojos en sus cuencas y responde que no tengo que creer todo lo que Facundo dice. Como siempre, tiene razón, y me alegra que esas largas charlas filosóficas con Freddy le hayan forjado una mente de criterio que duda y cree en todo y nada al mismo tiempo, claro que ésta actitud liberal e izquierdista no le agradan ala vuelo, menos cuando tiene la fase de chica mala que defiende al “Che” y su movimiento revolucionario.

Estoy orgulloso, y ella lo sabe, me encargo de que lo recuerda cada vez que puedo, orgulloso de la mujer en la que está convirtiendo, hermosa además. Freddy dice que besarla a ella sería como besarme a mí en versión femenina; con unas curvas que llevarían a la perdición a cualquiera, la picardía que los ojos de su madre revelaban en la intimidad son la joya de su rostro atrayendo la mirada de jóvenes y adultos. Directa y decidida, sabe lo que quiere y va a por ello sin medios tintes, esto hace que los chicos llegue buscando una aventura y salgan enamorados hasta el punto de que el catorce de febrero ella desconecte el celular y yo reciba las flores, chocolates y serenata mientras ella se va de fiesta con sus amigas; tierna y humana, me tiene conviviendo con cinco perros, cuatro gatos, tres loros que no vuelan, dos cotorras cojas, una tortuga vieja, tres gallinas y un cerdo vietnamita, ¿lo peor?, es que aunque al principio me niegue rotundamente a hospedar alguna criatura más, ese tesón y don de manipulación me juegan en contra y termino accediendo.




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