Se veía venir, o tal vez solo él se lo veía venir. Ser habitante de un país bananero con gobernantes de cuarta categoría, solo podía tener resultados nefastos. Y ese mundo globalizado podía tener solo este tipo de consecuencias. Sabía que vivía en un país que nunca había sido mirado con muy buenos ojos por el norte y por Europa, por eso lo utilizaron como a un conejillo de indias.
Hacía ya demasiado tiempo que este plan funesto se venía pergeñando, pero todos miraban al costado. Les fueron comiendo su libertad, su libertad de elegir (aunque suene frívolo y tonto) la forma en que la gente quería morir. La batalla ya estaba librada atacando a los fumadores, porque no sólo el cigarrillo le afecta a ellos sino que también a los no-fumadores. ¿Acaso los escapes de los autos, las chimeneas de las fábricas demasiado cercanas a los grandes centros urbanos no afectaban a toda la gente más que el humo de los cigarrillos de los "perversos fumadores"? ¿O acaso estos despreciables gobiernos genuflexos no habían llenado y rellenado sus arcas con los impuestos aplicados a los cigarrillos? Sí, lo habían hecho, pero ahora venía la orden del papá del norte.
Un día cualquiera el ciudadano Juan Méndez, quien era un hombre común con una vida común y un empleo más que común, tuvo una pesadilla que lo perturbó en su vida cotidiana. El tiempo pasaba pero él no podía sacarse de la cabeza esa angustia producida por ese sueño. Y luego cayó en la cuenta de que esa pesadilla había sido premonitoria. Mientras tanto en el país estaba prohibido fumar (pero no estaba prohibido vender cigarrillos).
Ese día Juan salió de su trabajo y, quien sabe porque, fue a almorzar a un bar al que nunca había ido y quedaba a la vuelta de su trabajo. En el lugar el sonido del televisor se mezclaba con el rumor de las voces monocordes de los parroquianos. En la tv estaban pasando cómo, claramente, el presidente de la Nación, Renato Pormet, declamaba que a partir del 01 de Marzo próximo estaría prohibido fumar. Y agregó que por el momento no iban a encarcelar a los que aún se rebelara contra esa medida (nuestra historia comienza un 01 de diciembre) sino todo lo contrario, desde Estados Unidos venía una pastilla milagrosa que lograba que hasta un gran fumador compulsivo dejara su vicio después de una sola ingesta de dicho comprimido. Es más, era tal el milagro, que era imposible reincidir. Tan así era que el exfumador con sólo escuchar la palabra cigarrillo o tabaco, le producía tal repulsión que era imposible que volviera a tocar un cigarrillo en su vida.
Juan respiró pero, aunque no era un tipo rebelde, esta idea no lo convencía a pesar de ser un fumador compulsivo de un atado y medio por día, pensaba que esa era su elección después de todo.
Durante aquellos días grandes colas se formaban en los hospitales y los organismos oficiales para recibir "la pastilla milagrosa". Incluso se comentaba que mucha gente, a pesar de no ser fumadora, también se agolpaba en esos lugares, total era algo gratis. Juan no fue, sólo se dedicó a acopiar cigarrillos y cigarrillos. Se gastó casi todos sus ahorros en su vicio, ya que el gobierno anunciaba que una vez cumplida la fecha en que comenzara la prohibición, no se podrían vender más cigarrillos, ya que si se encontraba algún negocio o persona haciéndolo significaría un delito federal. Serían fusilados en la plaza mayor.
Juan no lo podía creer, ¿Cómo se coartaba la libertad de esa manera? Él no quería dejar su vicio, y estaba en todo su derecho pero los medios (los benditos y vendidos medios de comunicación) todo el día estaban lavándole la cabeza a la gente y, lo que es peor, no indicando los riesgos del cigarrillo, sino los riesgos que una correría si se rebelaba a esa medida del gobierno (en realidad era una medida de Estados Unidos), y ante esa avalancha de lavaje de cerebro poco se podía hacer.
En la pesadilla que había tenido Juan, el gobierno prohibía fumar, tomar alcohol y todos los entretenimientos del pueblo. En su sueño hasta se prohibiría el futbol. Juan estaba seguro que a la larga seguirían prohibiendo más cosas. La gente estaba adormecida. Juan sospechó que no solo era algo natural esa falta de interés por las cosas que pasaban, sospechaba que "la pastilla milagrosa" algo tenía que ver con esa gente que veía por la calle como si fueran zombis. Y la televisión también aportaba lo suyo. Los noticieros solo hablaban loas del gobierno. No había malas noticias. Lo único malo y el motivo de todos los males parecía ser el cigarrillo. Juan sabía que el cigarrillo mataba, pero no quería que el estado decidiera por él. Eso lo hacía sentir como un niño en un jardín de infantes. Y lo que más bronca le daba era la falta de compromiso de los demás ciudadanos. Se sentía solo, estaba solo en esta cruzada y parecía ser uno de los pocos que veía que la cosa podía ponerse peor. Hay algo peor que un gobierno déspota y dictatorial: un pueblo que lo deja ser de esa manera sin pegar un solo grito y solo bajando la cabeza. No veía rebeldía en la calle y en ningún lugar. Los impuestos estaban ahorcando a todos pero la gente estaba como si nada pasara.