uan siguió viendo tv hasta las tres de la mañana. Se acostó a esa hora con un par de wiskis encima por eso se durmió en seguida. A las siete y media sonó el reloj como todas las mañanas, estiró su brazo derecho y lo apagó. Se restregó los ojos y se quedó un poco más que de costumbre tirado en la cama. Se levantó, preparó el café y se dio una ducha. Le dolía mucho la cabeza, no solo porque había tomado sino también porque había comido muy poco. Se vistió y salió para la oficina. Llegó sobre la hora a las nueve en punto. Subió por el ascensor y cuando entró a la oficina solo encontró a González y a Nocce.
- ¿Qué paso que no hay nadie?
- Ah...no te enteraste. Falleció Berta.
- ¿Qué? Si es un chiste es de mal gusto.
- No es un chiste, Méndez. La encontraron muerta en su cama los padres hoy a la mañana cuando la fueron a despertar para que venga a laburar. Mirá si te voy a joder con eso, no seas boludo – Le dijo enojado González –
- Pero ¿Qué le pasó?
- No sabemos. Vinimos a la oficina y justo nos cruzamos con Regules y nos dio la lamentable noticia del deceso de Berta. Pobre piba...tan joven... ¿Qué le habrá pasado?
- No te lo puedo creer...
- Es así, Méndez. La vida es una mierda. Hoy estamos...
Juan no podía creer lo ocurrido con Berta. No entraba en su cabeza que la mujer con la que había hecho el amor hacía unas pocas horas ahora estuviera muerta. Pensó en la llamada que había recibido ella y que se negó a decirle quien era o si tenía pareja.
- ¿Ustedes van al velorio? – Preguntó Juan a González y a Nocce –
- Vamos a ir más tarde, nos dijo Regules que alguien tenía que quedarse en la oficina. Pero vos andá tranquilo, nosotros nos quedamos –Le contestó González, mientras Nocce asentía con un monótono movimiento de cabeza todo lo que decía su compañero.
- Ok. Voy entonces. Chau.
Juan salió rápidamente de la oficina y se tomó el subte hasta la casa velatoria. Cuando llegó justo en la puerta estaba Regules.
- Hola, Regules.
- Hola, Méndez. ¡Qué tragedia! ¡Pobre Bertita! ¡Qué pérdida!
- Si, tan buena mina.
- Sí. ¡Qué tremendo para los padres!
- Si...debe ser un dolor incomparable con ningún otro.
- Si...
- Bueno, entro. ¿Usted ya se va?
- No...ahora entro...vos entrá que ahora te sigo.
- Ok.
Iba hacia la sala donde estaba Berta y antes de entrar, Regules le habló.
- Juan...una cosa...
Nunca lo llamaba Juan. A nadie llamaba por el nombre. Solo a Berta.
- ¿Si?
- ¡Qué bien que cogía! ¿No?
Lo miró con desprecio y entró. Caminó por un largo pasillo. En una de las paredes había carteles negros con letras blancas removibles detallando los datos de las diferentes personas que estaban velando en las salas del lugar. A Berta la velaban en la sala "A". Caminó hasta el fondo de ese pasillo, abrió una puerta de vidrio e ingresó. Podía escucharse un llanto que venía del lugar donde estaba el cajón. Caminó hacía allí y ahí estaba la pobre Berta. A su lado una señora mayor que luego que seguramente era la abuela. A su lado estaba la madre de Berta a la cual Juan ya conocía por fotos que le había mostrado la misma Berta. Juan se acercó y le dio el pésame a ambas.
- ¿Vos sos Juancito? No sabés como hablaba de vos la nena – me dijo la abuela.
- Sí, hablaba mucho de vos. Demasiado a veces – me afirmó secamente la madre –
- Yo la quería mucho.
- Ella te amaba ¿No te diste cuenta? – me espetó la madre en un tono un poco agresivo como recriminando mi lentitud por no dame cuenta de ello –
Juan pidió permiso y se retiró para el centro de la sala. Justo se topó con Regules que estaba tomando un café en un vaso de plástico.
- Méndez, que injusta que es la vida. Una chica tan buena, tan llena de vida y mire usted: ahí en ese cajón de madera. Y tanto hijo de puta vivito y coleando por ahí ¡Qué vida de mierda!
- Sí. Hay mucho turro por ahí, en eso coincidimos.
- ¿Y en que no coincidís conmigo? ¿En lo que te dije afuera? Aflojate. Sos joven, tenés pinta, un buen laburo. Divertite, pibe.
Juan ni le contesté. Odiaba su cinismo. Su altanería. Su desprecio por los demás. Se creía que era el dueño del circo y era un pobre diablo como todos los que trabajan en esa oficina gris y lúgubre – pensó Juan -. Se quedó un rato y después se fui para la oficina. Cuando llegó se quedó solo ya que González, Nocce y Pellman se fueron al velorio. Se dispuso a trabajar para adelantar unos informes para Regules. Ya que estaba solo se encendió un cigarrillo. Cuando estaba fumando plácidamente y disfrutando ese cigarrillo que era el primero del día, lo sobresaltó el timbre del teléfono del escritorio de Berta. Se levantó de la silla y atendió.