El último fumador

Capítulo 26

Regules le dio la mano y le sostuvo la mirada como aceptando el desafío

al que lo había convidado Juan. No se iba a achicar ante él justamente

Sabía que no tenía nada que perder ante ese pobre diablo. Se fue para

su oficina y se tomó un café. Leyó las noticias en su notebook y llamó por el interno a Mónica.

- Moni, decile a Méndez que venga ya para acá.

- Sí, señor.

Mónica llamó a Juan para que vaya a verlo a Regules. Juan tomó aire, tragó saliva y se dirigió a la oficina de su cínico jefe. Antes de tomar la manija y abrir la puerta recordó cada cosa que ya había pensado que le iba a decir pero con la certeza que se olvidaría hasta de los puntos y las comas cuando estuviera frente a él. Por fin abrió la puerta y lo saludó a Regules.

- Pase tranquilo, Méndez.

- Gracias.

- ¿Todo bien?

- Todo bien, si.

- Bueno...usted me conoce, no soy de dar vueltas.

- Si, ya lo sé.

- Usted tiene la caradurez de llamarme por el nombre...digamos de guerra suelo utilizar con las prostitutas, con las putas. Sí, ese es el nombre que le dije a su novia, la prostituta Marcia. ¿Tiene algún problema?

- No, para nada. Me parece un lindo nombre, tuvo buen gusto. Lo felicito.

Ahora el que tragó saliva fue Regules.

- No se me haga el irónico que para eso estoy yo. Que sea la última vez que mezcla mis problemas personales aquí en la oficina. ¿Estamos de acuerdo?

- Estamos de acuerdo.

- Yo con su novia tengo una relación fuera de acá y usted ni nadie me la va a prohibir ni a espetármela en la cara dentro de este establecimiento. Si usted quiere hablar de temas personales me lo dice y tomamos un café fuera de acá. ¿Está clarito?

- Demasiado claro. Está muy bien y tiene razón, Regules.

- Y que más...

- ¿Qué más de qué?

- Pensé que después del << Tiene razón, Regules >> venía la disculpa.

- No, para nada. No tengo nada por lo cual pedirle disculpas. Tiene razón y punto.

- Ok...ah...una cosa...

- ¿sí?

- Como le gusta a Marcia por el culo, lo pide por favor. Es una fiera...

- No era que acá no hablábamos temas personales.

- Usted no puede hablar; ni usted ni sus compañeros. Yo puedo hablar de todo lo que quiero. Ubíquese, Méndez.

- Ok. Me retiro si no tiene más que decirme...

- No, nada más. Retírese.

- Ok.

Juan se levantó y abrió la puerta para salir de la oficina.

- Espere un momento, Méndez. Una cosa más.

- Sí, dígame.

- Ayer tipo seis de la tarde vino la policía a buscarlo, un tal Miltez...sargento Miltez...acá tiene su tarjeta.

- ¿Para qué? ¿Qué quería?

- Mirá...a mí me preguntó por Bertita...

- Ah...por eso...ok...

- Y yo les conté la verdad.

- ¿Qué verdad?

- Que la noche anterior a su muerte vos estuviste con ella. ¿Hice mal?

Juan sentía que Regules estaba llegando demasiado lejos, pero también sabía que no podía caer en su juego, no podía enojarse más allá de que tenía ganas de recontra cagarlo a piñas.

- No, está bien. ¿Y usted como sabía que estuve con ella?

- Méndez...me extraña...Berta era mi secretaria. Ella me contaba todo, absolutamente todo. Que verde que es usted, Méndez.

- Claro, le contaba todo.

- Tené cuidado, murió envenenada. ¿No habrás sido vos, Méndez?

- ¿Usted me está cargando? Sería incapaz de matar a alguien y menos a una mujer como Berta que era excelente persona.

- No sé. ¿Usted se cuidó esa noche? A ver si terminó adentro y lo acusan de violación...Méndez...usted tiene que creer...es muy inmaduro...Las cosas hay que pensarlas bien.

- Sabe que, Regules. En este momento debería mandarlo a la puta madre que lo parió, pero no lo hago porque soy un tipo educado.

- Me parece muy bien, porque si lo hace lo suspendo. Chau, Méndez. Ahora tengo que trabajar. Vía. Y no se olvide de llamar a la "cana".

Juan se fue de la oficina con una bronca que apenas pudo contener ante Regules. Se sentó en su escritorio y llamó a la comisaria para hablar con el sargento que lo había ido a ver.

- Si, buen día. Con el sargento Miltez.

- Si un segundito.

Mientras del otro lado dejaron el teléfono descolgado podía escuchar todo lo que pasaba. Gritos, ruido de gente tecleando, bocinazos. Estuvo esperando unos dos minutos hasta que del otro lado escuchó a una persona con la voz muy finita, parecía un chico.

- Si, acá el sargento Miltez ¿Quién habla?

- Soy Juan Méndez, ayer usted...

- Si, ya sé quién es – lo interrumpió con autoridad el sargento – Se puede acercar a la comisaria hoy mismo.

- Sí, ningún problema. Después de las 17 hs cuando salgo de acá...

- No hay problema. Lo espero.



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En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

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