El universo de un buen padre

1. Crónica de una paternidad anunciada

El llanto del bebé obligó a Mason a abrir los ojos, pero sólo encontró el cuarto a oscuras. El único sonido provenía de la respiración de Jessie, su prometida, que dormía a su lado. 

Él suspiró hondo, se sentó sobre el colchón y repasó con la mirada cada rincón de su habitación. Ya no tenía sueño, lo cual lo enojaba, pues al día siguiente le esperaba un concierto importante.

Abandonó la cama, arrastró los pies fuera del cuarto y se dirigió a la cocina a prepararse un café. Desde que se encontraba limpio de cualquier adicción, después de un tiempo en la clínica de rehabilitación, sólo se permitía una buena taza de café mexicano y un cigarro ocasional.

El llanto continuaba atrapado en su memoria, ¡era tan claro! No se trataba de la primera vez que despertaba por un bebé inexistente, sino que llevaba unos meses con esas «pesadillas». Para Mason Singh el tener hijos en ese momento significaba el final de su carrera musical. 

Bebió de su café mientras intentaba recordar cuándo escuchó aquel llanto por primera vez, no tenía idea, pero se espantó lo suficiente para dormir con la luz encendida. Es decir, cualquiera se aterra con el llanto de un bebé que no puedes ver, ¿no? O tal vez sólo había mirado demasiadas películas basadas en novelas de Stephen King, no estaba seguro.

Supuso que tendría algún significado el despertar con llantos de bebé o la otra opción era que sus adicciones por fin hicieron mella en él. 

—¿No puedes dormir?

La voz de Jessie lo sacó de su ensimismamiento.

—No…

—¿Otra vez escuchaste al bebé?

—Sí —suspiró Mason—. ¿Ya te bajó?

—Todavía falta una semana —sonrió ella desde el umbral de la puerta—. No estoy embarazada, no te preocupes.

—Deberíamos ir al médico y que revise si tus anticonceptivas son lo suficientemente seguras.

—Son totalmente seguros, créeme… Yo tampoco deseo tener hijos.

«Ahora», añadió Mason en silencio, aunque sabía que para Jessie aquello era definitivo.

Se encontraba en Las Vegas, hospedados en uno de los hoteles más lujosos y en la habitación más cómoda y amplia de todo el edificio. Eran la pareja del momento, los nuevos Camila Cabello y Shawn Mendes, y sabían cómo disfrutar de toda esa atención.

—Tal vez es una señal para decirme que deberíamos considerarlo… —sugirió él.

Jessie soltó una risa sarcástica.

—No lo creo.

—Jessie…

—¿Qué? No me digas que quieres un bebé… ¿Estarías dispuesto a dejar tu carrera en segundo lugar por una máquina de pipí y popó?

Mason sabía que era una pelea perdida.

—No, claro que no —mintió.

—Menos mal… Iré a dormir, ¿vienes?

—En un momento.

Jessie le hizo un guiño y regresó al interior de la habitación. Mason la observó hacerlo, vestía un delicado camisón de encaje blanco y lucía hermosa. 

Su prometida era de las mujeres más hermosas del país, lo sabía. Era una actriz en ascenso que consiguió un protagónico en una serie de drama y romance sobre médicos que se encontraba acumulando puntos de rating en la emisión de cada capítulo. 

Susan, la manager de Mason, solía decir que la relación entre ellos vendía más que la música y los capítulos de la serie. Los dos eran famosos y con una relación tan tormentosa que se traducía en publicidad gratis.

Y eso era horrible.

Mason había sido realmente malo con Jessie. No sabía con exactitud cuántas veces la engañó, pero estaba convencido de que debía resarcir el daño de alguna forma, por eso le pidió matrimonio. Además, soñaba en secreto con tener una relación como la de Ava, su exnovia, y Callum, su actual esposo; Mason quería encontrar una persona que lo hiciera sentir en su hogar. 

Apartó todos esos pensamientos de su mente y regresó a la habitación con Jessie. Se perdió en el cuerpo perfecto de su prometida, trató de ubicar en su piel su hogar y recluyó a un rincón de su mente ese misterioso llanto que continuaba despertándolo cada noche. 

 

Jessie conversaba en el celular mientras descansaba en el sofá más largo del camerino. Mason la contemplaba en silencio. Tan solo unos minutos antes había dado una entrevista donde el mayor tema de interés fue la planeación de la boda de la cual Mason no tenía idea. Sin duda alguna, su relación era excelente para publicitarse.

Susan solía decir que hasta su físico combinada, pues aunque los dos eran rubios naturales, Mason era obligado por la disquera a teñirse el cabello de negro. Era una forma para hacer resaltar sus ojos con heterocromía donde uno era de color gris y el otro turquesa. Además, tenía en su contrato que en presentaciones en público siempre debía vestir de negro, cuando él amaba los colores psicodélicos. Jessie, por su parte, siempre vestía de color rosa, blanco o tonos pálidos. 

Su vida entera estaba producida para hacerlo triunfar y estaba dando resultado. Por eso los boletos para su concierto se agotaron en minutos y su carrera escalaba cada vez más y más.




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