El universo de un buen padre

6. Una hija que extraña a su madre

Mason tomó un vaso de agua cuando el médico terminó de recolectar la saliva de su boca para la realización de la prueba de ADN. Susan estaba recargada en el escritorio del consultorio en completo silencio.

—El resultado estará listo en cinco días —informó el médico.

El músico suspiró hondo, era demasiado tiempo.

—¿No puede acelerar el proceso?

—No, joven, lo lamento.

Susan y Mason se despidieron y abandonaron el consultorio. Se encontraban en un exclusivo hospital donde solían acudir por su extrema confidencialidad, el mismo donde asistió Ava para sus primeras revisiones durante el embarazo.

—Hoy entrarás al estudio, ¿ya tienes algunas canciones avanzadas? —preguntó Susan mientras caminaban por los pasillos blancos hacia el ascensor.

Mason se tomó unos segundos para responder.

—Un par —mintió. No tenía ni una sola—. Quiero entrar solo hoy.

—Sabes que eso no es posible, Mason. Cuando haces las cosas solo terminas metiendo violonchelos, violines y todos los instrumentos musicales que no llenan estadios.

Él relamió sus labios y abordó el ascensor que acababa de abrir sus puertas.

—Soy un genio con el violonchelo —soltó él sin alardear, era la verdad. Desde pequeño demostró un talento nato para ese instrumento musical, odiaba ser guitarrista.

—Lo sé.

—Y un fiasco con la guitarra.

—Eso también lo sé, pero a nadie le importa —admitió Susan mientras presionaba el botón del ascensor para descender—. Con esa cara bonita no importa si eres bueno o malo con la guitarra.

—Entonces no debería importar si quiero tocar el violonchelo en lugar de la guitarra, ¿no?

Susan respiró hondo.

—Ya hemos hablado de eso, cariño.

No volvieron a hablar hasta que abandonaron el hospital y se despidieron con secos «Nos vemos».

Una enfermera se encontraba cuidando a Vivian durante la mañana, pero Corina debía llegar pasado el mediodía. Mason consultó el reloj de su celular para comprobar quién se encontraría con la bebé; en unos minutos podría llamar a Corina para saber cómo se encontraba Vivian.

La noche anterior se había quedado al lado de la cuna mirándola dormir, preguntándose cómo habría sido su vida en el vientre de su madre, si Jackie habría recibido la atención médica y el cariño necesario. No recordaba nada de su encuentro sexual con la madre de Vivian, pero eso no significaba que no se preocupara. Es decir, era una madre soltera con una pareja violenta, lo más seguro era que su embarazo fuera bastante tormentoso y Mason pensaba que ninguna mujer debería pasar por malos tratos cuando su cuerpo se encontraba trabajando con todas sus fuerzas para crear vida, ni nunca. De alguna forma se sentía culpable por no saber que Jackie estaba embarazada, sabía que él pudo haberle hecho la vida más sencilla con todos los cuidados necesarios y así madre e hija podrían estar juntas.

Vivian extrañaba mucho a su mamá. Lloraba entre sueños y sus manitas se aferraban al suéter con el aroma de la mujer que mantenían en la cuna. Mason se sentía horrible cada vez que veía eso. Ningún hijo debería ser separado de su madre, mucho menos a tan corta edad. Estaba preocupado por no ser lo suficiente para la pequeña; no obstante, la presencia de Corina lo hacía sentir mejor.

El chico había descubierto a Corina cantándole a Vivian una canción de cuna antes de marcharse a la universidad. La pequeña sentía una especial afinidad con la chica, Mason podía notarlo, siempre la contemplaba con esos enormes ojos iguales a los suyos.

Con esos pensamientos se dirigió al estudio de grabación donde pudo encontrar un momento de soledad frente a los controles. Un violonchelo estaba en el rincón, lo habían llevado como solicitó y supo que la única manera en que podría vaciar su corazón sería sobre las cuerdas prohibidas por su disquera.

Nadie en su familia era músico, fue el primero. No sabía cómo o por qué comenzó a interesarse en el violonchelo, sólo pasó. Una noche miraba a una sinfónica en la televisión y toda su atención se quedó fija en ese hermoso instrumento musical. Era el único capaz de brindarle consuelo, como esa tarde en el estudio de grabación, cuando el arco dictaba un movimiento firme sobre las cuerdas que sus dedos presionaban. 

Poseía decenas de composiciones propias que jamás habían llegado a su público porque la disquera no lo permitía. Aquellas melancólicas melodías, que narraban pasajes sin letras sobre su vida, sólo lo acompañaban a él. Pensaba que nadie escucharía esas canciones que gritaban sobre lo duro que es abandonar la infancia cuando la fama te golpea te lleno y pierdes tu identidad con tal de tener un nicho en un duro mercado.

—No conozco esa canción.

La voz femenina de Corina lo sobresaltó. El arco escapó de su mano y cayó al suelo con un débil sonido ronco. 

Vivían balbuceó.

—Es inédita —reaccionó Mason y recogió el arco—. ¿Llevas mucho rato ahí?

—Unos cinco minutos —admitió la chica mientras dejaba sobre el sofá la enorme bolsa donde guardaba todo lo necesario para Vivian—. Susan me dijo que podría encontrarte aquí.




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