El último fumador

Capítulo 8

Juan se despertó a eso de las nueve de la mañana. Estaba con resaca. Se quedó un rato en la cama hasta juntar el suficiente coraje para levantarse y encarar el día. Aunque era sábado tenía algunas cosas que hacer en la casa. Ya que vivía solo se encargaba de las tareas domésticas. Lavaba la ropa, ordenaba y limpiaba la casa; y también cocinaba. Lo único que nunca había aprendido ni quería aprender era planchar. Después de unos diez minutos de reunir un poco de voluntad, se levantó. Primero se sentó sobre el borde de la cama y se quedó restregándose los ojos un lapso de tiempo no muy largo, hasta que si tuvo el valor suficiente y se paró. Se puso el calzoncillo y se detuvo por un instante a mirar el rostro de Marcia. Pensó que era demasiado bonita aún a cara lavada. Le tocó suavemente el rostro y se fue al baño. Cuando regresó, Marcia ya se había levantado.

- ¡Buen día, hermosa! – le dijo con indisimulada alegría –

- ¡Hola, bombón!

- Voy a comprar unas cosas para hacer el desayuno...Me vas a acompañar... ¿No?

- ¡Claro que sí! Ves que sos único, Juan.

- No. A todos le dirás lo mismo. Ahora vengo, nena.

Juan se acercó y le dio un suave y dulce beso en los labios. Marcia se quedó paralizada pero con una amplia sonrisa. Una vez que Juan cerró la puerta del departamento, Marcia se vistió e hizo la cama. Tomo una camisa de Juan y la olió. La excitaba el aroma de ese hombre, pero lo que más le gustaba era la forma de tratarla, ese beso de pequeña despedida le había quedado grabado en el alma aunque en ese momento se quedó tocándose los labios como queriendo que quede indeleble en su boca y su memoria. Se dio una ducha rápida y luego se maquilló. Cuando salió del baño lo vio a Juan que estaba en la cocina preparando el desayuno. Él ya había puesto la mesa para ambos, dos tazas, dos platitos, dos cuchillos para la mermelada, dos cuchillos para el queso blanco, dos vasitos con jugo de naranja. Marcia se sentía una princesa, después de todo era una joven de solo veintitrés años con todos los sueños que también tenían las chicas de su edad. Juan sirvió el café con leche para ambos y se sentó frente a ella.

- Bueno, espero que te guste.

- Ya me gusta, Juan.

- ¡Ja! No me chamuyes, ni lo probaste.

- Ya me gusta te dije porque me lo serviste vos. Nunca me trataron así. Te agradezco. Y no te asuste, no me estoy enamorando. Es solo que me gusta ser agradecida con la buena gente como vos. No nos topamos todos los días con gente buena. La gente está muy en la suya, muy en su locura.

- Pero yo te trato como trato a todo el mundo. Vos sos una persona antes que nada. Me gusta que te sientas bien en mi casa.

- Ese es el punto. Me tratas como a todas las mujeres, no discriminas porque yo soy prostituta y las otras no.

- Sos una mujer y la pasé muy bien con vos. Y espero que no sea la última.

- Eso espero yo también.

- Hecho.

Juan le estiró la mano como para sellar un pacto. Marcia le dio la mano y lo miró fijo a los ojos.

- Un gusto, Juan. Me llamo Josefina.

- ¡Qué lindo nombre!

- Vos sos chamuyero también ¡Eh!

- No, es verdad. Es muy lindo nombre.

Siguieron tomando su desayuno. Marcia, o Josefina, mientras hablaba con él pensaba que nunca le había tratado así. Ni siquiera su ex novio que solo la tenía para cuando a él le agarraban las ganas de tener sexo y encima solo pensaba en él, ella nunca había logrado llegar al orgasmo. Y ni hablar de los clientes. Se ponían el forro, se la hacían chupar un poco y luego la penetraban. Palo y a la bolsa. Ella era solo un pedazo de carne para ellos, y ella lo sabía desde el momento justo en que pensó en trabajar de prostituta.

- Mmmm...que pensativa y callada que estás, Jose. Yo cuando una mujer está así...¡Tiemblo!

- Ja...¡Que exagerado! Solo estaba pensando en que ahora tengo que ir para casa y limpiar, lavar ropa. Esas cosas que veo que vos también hacés.

- Sí. No quiero gastar guita en una mujer que venga a limpiar. Así que los sábados me dedico a mi casa. Bueno, solo a la mañana y a la tarde un rato.

- Claro. Es chiquito el depto., pero es re lindo.

- Sí, es lindo.

Terminaron de desayunar y ambos levantaron la mesa. Juan lavo la vajilla mientras Josefina acomodaba un poco la ropa de Juan. Josefina ya debía irse. Ella vivía con una amiga en un departamento en un barrio del sur no muy lejano de donde vivía Juan. Él se ofreció a acompañarla unas cuadras. Ella aceptó con gusto. Era un cálido día de verano. Iban caminando por esas pequeñas veredas del centro. Juan le hablaba de su trabajo, de los personajes que había en su oficina. Josefina reía, siempre reía. Sin darse cuenta, entre charla y risas, llegaron a la puerta de la casa de Josefina.

- Bueno, Juan. Acá vivo. Gracias por acompañarme.

- De nada. Fue un placer. Fue todo un placer en tu compañía.

- ¡Qué galante! Ahora es cuando el chico besa apasionadamente a la chica...jajajajajajajajaja.

- Jajajajajjajajaja...¡Que peliculera sos!



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En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

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