El universo de un buen padre

2. El dinero no compra el amor

—¿Mi qué?

—¡Muévete, Mason! —ordenó Susan y empujó al músico por el costado. 

Él no tuvo tiempo de reaccionar, fue arrojado hacia el escenario donde quedó a merced de su público mientras aquella mujer lo miraba desde el backstage con el bebé en brazos.

Estaba paralizado… 

«¿Qué dijo? ¿Hija?».

¡Era muy joven para tener hijos! ¡Sólo tenía veintiocho inviernos!

Susan lo llamó en el audífono que llevaba, todos querían saber por qué no se movía, mas no respondió. Trató de sacar adelante su concierto, moverse como siempre y cantar tan bien como podía cuando un bebé lloraba cerca de él.

¿Cómo era posible?, se preguntaba mientras entonaba sus canciones más famosas o enamoraba a miles de personas con sus misteriosos ojos que robaban suspiros desde las pantallas enormes donde se reproducía también el concierto.

Mason no sabía mucho de bebés, sólo que comían, cagaban y dormían, pero desde que Ava, su exnovia, tuvo a su hijo empezó a aprender un poco más. Esa bebé era pequeña, incluso un poco más que Callum Jr. cuando nació… ¿Sería prematura? Si era así, ¿de cuánto tiempo? ¿o las niñas son más pequeñas al nacer? ¡No sabía tantas cosas! 

Además, llevaba un rato tratando de ser un buen prometido. Por primera vez desde que había empezado a salir con Jessie, estaba tratando de ser fiel y, por lo que sabía, ella no estuvo embarazada… ¿Entonces…? 

«Es imposible», se dijo cuando giró hacia el backstage y vio a la misteriosa mujer conversando con Susan. Por la expresión de esta última, parecía posible que esa bebé fuera de él.

¡Pero era imposible! Si él…

«Maldita sea».

Lo recordaba, claro. Casi un año atrás hizo un viaje rápido a Washington para una presentación privada. No bebió, estaba en sus cinco sentidos y todavía no le había propuesto matrimonio a Jessie; de hecho, ni había considerado que era un patán de lo peor por engañarla en cada oportunidad. Todo cambió esa noche, cuando una admiradora se coló en su habitación en el hotel y Mason se dejó llevar como siempre sucedía… No uso preservativo al principio, se lo colocó después y… ¿podría ser eso? 

«No, imposible… Tiene que ser un error».

Esa chica lo hizo reflexionar con una sencilla pregunta:

—¿Y qué hace tu novia ahora mismo mientras la engañas con otra?

Ya habían terminado de tener relaciones, Mason se preparaba para salir al balcón a fumar y con aquellas palabras esa mujer derrumbó todo el concepto de buena persona que tenía sobre sí mismo. Fue la última vez que engañó a Jessie, entonces… ¿podría ser verdad? ¿esa bebé era suya?

Las últimas tres canciones con las que cerró su presentación fueron un desastre, pero nadie del público lo notó o decidieron fingir que fue perfecto por su idolatría hacia Mason Singh. Su despedida fue escueta, se apresuró a volver tras bambalinas y encontró que ni Susan ni la mujer misteriosa estaban cerca; Jessie sí. Supuso que su prometida no estaba enterada de la bebé o habría subido al escenario a golpearlo con la guitarra sin dudarlo un segundo.

—¿Y Susan?

—Fue al camerino, dijo que fueras apenas termines —respondió Jessie mientras levantaba en celular para hacerse una selfie con su prometido—. Pero creo que eso puede esperar, mis amigas…

Mason se dio la media vuelta y la dejó con la palabra en la boca. Necesitaba respuestas.

La imagen de Susan cargando a la bebé lo hizo congelarse en el umbral de la puerta del camerino. El sitio estaba adecuado con todas las exigencias que solía pedir y le pareció de lo más impersonal con aquel ser humano diminuto que hacía algunos sonidos chistosos, por lo menos ya no lloraba.

—Mason… —empezó Susan.

—No puede ser —interrumpió él—. No puede ser mi hija, Susan.

La mujer permanecía a un lado de la manager. Rondaba los sesenta años, Mason no estaba seguro, pero definitivamente no era la mujer con la que se acostó esa noche; sin embargo, compartían parecido físico. Poseían el mismo cabello castaño rojizo, los ojos avellana y la piel blanca, sólo que la mujer de aquella lejana noche era muy delgada y semejaba unos veintitantos años.

—Cuando eras pequeño, ¿con qué color de ojos naciste?

—¿Qué quieres decir?

—Tu heterocromía —especificó ella con voz suave—. ¿Ya era notoria o eso fue después?

—No tengo idea. —Encogió los hombros—. No poseo fotos mías de bebé.

Todas permanecían en casa de sus padres, con quienes no hablaba desde hacía años.  

—Pues…

Susan se acercó. Mason quiso retroceder, pero sus pies nos respondieron. Ella extendió un poco los brazos hacia él y le enseñó el rostro de la bonita bebé que cargaba. No obstante, él no se impactó por su belleza, sino por los ojos…

Esos ojos eran iguales a los suyos.

»¿Sabes cómo eran tus ojos?

Mason estaba mudo. En su mente respondió, pero su boca no emitió ni un sonido.




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