El último fumador

Capítulo 28

Juan y Jose se miraron por un largo rato. En sus miradas podía "leerse" << ¿Qué quiere este tipo? >> Juan le dijo al sargento que lo haga pasar. Juan y Jose seguían sin hablar hasta que escucharon la voz de Regules.

- Hola tortolitos. – Mientras observaba todo el ambiente y saludaba a los otros presos con una estudiada y falsa amabilidad –

- Regules... ¿Qué hace acá?

- Vine a visitarte, Méndez. Me extraña – previamente había saludado a Josefina tomándola de la cintura y dándole un beso cerca de la comisura de los labios –

- Bueno, muchas gracias.

- ¡Qué macana esto, Méndez! Yo estoy seguro que no fuiste vos el que mató a Berta.

- ¿Cómo esta tan seguro? – le preguntó mientras fruncía el ceño Josefina –

- Nena...yo a Juan lo conozco hace... ¿Cuánto hace que trabaja conmigo, Méndez?

- Van a hacer ocho años...

- Eso, ocho años. Lo conozco perfectamente. Él no es un asesino. No mataría a una mosca, es medio debilucho para mi gusto.

Juan y Jose se miraban, tenían tantas cosas para decirle y para decirse. Continuaron escuchando el monologo de Regules

- Yo no sé qué paso esa noche, Méndez. Pero sé que usted no la mato. Y sé que usted cree que la mate yo. Pero se equivoca, yo no la maté. Usted cree tener indicios. Uno es la llamada que recibió Berta y por la cual se fue de su casa rápidamente, casi sin saludarlo. Y la otra es el haber puesto el aviso en el diario buscando la reemplazante de Berta. Yo le dije, Méndez, ella iba a renunciar, se iba a ir al vivir al sur. Y usted sigue sin creerme, lo veo en su cara. Y vos, Josefina, me crees menos que lo que me cree tu novio.

- Yo no te conozco tanto, Leo. No podría dudar de vos y menos en un asunto tan serio, estamos hablando de un asesinato.

- Si, es verdad. Pero el tema acá es otro. Hay que sacar de acá a Méndez.

- Si, gracias jefe.

- De nada. Méndez, me puede anotar acá todas las contraseñas. La de inicio de la pc, el correo, de los archivos, de las bases de datos. – Mientras le decía eso le iba acercando una libreta y una lapicera –

- Ah...por eso vino, Regules. A mí no me venga a chamuyar.

- Méndez, no sea ingrato. Le voy a conseguir un abogado.

- No se molesté, ya tiene – le contestó josefina, secamente –

- Bueno. Méndez, mucho olor a cigarrillo acá. Deje de fumar, queda poco tiempo para hacerlo, no sea que termine preso por algo que si es culpable.

Regules saludó y se metía en uno de los bolsillos de su elegante saco azul la libreta en la que Juan le había anotado todas las contraseñas.

Juan y Jose quedaron solo por fin. Jose ya estaba por irse, se quedó un momento más haciendo tiempo a que Regules este bien lejos de ahí. Uno de los presos que estaba en la celda lindera a la celda de Méndez comenzó a mirarlo y a chistarlo. Juan lo miró.

- Si... ¿Querés un cigarrillo?

- No...gracias...con todo respeto, yo no sé quién era el tipo ese que te vino a ver, pero que cara de garca que tiene, hermano.

Juan y Jose se rieron a carcajadas por la ocurrencia del reo.

- No hay problema, podes decir lo que tengas ganas. Y si, tiene y es un garca. Es mi jefe.

- Te compadezco. Es de esa clase de tipos que mejor tenerlos lejos. Pero pobre de vos...verlo todos los días.

Josefina se fue y prometió a Juan que al otro día volvería con cigarrillos, algo de comida y, lo más importante, con el abogado. Cuando salió del lugar donde estaban las celdas, saludó a los agentes y agradeció a Miltez quien todavía no podía sacar de su cabeza la imagen del cuerpo desnudo de ella y Josefina lo sabía.

- Bueno, sargento. Me retiro. Mañana vuelvo. Espero que tenga personal femenino...

- Yo también lo espero.

Josefina lo miró desconcertada por la respuesta. Miltez se dio cuenta.

- Sé de su incomodidad. Una comisaria debería tener todo el tiempo a un personal femenino para esas tareas.

- Si, es verdad. Le pido un favor.

- Si, dígame.

- Cuídemelo bien. No le hagan nada malo, él es inocente.

- Se lo prometo. Nada malo le pasará.

- Ok. Gracias, sargento. Buenas noches.

Josefina se fue y movió sus caderas como nunca en su vida. El sargento la siguió con su mirada hasta que desapareció de su vista, cuando ocurrió eso fue corriendo hacia la puerta para seguir mirándola. Jose tomó un taxi casi al llegar a la esquina, al ver a Miltez con su cara de babosa lo saludó desde el taxi con su delgada mano derecha. El sargento volvió a entrar en la comisaría y se fue dar una vuelta por los calabozos para ver cómo estaban los detenidos. Se puso a hablar con Juan.

- ¡Qué tipo raro ese Regules! Pero parece buen tipo.

- Ja...usted no lo conoce sargento.

- Pero habló muy bien de usted. Me dijo que es inocente y que pone las manos en el fuego por usted. Eso no lo dice cualquiera.

- Decirlo es fácil, el tema es si llegado el caso lo hace.

- Es verdad. Sabe lo que me ofreció...su celular.

- ¿Cómo es eso?



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En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

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