Llegaron al aeropuerto de Barajas en las primeras horas de la tarde. Juan no tenía reservado ningún alojamiento. Las noruegas iban a ir a la casa de un amigo. Se tomaron un taxi hasta el centro y ahí se despidieron.
- Bueno chicas. Fue un gusto conocerlas. Igual nos vemos acá y cuando vayan de nuevo a Buenos Aires.
- Juan, vamos a extrañarte. Y obvio que vamos a vernos y a comunicarnos. Mucha suerte con Josefina - Le dijo Rona con una calidez que él no había conocido antes en ella –
Ella se acercó, le dio un beso y un fuerte y sentido abrazo mientras le decía al oído 《Yo también fui prostituta y nuestro sueño siempre es que alguien nos salve. Y no hace falta que sea un príncipe azul, ese acto de amor lo transforma en algo mucho mejor que un príncipe azul》
Cuando terminaron de abrazarse se miraron y ambos tenían sus ojos llenos de lágrimas. Erna lo saludó con un tibio abrazo, tal vez con un poco de celos. Juan se fue con su pequeño bolso a buscar un hotel por el centro de la ciudad.
Estaba en la plaza mayor, caminó unas cuadras y encontró una pequeña pensión. Entró y lo atendió un anciano de gafas culo de botella. Pagó la habitación por cinco días. No pensaba quedarse más. La habitación era sencilla pero limpia. Se bañó y se tiró un rato en la cama aún sin cambiarse. Se decidió y le mandó un mensaje a Jose.
- Hola...
No tardó casi nada en contestarle
- Hola Juan...
- Te quería pedir disculpas...por lo del otro día...
- Ya fue. Todo bien.
- En donde estás.
- En Madrid.
El corazón comenzó a galopar a gran velocidad. Pensaba que le iba a explotar.
- Que bueno. Amo Madrid. Y como la estás pasando. En que hotel.
- La estoy pasando bien. Estoy en el Ritz... ¿Vas a venir a buscarme? Jajajaja
- jajajaja...Que bueno. Ok te dejo. Pasala lindo.
- Gracias Juan. Nos vemos a la vuelta.
- ¡Dale!
Juan se vistió y fue a dar una vuelta por Madrid. Ya conocía la ciudad porque había viajado varias veces con su padres cuando era adolescente y volvió a viajar de más grande con amigos. Ya eran cerca de las siete de la tarde que es la hora en que la gente empieza a salir y va a tomar algo y luego a comer. Entonces se dirigió para la zona donde estaba el hotel Ritz, tal vez la suerte lo acompañaría y podría ver a Josefina, al menos de lejos. Apenas llegó vio que en la vereda de enfrente había justo un bar con mesas afuera. Se sentó a una mesa que daba justo a la puerta del hotel un poco en diagonal. Se pidió una cerveza y un sándwich de jamón crudo. Pasó casi una hora y ya se estaba impacientando. Se había pedido otra cerveza y en un momento vio que Josefina salió del hotel de la mano de un hombre bastante más grande que ella, la edad del padre podría tener, tranquilamente. Se paró rápidamente, fue a la caja y pagó. Dejó sobre la mesa una cerveza sin terminar. Se puso a caminar en la misma dirección que iban ellos pero de la vereda de enfrente pero a una distancia prudente. Rogó que no tomaran un taxi porque los perdería. Después de caminar un par de cuadras dieron vuelta a la esquina, se dirigían a la plaza mayor sin dudas. Apuró el paso y dobló la esquina y se acercó un poco más, estaba agitado de la emoción de tenerla a Josefina a unos pocos pasos de él. Se sentaron en un bar que daba justo enfrente a la plaza en una mesa que estaba sobre la vereda. Juan se sentó en un bar de al lado en donde tenía una vista privilegiada, ya que le tenía a Josefina de espalda así que no podía verlo. Pidió una carta y se tapó un poco la cara para espiarlos bien. Veía que el hombre le tomaba las manos, le besaba el hombro y le daba besos en la boca. Se moría de los celos. Se pidió otra cerveza y siguió observando. El hombre llamó al mozo y le habló al oído. Al rato el mozo volvió con una bandeja con un champagne Dom Perignon. Josefina reía. El hombre reía más que ella. El mozo les sirvió champagne a ambos y brindaron mirándose a los ojos. Se dieron un beso. El hombre sacó una pequeña cajita. Se arrodilló le tomó la mano y le dio la caja en donde había un anillo. Le había propuesto casamiento. Yo me quedé duro esperando la negativa de Josefina. Ella se paró, le dio la mano al hombre como invitándolo a que se levantara. El hombre se paró, se abrazaron y se dieron un largo beso, muy largo para el gusto de Juan que estaba blanco y boquiabierto sintiéndose un boludo que había viajado doce horas en avión para ver como la mujer a la que amaba se comprometía con otro. Pensó en pararse e ir a hablar con ella. Pero ya no tenía ningún sentido. Pagó la cuenta y se fue a caminar por Madrid. Era una noche un poco fría, pero él no sentía nada. No quería pensar en la boludez que había hecho de haber viajado para ver lo que vio. Pasó por la zona roja. Las prostitutas le mostraban las tetas, el culo y sacaban la lengua pasándosela por los labios. Juan se excitó. Empezó a hablar con un grupo de ellas. Tomó de la mano a una negra que era al que mejor cuerpo tenía y era a la única que no le entendía pues hablaba en francés. Lo único que le había entendido era que era de Nigeria. Se fueron a un hotel por horas cerca de ahí. Intentó tener sexo, pero no pudo. Maldijo no tener a mano una pastillita milagrosa. Salieron del hotel, Juan la acompañó a la prostituta a su parada y él se fue a descansar a su hotel.