El Último Cigarrillo

8.

“No importa a donde vaya, qué tanto tiempo transcurra o cuántas personas nuevas lleguen a mi vida; aquellos que me aman y a quienes amo no están aquí y nunca volveré a ese lugar de inmaculada felicidad porque no se puede revertir el tiempo, porque hay que aprender a ser feliz en nuevos mundos”.

 

Será el destino que se esfuerza en llevarnos por lugares que nos desagradan para que al final se termine donde se comienza, un poco más cansados y viejos, pero, con fortuna menos estúpidos.

El mar y su oleaje me hipnotizan como a un alga que se deja arrastrar por la corriente, lo observo día y noche a distintas horas para intentar descubrir los secretos que la luz roba de sus olas; me siento como la mujer en el muelle de San Blas en cierto momento, esperando que dentro de la espuma y la bruma de la madrugada ella se encuentre, elevándose como una estatua de blanco marfil que me tienda la mano y me invite a acompañarla, apiadándose de mi soledad y mi tristeza.

—Te pasaste de verga —dice Freddy, analizando la obra cuando por fin viene de visita—. ¿Cómo dijiste que se llamaba?

—Celeste resucitando de la espuma.

—Bro, es hermoso, melancólico y… Creo que es lo mejor que has hecho. Cuando lo veo pienso en mi madre, no en su dolor o en su vida dolorosa, sino que… En su espera. Sí, en que está esperándome… —Se queda largo rato meditando en silencio contemplando la obra, le dejo para ir a preparar unos bocadillos para ambos en la cocina del apartamento.

Nos quedamos tomando un tinto mientras vemos la puesta de sol sobre el balcón, y hablamos de lo lejos que hemos llegado cuando se suponía que no debíamos vivir tanto siquiera, pero aquí estamos…

—Dos hijos de puta asalariados con los huevos para arriesgarlo todo para ganar todo. Funcionó para nosotros, ¿no, bro?

—Así es, pero ¿a qué costo? —Inquiero, más para mi conciencia que hacia él.

—Todo requiere un precio. —Se gira y señala con la quijada el caballete—. Para que esa obra exista, una mujer maravillosa e impresionante debió existir e inspirar grandes emociones en las personas que le rodeaban. Éramos dos niños intentando encontrar nuestro lugar en el mundo.

—Y ahora somos dos viejos intentado nuestro lugar en el mundo.

Mi amigo, mi hermano…

 

Parpadeo y ya está, se acabaron los desvelos y discusiones sobre la marihuana que encontramos en el cajón y no hay más materias que reprobar porque al final se graduó; se acaba el rol estelar de padre para ocupar el de espectador en primera fila o corresponsal esperando noticias. Cuando ellos se van lo mejor que podemos hacer es darles valor pese a nuestros propios temores y brindarles el consejo que necesiten cuando lo busquen.

Quizá porque mi relación padre-hija fue peculiar y era más una complicidad o tregua para sobrevivir a las inclemencias de la vida, no es despedirme de mi hija lo que me entristece, no es el “nido vacío” lo que me angustia ya que he abrazado éste sentimiento y lo acepto como parte de mi vida desde hace mucho, sino el irme a dormir sabiendo que allí afuera en algún lugar del mundo hay una parte de mí tan perdida como yo lo estaba al principio, y que no puedo hacer nada porque ella y sólo ella puede descubrir su camino y el significado de la vida.

Con esto en mente dejo un momento el pincel y lo cambio por el bolígrafo para dedicarle unas líneas a mi hija y comenzar a darle los consejos que me hubiesen servido para comprender el mundo en el que me empezaba a sumergir. Comienzo así:

  1.  

“Las personas intentarán darte lecciones de vida siempre que puedan, sin que se los pidas, porque eso les satisface y les hace sentirse buenas personas: Arreglar la vida de los demás ya que no pueden hacer nada por la suya”.

 

Guardo la libreta llena de consejos y de mis experiencias con la idea de entregársela cuando ella vuelva de visita, la próxima navidad, pero al llegar el momento encuentro una postal proveniente de Paris, que lee:

“Viejo, te amo, y deseo verte pronto. Volveré para año nuevo y te contaré ésta gran aventura”.

¡¿Se fue a Paris sin decirme nada?! Y ese sólo es el inicio de una serie de locuras que dejan en claro que es muy mi hija. Se cambia la carrera tres veces: La primera cuando descubre la precariedad de nuestro sistema legal, cuando piensa que la ingeniería es fácil forma de hacer dinero y cuando se le ocurre eso de ser guía turístico parea pasarlo de fiesta en fiesta… Pero al final vuelve a recuperar la concentración y perseguir su pasión por los animales.

Me habla desde África una madrugada, semanas antes de la ceremonia de graduación, para decirme que con sus compañeros arreglaron los trámites en privado y han decidido viajar a la sabana, y allí están, como voluntario de una asociación que protege a los elefantes y rinos de los traficantes de marfil; se le oye emocionada hablando de rifles, turnos nocturnos y patrullajes.

Pierdo el hábito de sorprenderme eventualmente, pierdo el hábito de preguntar cuándo volverá a mí, cuándo la volveré a ver y empiezo a aprovechar cada segundo y cada minuto a su lado como si fuese el último, a abrazar como si nunca más lo haré; porque si algo he aprendido es que no puedo protegerla de la vida, que no me pertenece y que tengo que dejarla ir.




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