La habitación de motel era bonita, no como los que veía en la televisión donde parecía que en cualquier momento saldría una rata del baño, sino que con unos pocos dólares había conseguido un techo por unos días. Jackie no podía permanecer ahí, lo sabía, y tampoco quería hacerlo. Sólo necesitaba que Liam dejara las cosas pasar y así volver con Liam.
Recordaba con dolorosa claridad lo que sintió cuando Liam le dijo que lucharía por obtener la custodia de Vivian y que se la llevaría. Jamás había sentido un dolor emocional tan grande, era como si una bestia hubiera desgarrado su pecho y las garras tuvieran veneno que luego circuló por todo su cuerpo. Jackie pensó que, si Liam cumplía su amenaza, no podría con ello; la ausencia de Vivian la mataría.
Si tan solo Liam fuera un hombre «normal» podría confiar en que Vivian estaría a salvo, mas no era así. Liam era un hombre violento que había aprendido a enmascarar con asombrosa facilidad toda la maldad que habitaba en su interior. Las redes sociales del hombre estaban pobladas de fotografías de la «feliz familia» y mensajes de amor para la pequeña Vivian. Sin embargo, lo que se ocultaba detrás de esos pixeles contaba otra historia.
Liam amaba ser venerado como un santo. Conoció a Jackie cuando tenía dos meses de embarazo y desde entonces supo que sería idolatrado y puesto como ejemplo si se hacía cargo de un bebé que no era suyo. Jackie y Liam nunca hablaron de esto, pero ella lo empezó a notar cerca del final del embarazo. Liam sólo la estaba usando para un fin.
Jackie pensó que había encontrado al hombre perfecto con una familia amorosa, la realidad fue otra. Liam no se convirtió en lo que era por voluntad propia, sino que tenía como respaldo el apoyo incondicional de una madre violenta que, a pesar de ser mujer, pretendía que sus hijos fueran venerados por el simple hecho de ser hombres.
Fue la madre quien inculcó en su hijo la importancia de las apariencias y que «la ropa sucia se lava en casa». Una abnegada mujer que sacrificó todos sus sueños y anhelos por convertirse en el ama de casa perfecta; si ella pudo con eso, ¿por qué otras mujeres no? ¿de qué beneficios gozaban ellas? Jackie sabía que aquel era su lema para juzgar a las parejas de sus hijos, pudo notarlo en esas miradas frías que siempre tenía para las mujeres.
Al principio Jackie creyó que en ella había encontrado una amiga, pero poco a poco la máscara cayó y comprendió que era su peor verdugo, el verdadero titiritero que guiaba los hilos de Liam. Quizá la mujer no había medido el alcance de lo que sus palabras podían hacer, pero Jackie sí; se atrevía a pensar que ella conocía mejor a Liam que su propia madre o, de lo contrario, habría parado.
Vivian crecía en su interior al tiempo en que la realidad golpeaba en la cara a Jackie. Esa mujer no era su amiga, Liam no la quería y lentamente se estaba envolviendo en una telaraña de la que no podría escapar.
Jackie comprendió que Liam y su familia la consideraban una incubadora humana, nada más.
El sonido de un claxon, en el estacionamiento del motel, la sacó de sus pensamientos. Se asomó en la ventana, apartó un poco las persianas y revisó que no hubiera nadie sospechoso afuera. No había nadie.
Nadie.
Jackie suspiró. Se sentía sola y no porque su madre no la apoyara, sino que no quería exponerla al peligro. Ya sabía que ella no podría proteger a Vivian, por eso recurrió al hombre que era el padre biológico de la pequeña. La heterocromía serviría como prueba de la relación genética hasta que se realizaran una prueba de ADN y comprobaran que eran padre e hija.
Su soledad se debía a que nadie le creyó. «¿Cómo era posible que ese hombre tan bueno sea en realidad un maltratador?», Jackie escuchó eso cada vez que trataba de contar la realidad de su relación. Sin embargo, encontró un par de amigos verdaderos que la ayudaron con el proceso legal, aunque había escapado antes de saber si procederían o no en contra de Liam. Por eso mismo no quiso exponerlos, tenía que escapar sola y esconder a Vivian.
La frialdad de la habitación la hizo recordar la noche lluviosa en que Vivian nació. Fue durante una cesárea de emergencia sin muchas dificultades, más que nada fue el susto, pero Jackie comenzó a temer… ¿Y si alguien le hacía daño cuando estaba tan vulnerable? Consideró que todo era por las hormonas, era imposible que el bueno de Liam pudiera atentar contra ella, ¿no?
Ella ya había notado esa rivalidad enfermiza que Liam había desarrollado en su contra al final del embarazo. El hombre odiaba cualquier mención sobre el vínculo entre madre e hijo. Las sospechas de Jackie se incrementaron después del parto cuando Liam podía fingir que ella no existía al menos que hubiera una tercera persona en la habitación frente a la cual tenía que aparentar un amor desmedido por Jackie.
Jackie recordó, con un nudo en la garganta, todo lo que sucedió al abandonar el hospital. Una de las primeras «red flag» fue cuando le dieron de alta y él no fue capaz de ayudarla, sino que Liam tomó a la niña y se marchó. Jackie aguardó un momento por si regresaban con una silla de ruedas o al menos para tomarla de la mano mientras caminaban fuera del hospital. Sin embargo, luego de un rato notó que eso no sucedería.
Ella se incorporó sola del sofá, con el ardor en el abdomen por la herida de la cesárea, y caminó tan rápido como podía. Se detenía por momentos, su cuerpo entero dolía y quería convencerse de que Liam iría a ayudarla en cualquier momento, pero eso no pasó.