Pero ahora su problema no era Josefina. Se había quedado pensando en su madre, la cual le había mandado saludos a través de Paty. Juan tenía un complejo de Edipo no resuelto. No solo no lo tenía resuelto, sino que ni siquiera lo tenía asumido. Cuando hacía análisis y la psicóloga le dijo que lo tenía se puso furioso. El asociaba el complejo de Edipo con el deseo de tener sexo con su madre y no había manera de hacerle cambiar esa mirada errónea. Pero Juan sabía que en el fondo había algo que no encajaba en la relación con su madre. De chico era muy celoso de ella. No toleraba que alguien se acercara ella, cuando eso ocurría le agarraban unos berrinches que eran realmente insoportables. Se tiraba en el piso boca abajo y lloraba golpeando el piso con sus pequeños puños. No se despegaba ni un minuto de ella y como contrapartida, sentía un gran rechazo por su padre. La mala relación entre ambos se fue acrecentando a medida de que Juan crecía. Se hizo mucho más evidente, y hasta violenta, en la adolescencia. Juan no podía soporta la idea de que su padre le pusiera una mano encima a su madre, no le entraba en la cabeza que tuvieran sexo. El amor hacia ella se la iba de las manos, lo enloquecía. Cuando estaba con ella sentía un placer único e inexplicable. Cuando su padre llegaba a su casa después de trabajar, Juan no lo podía digerir. Cuando ocurría eso se iba de su casa y muchas veces se iba a dormir a la casa de algún amigo o amiga. Le salía fuego por los ojos cuando imaginaba a su madre con su padre. Una noche que llegó a su casa borracho, escuchó como su madre gemía de placer, él creyó, o eso fue lo que decía, que su padre le estaba haciendo daño a su madre. Irrumpió en la habitación, agarró a su padre del brazo sacándoselo de encima a su padre y lo golpeó en la cara. Juan se fue de su casa después de ese episodio. Desapareció como una semana. Su padre luego de lo ocurrido cayó en una gran depresión. Solo sobrevivió un mes a ese dolor de haber sido golpeado con tanta saña por su hijo. Cuando Juan se enteró de su fallecimiento, no solo se sintió culpable por lo que había hecho, sino también por lo que había pensado; en más de una ocasión le había deseado la muerte. La noche anterior a la noticia había sido la última vez en que había ansiado la muerte de su padre.
Como era lógico, la familia se desmoronó. No solo a nivel afectivo sino también a nivel económico. Juan comenzó a trabajar y por eso descuidó sus estudios – estudiaba abogacía – hasta que finalmente los dejó. Con su sueldo y la pensión de su padre sobrevivía. Pero a Juan poco le importaba eso. Él era el hombre de la casa. Él era el macho alfa. Era el único hombre de su madre. Más allá de las vicisitudes económicas, estaba contento y no sentía ningún tipo de remordimiento por la muerte de su padre, sentía culpa, pero era una culpa placentera. Pero nada dura para siempre. Su madre trabajaba vendiendo tortas que hacía en su casa. Iba panadería por panadería para hacer unos pesos extras. Hasta que un día fue a una gran panadería que tenía varias sucursales y conoció a Ricky. Ricky era el dueño de esa cadena de panaderías y se enamoró a primera vista de la mamá de Juan. Al poco tiempo de conocerse, Ricky se fue a vivir con ellos y luego se mudaron a la casa de él que era mucho más grande. Juan se mudó solo. No soportaba la idea de ver a su madre con ese hombre. Desde ese día no volvió a hablar con ella a pesar de las insistentes llamadas y mensajes de su madre. No fue fácil para el vivir solo, había veces que comía lo que podía. Luego fue creciendo en su trabajo hasta que se estabilizó económicamente. Paty iba a visitarlo mucho al departamento cuando ya podía salir sola de casa, a eso de los trece años. Increíblemente o no tanto, Paty tenía complejo de Edipo con Juan. Era su figura paterna. Era su ídolo y su protector. Estaba perdidamente enamorada de él, al menos inconscientemente, como hermana. A veces las cosas se pueden ir de las manos. Cuando Paty ya estaba dejando su adolescencia, iba muchas veces a visitarlo a Juan y se quedaba a dormir. En más de una ocasión se levantaba por las noches y lo miraba cobijada en el silencio de la oscuridad. Observaba su cara, su cuerpo e imaginaba lo que no veía. Muchas veces cuando Juan se iba al baño a pegarse un baño, lo espiaba por la cerradura para ver, ahora sí, lo que tanto imaginaba. En más de una ocasión llegó a masturbarse mientras lo espiaba.
Juan nunca supo esos detalles, pero no era tonto y veía como ella lo miraba y lo trataba. Como lo comparaba con los demás, como le decía que quería al lado de ella a un tipo como él. En el fondo no quería asumir ni saber que a ella le pasaba lo mismo que a él le pasaba con su madre.
El taxi paró en la puerta de su edificio. Juan bajó mientras seguía pensando en tantas cosas. Al menos el recuerdo de su madre, padre y Paty lo habían distraído y le habían evitado pensar en Josefina. Pero sabía que eso era un bálsamo, era solo un momento de distracción para luego volver a su pensamiento recurrente: Josefina. Y se sentía un tonto por no poder sacarse de la cabeza la profesión de ella. Tampoco podía sacarse de la cabeza cuando se fue de su casa y le dijo a su madre que era una puta que se había juntado con Ricky solo por dinero, que le había puesto precio a su vagina.