El último fumador

Capítulo 29

Después de terminar la cena apagaron las luces de las celdas fue cuando Juan se sintió verdaderamente preso. Antes con la luz encendida y las visitas de Josefina y Regules (mal que le pesara) no había caído en la cuenta de que estaba preso. Se sentó en la cama de hierro empotrada en la pared y mientras encendía un cigarrillo miraba por la pequeña ventana que se encontraba justo enfrente de la cama a unos tres metros del suelo. Tenía unos gruesos barrotes y una reja mosquitera que ya no cumplía su función pues estaba rota, tenía grandes agujeros. La noche era calurosa, pesada y pegajosa. Juan se levantó e intentó llegar a la ventana en puntas de pie, imposible estaba demasiado alto. Solo podía ver la luz que entraba desde la calle. Era de un color azul oscuro que le daba más tristeza a esa celda húmeda y luctuosa. Aunque bien sabía Juan que los lugares no nos provocan tristeza, la tristeza ya está dentro de nosotros. Es verdad que algunos escenarios nos pueden sumir en una tristeza más profunda. Juan estaba mal no solo por esta encerrado sino porque se le había revuelto una vez más la muerte de Berta, o mejor dicho, el asesinato de Berta. Sus pensamientos no le permitían dormir, no estaba cansado. Miraba esa pequeña celda que no sería de más de dos metros por dos metros y medio. La humedad de las paredes, la mugre en los pisos, las cucarachas que se paseaban como si fuera su hábitat natural. Comenzó a caminar por ese pequeño habitáculo, iba de pared a pared, se estaba enloqueciendo. Escuchó a su vecino que le hablaba.

- Flaco, ahora si te acepto un faso...

- Si, tomá. – le dijo Juan pasándole el paquete a través de los barrotes –

- Gracias. Estos son de los buenos. Yo fumo el que venga, cada basura a veces...

- Ja...y si...hay algunos que son como quemar pasto.

- ¿Por qué estás acá?

- Sospechoso de un asesinato.

- ¿Sospechoso? Ahora decime que sos inocente...

- Si, lo soy.

- Todos dicen lo mismo, flaco. Y en las películas el pelotudo como yo que te pregunta porque estás y cuando le contestan que es inocente dicen la misma pelotudez que te dije yo "todos dicen lo mismo" ajajajajajaj

- Pero es en serio, vas a ver que salgo enseguida.

- Ojalá. Si sos, ojalá.

- Y vos... ¿Por qué estás acá?

- Por un afano a mano armada...la cagada que soy reincidente. Voy de cabeza a Devoto...

- Que cagada.

- Si. Igual, viví más en cana que libre. Ya estoy acostumbrado. Eso sí, nunca maté a nadie. Ni disparé, bueno solo a policías pero solo alguno que otro herido.

- Claro.

El preso le siguió hablando y en un momento Juan se hizo el dormido, ya no lo aguantaba más. Hablaba y hablaba sin parar y encima era todo un bajón. Que había pasado hambre de chico, que vivían diez en una pieza un poco más grande que sus celdas. Que en el barrio había violadores, traficantes, asesinos. Juan se hartó de todo eso y se quedó pensando en sus cosas mientras el vecino le seguía hablando. Hasta que se quedó dormido. Se despertó cuando un rayo de sol entró por la ventana y le dio justo en los ojos, se los restregó y se levantó. Comenzó a golpear los barrotes de la celda para pedir agua. Un agente acudió a su llamado.

- Bueno...bueno...no haga tanto escándalo, es muy temprano.

- ¿Qué hora es?

- Son las seis de la mañana.

- Perdón por despertarlo – le dijo Juan con ironía –

- No estaba durmiendo. ¿Cómo me voy a dormir estando de guardia?

- Claro, imposible eso...

- ¿Qué quiere?

- Un vaso de agua por favor.

- Ya le traigo.

Espero un rato y al final el que le llevó un jarro con agua fue el sargento. A Juan le caía bien, parecía un buen tipo, no era el típico policía con mala onda y mal trato, era todo lo contrario.

- Buen día, Méndez. Acá tiene – acercándole el jarro –

- Buen día, sargento. Gracias. Me estaba muriendo de sed. Cuando el sol da a la ventana se levanta un calor insoportable. Parece un horno.

- Si es verdad. En un rato lo llevamos frente al juez.

- ¿Para qué?

- Tiene que declarar. Según lo declare puede quedar libre o no.

- Voy a quedar libre.

A eso de las ocho horas Miltez abrió el calabozo, le puso esposas y lo llevó al auto policial para llevarlo al juzgado. Juan iba mudo en el auto. Estaba ansioso. Quería volver a su casa y a trabajar. Llegaron al juzgado y Juan fue custodiado por Miltez y dos agentes. Llegaron al piso donde lo esperaba el juez, caminaron por un largo pasillo y entraron a una oficina. Ahí los atendió una secretaria que hizo pasar a Juan solo al despacho del juez.

- Buen día señor juez.

- Buen día. Méndez. Le voy a hacer una serie de preguntas. Ya debe de estar cansado de escucharlas seguramente.

- No hay problemas.

- La noche del 01 de diciembre alrededor de las dos de la mañana que estaba haciendo usted.

- A esa hora estaba en casa. Había estado con Berta hasta las doce y media, más o menos.

- Cuénteme como fue esa noche.

Juan le contó con lujo de detalles la noche que pasó con Berta, desde que se encontraron en la puerta del edificio hasta que ella se fue luego de recibir una llamada telefónica.



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En el texto hay: asesinatos

Editado: 11.05.2018

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